Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Entrenadores

Hay entrenadores que son padres de sus atletas. Los enseñan, a veces, más que a sus propios hijos

Autor:

Norland Rosendo

París.— Un día de estos aparecerá en la premiación un atleta «cuerdiloco» con un artefacto pica metales y partirá en dos su medalla. Una mitad para él y la otra se la cuelga al entrenador. Habrá ojos y bocas abiertas del tamaño del pebetero olímpico parisino, mientras ambos saldrían a exhibir en su pecho la (medio) gloria compartida.

Sucederá. Vivir para ver. Y el mundo «loquicuerdo» va a aplaudir, delirantemente, obligando a los jefes del negocio deportivo a cambiar las reglas del juego: dos medallas o ya vendrán picadas.

Hay entrenadores que son padres de sus atletas. Los enseñan, a veces, más que a sus propios hijos. Entrenar tiene de ciencia y de arte. Solo cuando se juntan sentimiento y vocación el talento se pule, crece, gana. Y vienen las glorias que injustamente premian solo al atleta. Al menos, en esa ceremonia pública que merece mostrar también al maestro. Por fortuna, los deportes colectivos salvan.

Mientras, hay gestos que valen igual o más que las medallas. La proyección de Mijaín López a Raúl Trujillo es icónica. Es un festejo. Una manera muy a lo Mijaín de decirle a Trujillo: el oro es suyo, yo solo salí a conquistarlo en los colchones, en medio de los mastodontes.

Sin embargo, esta foto del amigo Roberto Morejón Rodríguez me conmovió. Es un beso de plata, después de una presea inédita para Cuba y a pocas horas de un cumpleaños olímpico.

No hace falta saber qué se dijeron. Ni si hubo palabras. En esa imagen no hay dos cuerpos fundidos; hay que usar otros ojos para entender la comunión de sentimientos, nostalgias y sacrificios.

Habría también que inventar palabras que renueven el binomio entrenador-atleta, padre-hijo en el deporte... 

Nuevos vocablos que los junten y expresen la verdadera dimensión de un abrazo así.

Este mundo hay que rehacerlo. Sobran etiquetas y falta amor. Hay medallas más allá del metal, como este beso de Filiberto Delgado a su alumna Yusneylis Guzmán, la primera cubana que sube a un podio olímpico en la lucha.

La Chiqui ganó plata. Filiberto también. Es una presea que, en buena lid, debiera llevar los rostros de ambos: anverso y reverso.

Llegará el día en que los protagonistas elegirán qué imágenes esculpir en el trozo de metal. Así habrá tantos tipos de medallas como historias personales. Efigies de atletas y entrenadores, familias y amigos, deidades y lugares...

Sigo dándole vueltas a la opción del «picamedallas». Más bien sería a la inversa, un «comparte medallas». Justiciero de podios.

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