Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ardides y trampas en el deporte

Los ideales del juego limpio predican que la ética debe primar en las competencias deportivas. Pero la historia confirma que no siempre esos justos principios se cumplen

Autor:

Juan Morales Agüero

La gloria es una meta que todo buen deportista anhela conquistar con sus actuaciones en las competencias. Implantar récord, ganarles a los favoritos o vestirse de oro devienen expectativas legítimas, siempre que se consigan mediante conductas éticas distanciadas de la artimaña y la engañifa. No obstante, atletas hay que optan por quebrantar esos principios y por la deshonestidad. Al revelarse sus trampas, la honra se esfuma y solamente queda el escarnio.

Los casos de dopaje abundan en el panorama deportivo contemporáneo. Muchas celebridades despilfarran su prestigio mediante el consumo de anabolizantes para potenciar su rendimiento en las competencias. Así, pocos se admiran ya al recordar los siete tours de Francia ganados por el ciclista norteamericano Lance Amstrong o la marca de 9,79 segundos en los 100 metros planos impuesta por el sprinter canadiense Ben Johnson en los Juegos Olímpicos de Seúl’88. Ambos pasaron de héroes a villanos al comprobarse el consumo de esteroides.

Pero los tramposos no solamente se dedican a pecar con las sustancias prohibidas. Deportistas, entrenadores y hasta equipos han echado mano a otras formas deshonestas en busca de un éxito que los catapulte a la notoriedad. Ganar por la vía más fácil los sedujo. Aquí abordaremos algunos intentos frustrados de acceder a las guirnaldas por la puerta trasera.

La historia del deporte registra como el primer tramposo de la alta competición al norteamericano Fred Lorz, quien en los Juegos Olímpicos de San Luis, en 1904, hizo en la carrera de maratón una de las trampas más famosas de las citas estivales. Ocurrió en medio de una temperatura infernal por caminos de tierra, gente a caballo y jaurías de perros. Lorz, exhausto, después de correr la mitad del tramo, le hizo señas a un coche que pasaba y lo abordó. Se bajó unos kilómetros antes de llegar al estadio olímpico y entró primero a la meta. Pero unos corredores lo habían visto subir al coche y lo denunciaron. Lorz fue expulsado deshonrosamente de todas las competiciones por la Unión Atlética Amateur de su país.

El pentatleta soviético Boris Onischenko carga el ignominioso estigma de ser uno de los mayores tramposos de la historia olímpica. En la cita estival de Montreal’76 se las ingenió para ocultar un dispositivo electrónico en el mango de su espada, debajo de una fina capa de cuero. Cuando lo presionaba, el sensor lo tomaba como un toque sin haber ni siquiera rozado el cuerpo de su rival. Fue descubierto, descalificado, expulsado y aborrecido al retornar a su país.

Una trampa impúdica involucra al portero chileno Roberto «El Cóndor» Rojas. En 1989, en un partido clasificatorio para el Mundial Italia’90 en el que su país perdía 1-0 frente a Brasil en el estadio Maracaná, simuló una herida en una ceja, según él, provocada por una bengala lanzada desde las gradas. Los chilenos, obligados a ganar, abandonaron la cancha con la esperanza de que habría un nuevo partido en terreno neutral. Pero se comprobó que El Cóndor se había autolesionado con un bisturí oculto en un guante. Fue suspendido toda la vida, aunque años después la FIFA le perdonó la censurable falta.

Otro ardid singular fue el que intentó poner en práctica la belga Femke Van den Driessche, en lo que se dio en llamar «fraude tecnológico». En el 2015, en el campeonato mundial de ciclocross celebrado en su país, la corredora —una de las favoritas— fue descalificada
cuando un moderno sistema de escaneo con resonancia magnética descubrió que en el tubo del sillín de su bicicleta estaba oculto un diminuto motor con su batería, el cual se manejaba con Bluetooth desde el manubrio.

La obsesión por eludir pruebas antidoping ha puesto al descubierto variopintas tretas. Entre las más sonadas figura la del púgil norteamericano Mike Tyson, notorio por haberle arrancado de un mordisco un trozo de oreja a su rival Evander Holyfield en un combate celebrado el 28 de junio de 1997.

