París.— Cuba es esa Isla tan chiquita y tan grande, que en los Juegos Olímpicos no pasa desapercibida dentro de las competencias ni fuera de ellas, donde muchos juegan a exaltarla, con sus virtudes y defectos, y otros intentan ningunearla cuando no vive sus mejores tiempos deportivos.
La prueba del triple salto dejó sensaciones encontradas. Tres cubanos en el podio y no se movió el medallero de Cuba. Unos días antes Mijaín fue la noticia olímpica con su quinto oro y ahora esta historia que no se puede entender con solo dos colores, blanco y negro. Vuelve la Isla rebelde del Caribe a acaparar titulares. La Cuba de hoy tiene el corazón en el mismo lugar geográfico de siempre, anclado en un pedazo de tierra única, mística, auténtica, inamovible.
Pero los sentimientos se han desperdigado por más de medio mundo. Lejos o cerca, nadie, en público o privado, deja de latir cuando le mencionan su patria, en el concepto más grande o chico: nación o barrio.
Por caminos dispersos todos llegan, cuando de deporte se habla, al mismo podio: la Isla que llevan dentro. Unos lo asumen, otros no. Para Loren Berto mi admiración por dedicarle sus triunfos a su Cuba. Otros reniegan, y duele, porque hay un pueblo (sin fronteras) que siente satisfacción de sus logros, a pesar del cambio de bandera.
Es raro y hasta triste —cada uno tiene su calificativo— ver a cuatro hijos del mismo vientre «peleándose» entre sí y que solo uno de ellos defienda el traje de la madre.
Unos optaron por otros rumbos siendo ídolos ya, poniendo sus intereses personales por encima de una afición que quería aplaudirlos con Cuba «pecho adentro» y «pecho afuera». Aun así se les desea toda la gloria del mundo, que en su caso no cabe en un grano de maíz.
Qué hermoso sería ver a esos hijos celebrando con ambas banderas. Yo, para ser sincero, los quisiera solo con una, la mía, la nuestra, la irredenta, que se bate aún en el deporte contra demonios que la ningunean.
Pero son otros los tiempos y las circunstancias. Así como la Isla necesita alcanzar puertos más seguros y exitosos para sobrevivir toda, deporte incluido, también sus hijos (si son buenos) han de ser agradecidos.
Quienes le deben lo que son, formados como atletas en medio de estrecheces, con ese amor de madre que se quita lo poco que tiene para verlos crecer, deberían no olvidar jamás su origen.
El podio de París 2024 del triple salto masculino es cubano, aunque no se reporte en el medallero para Cuba. Paradoja que unos aplauden y otros lamentan. Si llegaron hasta esas cumbres es también (o, sobre todo) por los olímpicos sacrificios y la obra de la Cuba donde nacieron, los captaron y formaron, hasta que decidieron entregarse a otros, hechos ya atletas de linaje. Dígase esa verdad y se hará siempre justicia.