Acuse de recibo
Hoy solo es un recuerdo aquella preciosa joyería de la capital cubana, Le Trianon, en la arteria comercial Galiano, entre San Rafael y San José, Centro Habana. Pero no bastó con que colapsara la singular edificación, rica en mosaicos y vidriería emplomada. Los espectros de aquellas sutilezas conviven hoy, en el más pasmoso abandono, con la suciedad y el desamparo.
Me lo cuenta en su carta Francisco Fuentes López, uno de los vecinos del edificio colindante, en San Rafael 259, apartamento 32, quinto piso, entre Galiano y Águila. Y lo escribe en nombre de los 26 inquilinos de ese inmueble que padecen de cerca el triste desenlace.
Refiere el remitente que el desahuciado local se ha convertido en el baño público de cualquier transeúnte, en una ciudad que cada día tiene menos baños públicos. «El mal olor y el hedor lo invaden todo. Mi esposa y yo, que vivimos en un quinto piso, tenemos que permanecer con todo cerrado día y noche», describe con cierta amargura Francisco.
A ello se unen la suciedad y los focos de contaminación. Según Francisco, le habían puesto una pared de bloques alrededor y una reja, pero ya esas protecciones fueron desvalijadas por los oportunos «caníbales» de cuanto objeto útil aparezca.
Las gestiones de los vecinos ante las autoridades del municipio han sido infructuosas. Y Francisco lanza la pregunta de los desesperados, esa que tanto aparece en esta columna: «¿Qué hacemos? ¿A quién acudimos?
«Esta inmundicia —abunda Francisco— está al lado del Palacio de las Novias, y a 20 metros de la cafetería Vea, que hace esquina en Galiano y San Rafael. Es el mismo centro de La Habana, la zona comercial y turística más concurrida de Centro Habana».
No es Le Trianon la única ruina devenida vertedero-urinario-zoológico de roedores e insectos que hay en la ciudad. Son muchos los problemas acumulados en estos años y tantas las carencias, que aún no le ha llegado el turno a esos locales abandonados. Y los programas de construcción están priorizados centralizadamente en múltiples obras sociales muy necesarias. Pero en cada municipio debiera empezarse a focalizar estas ruinas notorias y céntricas. Es muy fuerte su impacto ambiental y su herida en el recuerdo. Bien lo sabe Francisco.
La segunda carta la envía Maritza Lorenzo, secretaria general de la sección sindical del Centro Dispensarial de Matanzas, situado en 2 de Mayo y Milanés, en esa ciudad; y la firman otros diez trabajadores de ese centro.
Manifiesta Maritza que el local donde laboran contaba con ocho equipos de aire acondicionado, muy necesario por cuanto deben laborar en condiciones de hermeticidad manipulando productos químicos tóxicos.
Un buen día, nada más y nada menos que en 1998, desmantelaron los equipos para limpiarlos. ¿Limpiarlos? Nunca más retornaron, como nunca más encontraron respuesta alguna, a pesar de todas las gestiones realizadas.
Desesperados están estos trabajadores, pues laboran en condiciones sumamente agresivas, que ya están ocasionando severos problemas de salud. Y no tienen, como dicen en el barrio, «para donde virarse».
Lamentablemente, Maritza y el resto no aclaran dónde hicieron las gestiones, pero solicitamos una respuesta esclarecedora a quienes se llevaron los equipos y nunca más han atendido el reclamo de ese colectivo.
La tercera misiva pudiera parecer algo baladí para los que andan presurosos y utilitarios por esta vida, pero es más seria de lo que podamos imaginarnos, y la impulsa una noble inquietud:
Osvaldo R. Reyes Suárez me escribe desde el edificio A-56, apartamento L3, en la zona 1 del capitalino reparto Alamar, para lanzar un S.O.S. por unas majaguas ya con 25 años, de los tiempos fundacionales de ese reparto, que van muriendo alrededor de ese inmueble.
«Si los árboles hablaran nuestro idioma, los quejidos no dejarían dormir en la zona 1 de Alamar», sentencia este ecologista de barrio, quien asegura que ha hecho todo lo posible, hasta llamar al CITMA, pero nada: las majaguas van muriendo día a día.
Osvaldo solo pide que le orienten adónde acudir para salvar las majaguas, que es salvar la vida en Alamar.