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Una batalla de victorias precoces

Prestigiosos humanistas como el sicólogo francés Alfred Binet han refrendado los efectos positivos de la práctica del ajedrez desde edades tempranas

Autor:

Amado René Del Pino Estenoz

Una de las escenas más divulgadas de Gambito de Dama —la serie que explotó todos los récords de audiencia de las plataformas streaming durante el confinamiento— mostraba a su protagonista con nueve años de edad derrotando en sesión simultánea a una docena de trebejistas, cuyos sentimientos oscilaban entre la frustración personal y el estupor. Si bien este incidente desconcertó a la mayoría de los admiradores de Beth Harmon, han sido notables los casos de niños prodigio en la historia de los trebejos desde que Paul Morphy (1837-1884) impactara a sus contemporáneos en plena adolescencia por su visión estratégica del juego.

Aunque prestigiosos humanistas durante el siglo XIX —entre quienes sobresalió el sicólogo y pedagogo francés Alfred Binet— refrendaron los efectos positivos de la práctica del ajedrez desde edades tempranas, el fenómeno de los trebejistas precoces fue visto con cierto recelo por la opinión social predominante de la época, según lo atestiguan  los padres de José Raúl Capablanca, quienes —aún en un contexto de estabilidad familiar y de óptima asimilación docente— temieron por el desequilibrio sicológico y emocional de su talentosa criatura que en 1901, con 13 años, disputó el match para proclamarse campeón de Cuba.

Aunque hubo casos sonados, como el de los progenitores de Samuel Re­shevsky —que alcanzó celebridad en varias naciones europeas por ofrecer sesiones simultáneas a una edad similar a la de Harmon—, quienes comparecieron ante el tribunal de Manhattan por una acusación de tutela inapropiada, el propio Reshevsky evidenció dotes excepcionales al graduarse de Contabilidad en la Universidad de Chicago y disputar en 1948 el Campeonato del Mundo.  

Dada la recurrencia histórica de los jóvenes talentos en el ámbito de los trebejos, Jaque perpetuo indagará en la trascendencia deportiva y sociopedagógica de estos prodigios mozartianos que han sacudido a la comunidad ajedrecística en sus respectivas épocas. Con una combinación insólita de de­senfado y madurez precoz, los émulos de Paul Morphy, Bobby Fischer y Judith Polgar han rebatido todos los pronósticos para acentuar la condición impredecible del juego ciencia.

Más rápido, más alto, más joven

Aunque para convertirse en el onceno campeón mundial de la historia tuvo que enfrentar múltiples peripecias —tanto deportivas como financieras y hasta geopolíticas—, Robert James Fischer (1943-2008) despuntó desde los 15 años como el ajedrecista destinado a impugnar la hegemonía de la escuela soviética en el ámbito de las 64 casillas. Ya célebre desde que en 1956 disputó en Nueva York la que sería considerada como la «partida
del siglo», Fischer prosiguió una secuencia frenética de victorias que le permitió ser el primer trebejista de todos los tiempos en obtener el título de Gran Maestro (GM) sin haber alcanzado la edad adulta, registro superado un cuarto de siglo más tarde por la no menos colosal Judith Polgar.

A la par de la corona mundial ostentada desde 1948 por el patriarca de la escuela soviética Mijail Botvinnik, la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) concibió desde la década de 1950 la convocatoria anual de los campeonatos mundiales júnior que consagró a varios trebejistas que luego se convirtieron en reyes absolutos del tablero —Boris Spassky, Anatoly Karpov, Garry Kasparov y Viswanathan Anand—, o que integraron la élite ajedrecística en períodos sucesivos, como el yugoslavo Borislav Ivkov, el rumano Florin Gheorghiu, el británico Antony Miles, el francés Joel Lautier y el armenio Vladimir Akopian.

Como pocas generaciones de la historia, los prodigios nacidos en la segunda mitad del siglo XX recibieron un espaldarazo editorial con la publicación en Belgrado a partir de 1966 del Informador ajedrecístico, la más acreditada publicación del mundo de los trebejos. Gracias a su perfil políglota, al empleo de la notación algebraica y a la normalización de los símbolos evaluadores, esta revista cuatrimestral enriqueció la cultura ajedrecística de sus contemporáneos, al viabilizar el acceso a centenares de partidas comentadas, combinaciones estratégicas, estudios de posiciones y finales artísticos.

Una eclosión sin precedentes

Como en pocos momentos de la historia de los trebejos, la década de 1990 propició una rivalidad deportiva sin paralelo gracias a la confluencia de curtidas generaciones de atletas con bisoños exponentes del juego ciencia que fueron derribando pronósticos de progresión, expectaciones competitivas y registros consagratorios.

