Acuse de recibo
Luis Enrique Santiago le ha dedicado tiempo y neuronas al problema, pero no le encuentra explicación. Es como una predestinación ya, que escapa a todas las soluciones: su hijo no puede consumir en el desayuno el yogur de soya normado.
El remitente, quien reside en el edificio 16, apartamento 38, reparto Rolo Monterrey, en la ciudad holguinera de Moa, cuenta que al pequeño se le asigna un litro de ese producto dos veces a la semana. Pero el yogur arriba a la bodega, por lo general, a cualquier hora en la mañana. Y allí se les da un plazo de cuatro horas a los consumidores para comprarlo, con el argumento de que se echa a perder, por falta de refrigeración.
Pero las familias en que todos los adultos trabajan, como es el caso de la de Luis Enrique, por lo general no pueden adquirir ese alimento, con la consiguiente afectación para el niño.
Luis Enrique lo ha planteado en las asambleas de rendición de cuenta del delegado, sin ningún resultado. Le plantearon que «nacionalmente» está establecido que se distribuya en ese horario.
Al fin se logró que esa bodega tuviera una nevera nueva, donde cabe todo el yogur. A pesar de ello se mantiene el plazo de las cuatro horas para adquirirlo, con el argumento de que el yogur se echa a perder de cualquier manera.
Pero cerca de la casa de Luis Enrique hay una cafetería, donde se vende ese mismo producto a precios de gastronomía, más altos. Está disponible el yogur de soya a toda hora y no se echa a perder. Allí carena Luis Enrique, para garantizar el desayuno de su hijo, teniendo derecho a adquirirlo por la vía normada.
El padre del niño se pregunta con cierta ironía: «¿Es que acaso ese producto, solo por valer más, se conserva mejor?».
La segunda carta la envía Teodoro Ravelo Ramos, un veterano del reparto capitalino Mulgoba, quien asegura que es conocido en el barrio por «el Abuelo», y labora atendiendo a los clientes en el círculo social de esa comunidad.
El Abuelo, quien reside en calle Séptima, edificio 47, apartamento 2, quiere manifestar su «infinita gratitud» por las atenciones que recibió en el hospital Carlos J. Finlay, de Marianao, cuando estuvo ingresado en abril pasado por serios problemas gástricos y de fijación del hierro en el organismo.
Recuerda que en la sala del piso 6 fue atendido excelentemente por el doctor Osniel y la enfermera Mercedes, «pero más justo es hacer extensivas las gracias a todas las personas que allí se esmeran por hacer más llevadera la estancia a los pacientes».
Precisa el Abuelo que «en esa sala imperan el buen trato y la limpieza. El lugar es magnífico, a la altura de lo que necesitan los enfermos en cualquier parte del mundo».
Ravelo refiere que desde entonces, desaparecieron los malestares que le aquejaban y hasta ha aumentado de peso.
«No exagero: prácticamente me sentí como en casa», sentencia. Y los asiduos al círculo social de Mulgoba, que se gastan una que otra broma con el «puro», se congratulan porque habrá Abuelo para rato, después del «chapisteo».