Tyson reveló en una entrevista que, al someterse a una prueba antidoping, solía usar un pene falso acoplado con un fino tubo a un frasco lleno con orina de su esposa. Una artimaña similar usaba el ciclista belga Jacques Anquetil, a quien le descubrieron en un examen un sofisticado sistema de tubería plástica que le servía para trasladar desde una axila hasta la portañuela un bulbo repleto de orina que no era suya.

El pelotero dominicano Sammy Sosa intentó también pasar gato por liebre en un juego. El 3 de junio de 2003, en un turno ofensivo frente al equipo Tampa Bay, conectó un rolling que hizo trizas su bate de madera. Para asombro general, de su interior salieron trozos de corcho, material prohibido por las ordenanzas de las Major League. El triste incidente lo acompaña desde entonces y les ha dado argumentos a quienes rechazan que ingrese al Salón de la Fama de Cooperstown.

Otro fraude repudiable lo protagonizó el boxeador boricua Luis Resto, quien, ávido por ganar dinero y notoriedad, estuvo a punto de matar sobre el ring al norteamericano Billy Collins en la que se considera la pelea más sucia de la historia del pugilismo. Los hechos ocurrieron el 16 de junio de 1983 en el neoyorquino Madison Square Garden y su dramático corolario constituye todavía una gran vergüenza.

Collins terminó con el rostro desfigurado por los golpes. Pronto se supo que no fue por la pegada de Resto, sino porque este, en complicidad con su entrenador, había endurecido con yeso los vendajes dentro de los guantes. Fueron  enjuiciados y condenados a tres años de cárcel. Collins no pudo seguir con su carrera porque el daño sufrido le afectó su visión y corría el riesgo de perderla por completo si recibía un golpe más. Se suicidó lanzando su automóvil contra un barranco.

Otra trampa con visos de escándalo se develó cuando el medio The Atlhetic publicó que los Astros de Houston —equipo de las Grandes Ligas del béisbol— robó durante el año 2017 las señas entre los lanzadores y los receptores rivales por medio de una cámara de video colocada en el jardín central cuando jugaba de local. El dispositivo estaba conectado a un monitor en el dogout. Las imágenes propiciaban que los técnicos, por medio de sonidos, comunicaran a los bateadores el tipo de lanzamiento que utilizaría el serpentinero rival. En ese año 2017 —¿casualmente?— los Astros ganaron la Serie Mundial.

Las sanciones por tamaña deshonestidad clasifican entre las más rigurosas aplicadas por mala conducta en la historia del béisbol: una multa de cinco millones de dólares, despido de varios directivos y deshabilitación para sus selecciones amateur. Los Astros encajaron un duro golpe en su prestigio y el tema devino comidilla en los medios periodísticos.

Un ardid de cambio de sexo ocurrió en los Juegos Olímpicos de 1936, en Berlín, capital del Tercer Reich. En esa ocasión, Dora Ratjen representó a Alemania en salto largo y obtuvo el cuarto puesto. Dos años después, impuso una marca mundial en el campeonato europeo celebrado en Austria. Allí se descubrió que su verdadero nombre no era Dora, sino Hermann Ratjen, y que se había hecho pasar por mujer obligado por los nazis. Al revelarse la engañifa, la despojaron de las preseas y le prohibieron participar en competencias deportivas futuras.

Por último, una de ajedrez. En el año 2013, durante una partida en el Torneo Abierto de Estrasburgo, Francia, el Gran Maestro ruso Igor Rausis fue pillado in fraganti mientras usaba su teléfono móvil en los servicios para consultar en internet la mejor jugada, algo expresamente prohibido por el reglamento. El jugador fue expulsado de la competencia.

Las trampas han existido siempre en los deportes. Pero, a la larga, la justicia triunfa y buena parte se descubre. Con su develación terminan el prestigio y el honor. La vergüenza por no haber ganado en buena lid impide a sus comisores franquear con la frente alta la puerta de la historia.

Un sofisticado sistema de escaneo en la bicicleta de la ciclista belga Femke Van den Driessche descubrió un pequeño motor con batería oculto en el tubo del sillín. Foto: Tomada de El Confidencial

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.