Entre los prematuros prodigios que animaron las principales batallas ajedrecísticas despuntaron el ruso Vladimir Kramnik, los magiares Judith Polgar y Peter Leko, el francés Etienne Bacrot y el ukraniano Ruslan Ponomariov. Fue precisamente el nacido en la ciudad de Jórlivka quien alcanzó con 18 años el campeonato mundial de la FIDE —en un período de cisma que incentivó Garry Kasparov luego de crear «su» Federación en 1993—, después de imponerse en la capital rusa a su coterráneo Vassily Ivanchuk.

Significativamente, esta hornada de talentos ajedrecísticos que comenzó a acaparar titulares en los primeros lustros del presente siglo —Levon Aronian, Alexander Grischuk, Teimur Radjabov, Serguey Karjakin— incorporó a su preparación teórica y competitiva la consulta de bases de datos informatizadas que sistematizaron los aportes del Informador ajedrecístico y de otras joyas bibliográficas.

Una vez más, ubicado en el centro de la atención mediática, gracias a sucesos como la «derrota» del campeón Garry Kasparov en 1996 ante el módulo de IBM Deep Blue, o el enfren­tamiento del genial azerí ante miles de internautas entre junio y octubre de 1999 en una partida en consulta, el juego ciencia volvió a merecer la atención planetaria como ocurriera en el enconado duelo entre Bobby Fischer y Boris Spassky en Islandia durante 1972, que transfiguró el tablero de escaques en un ámbito de confrontación simbólica de la Guerra Fría.

A esa privilegiada promoción pertenece el noruego Magnus Carlsen, que alcanzó en 2009 la cima del ranking mundial de la FIDE y ostentó el título mundial desde 2013 hasta 2023, luego de renunciar a la defensa de su corona. Considerado por buena parte de la comunidad ajedrecística como el G.O.A.T (Greatest of All Time, el más grande de la historia), el prodigio escandinavo ha sondeado otros ámbitos competitivos para extender la dominación entre sus pares, como los trebejos en línea, las modalidades de ajedrez rápido y blitz (relámpago), y el Fischer Random o Freestyle Chess, que propone el sorteo de la posición inicial de las piezas para propiciar el dinamismo y la creatividad en el desarrollo de las partidas.

A la múltiple potencia

Antiguamente reservado para un puñado de talentosos privilegiados, el título de Gran Maestro ha sido otorgado en décadas recientes de manera más expedita a jugadores que en la mayoría de los casos no rebasan la veintena de años. Al acceso pleno de las herramientas informáticas que permiten una preparación exhaustiva de los planes estratégicos, se suman las facilidades de los medios de transporte que viabilizan la inscripción sistemática de los potenciales maestros a las competencias válidas para mejorar posiciones en el ranking mundial de la FIDE y la obtención de normas internacionales.

Aún para quienes no cuentan con una holgada situación familiar o un respaldo decisivo de sus federaciones nacionales, las redes digitales han tenido un papel decisivo, como ocurrió con el estadounidense Abhimayu Mishra, que en plena pandemia fue beneficiario de una campaña internacional que le permitió convertirse en el Gran Maestro más joven de la historia.

Si bien buena parte del talento ajedrecístico sigue proviniendo de Estados Unidos y de las repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética, han despuntado las llamadas «potencias emergentes» del juego ciencia con China e India a la cabeza. Más allá de performances y rendimientos puntuales, los prodigios indios y chinos han dejado su huella en eventos de la talla de la 44ta. Olimpiada Mundial Chennai 2022, la Copa Mundial Bakú 2023, el Grand Swiss FIDE 2023, el Tata Steel Masters 2024 y el Torneo de Candidatos Toronto 2024. Con la venidera disputa del Campeonato del Mundo entre el vigente monarca Ding Liren y el flamante retador de 19 años Dommaraju Gukesh, asistiremos a la consagración de dos naciones referentes por sus esfuerzos de patrocinio deportivo y su sistema de captación de talentos.

Así como otras prácticas deportivas como el tenis, el atletismo y la natación han aupado la consolidación de figuras-vedetes de insospechada pro­yección; los trebejos han consolidado su prestigio gracias a la constancia competitiva de las jóvenes estrellas del tablero. Inserto en buena parte de los sistemas de enseñanza del mundo, el juego ciencia continuará seduciendo a múltiples comunidades etarias que no han perdido su fascinación por la belleza de un sacrificio, la complejidad de una maniobra o la precisión de un final de partida.

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