Acuse de recibo
Las aceras siempre han sido espacios públicos respetados. Pero ya la indisciplina social es tanta en ciertos sitios, que falta poco para que los peatones pierdan sus derechos a circular libremente en ellas, y tengan que lanzarse a desafiar los autos en la calle.
Gema López me escribe desde Concepción 657, entre 13 y 14, en el barrio capitalino de Lawton, para narrar la anarquía que ella observa en su calle y otras cercanas.
Los propietarios de las viviendas lo mismo construyen en la acera escalones, para que les sirvan como peldaño, que rampas dobles para hacer entrar el auto más cómodamente en garajes improvisados. Y tanto unos como otras se convierten en obstáculos para los ciegos y débiles visuales, que no siempre los detectan con el vaivén de sus bastones.
Se aparcan motos en las aceras, y también hay choferes que están reparando su auto, y simplemente abren la puerta del mismo e impiden el paso de las personas. O llegan hasta el extremo de sacarlo del garaje para fregarlo o «mecaniquearlo» sobre la misma acera.
Asimismo, puedes toparte con un partido de dominó, con espectadores y todo, que obliga a los caminantes a tomar la calle. O, como en la calle Marrero, se tiende ropa sobre la acera. Y por si fuera poco, hay juegos de béisbol y fútbol en plena vía pública.
¿Hasta dónde las autoridades competentes van a permitir tantas formas de bloquear las aceras y de transgredir los derechos de los peatones?
Ángel Luis Ramírez me escribe muy alarmado porque «un algo se interpone», de manera absurda, para que él pueda estudiar y superarse en su propia especialidad, en la sede universitaria de Velasco, en la provincia de Holguín.
El remitente, quien reside en Reynerio Almaguer número 522-A, en la localidad cercana de Uñas, cuenta que es técnico medio en Agronomía, y labora en casas de cultivo tapado muy cercanas a su lugar de residencia. Este curso, por una coordinación entre el Ministerio de la Agricultura y la Universidad de Holguín, se abrió la posibilidad de estudiar Ingeniería Agronómica en Velasco.
Ángel Luis se presentó con todos los documentos y requisitos en la Secretaría de la sede universitaria de Velasco. Y allí le informaron que solo matricularían a 35 personas, cuyos nombres ya venían en una lista enviada desde La Habana, con órdenes precisas «de arriba».
Como Ángel Luis no estaba en la lista, fue a ver al director de la sede, y este le ratificó lo mismo: la matrícula no dependía de él. Al propio tiempo, el director de la empresa donde labora el reclamante, ha hecho gestiones y todo ha sido infructuoso.
Sin embargo, de los 35 comprendidos en la lista, solo quisieron matricular 17. Y ahí es cuando Ángel Luis se pregunta: «Si hay capacidad, ¿por qué no quieren matricularme? ¿Es que acaso por burocracia me van a tronchar mis estudios?».
Inconcebible le resulta que eso suceda «en un país que ha hecho tantos esfuerzos en la educación, llegando hasta el más recóndito de los municipios y permitiendo que hasta el más simple obrero como yo tenga acceso a ella».
Jesús González Prado, de calle 130 número 7102, en el municipio capitalino de Marianao, desea agradecer públicamente a los neonatólogos, pediatras, enfermeros y técnicos de laboratorio de la sala de cuidados intensivos del Hospital Materno Ramón González Coro, por haberle salvado la vida a su hijo Jean Jesús, quien naciera el pasado 23 de agosto.
El bebé presentaba insuficiencia en los pulmones, y hubo que ventilarlo durante 15 días. «Fueron los días más duros de nuestras vidas», recuerda. Y precisa que durante todo ese tiempo, todas esas personas los animaron y apoyaron a él y a la mamá.
También quiere reconocer el trabajo del personal de la sala 2D de dicho centro, por la atención que le brindaron a su esposa. «Hay que estar allí para ver la intensidad de trabajo y complejidad de su profesión». Jesús valora la grandeza de quienes trabajan en Salud Pública en condiciones difíciles muchas veces, sin todos los estímulos que tienen otros sitios, por puro amor a la profesión.