Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Que aguante el corazón, y que siga la fiesta!

Por muchos días, gracias a las bolas y los strikes, hemos dejado a un lado  los duros momentos por los que atraviesa nuestra sociedad y regresamos en significativa multitud a nuestros queridos estadios, que parecía correrían la misma suerte que muchos parques, cines y otras instalaciones deportivas, por solo citar un par de ejemplos

Autor:

JAPE

Debo admitir que no soy optimista para nada. Quizá la vida me ha llevado por adversos derroteros, pero no es justificación admisible; ni siquiera achacarlo al carácter y la personalidad. Digo esto porque por estos días he estado rodeado de tanto optimismo, más allá del fuero interno y externo del fanático a ultranza, que no me queda de otra que quitarme el sombrero ante tanta devoción y lealtad.

Sí, hablo de nuestro pasatiempo nacional y su temporada de playoff, el suceso más intensamente popular, de desbordante pasión y festividad, acontecido desde antes de la pandemia.  Ya es sabido que para la humanidad, y particularmente en la vida del cubano, existe un antes y un después de la pandemia de la COVID-19, con muy marcadas e imborrables huellas en la memoria.

Por muchos días, gracias a las bolas y los strikes, hemos dejado a un lado (que no resueltos, ni olvidados) los duros momentos por los que atraviesa nuestra sociedad y regresamos en significativa multitud a nuestros queridos estadios, que parecía correrían la misma suerte que muchos parques, cines y otras instalaciones deportivas, por solo citar un par de ejemplos.

Con más o menos luces, con más o menos butacas, con más o menos ofertas gastronómicas, varios estadios de béisbol, a lo largo de la Isla, cobraron vida, se llenaron de esa energía que seduce y atrapa, que es contagiosa y logra que te sumes y te dejes tragar por las inmensas fauces en que se convierte un estadio lleno de miles y miles de fanáticos, fanáticas, congas y congos… y no lo digo por la inclusión en el idioma, sino porque ya lo apunta nuestro refranero popular: en Cuba quien no tiene de Congo, tiene de Carabalí…

A lo largo de estos días he visto más de una de esas personas de las que hablaba Zumbado en su texto del hombre que quería enlatar el sol. Ese entusiasta aficionado que, aunque su equipo esté en el noveno, con dos outs, bases limpias y perdiendo por diez carreras grita: ¡arriba, que ahora sí lo cogemos! No hay rival grande ni chiquito, amateur o profesional, ni de aquí ni de allá: ¡El terreno dice la última palabra! Quién conoce de béisbol sabe que es verdad. ¿Y existe alguien que sepa más de pelota que un cubano? ¡No lo creo!

Por eso, al igual que dice mi colega y hermano Boris Luis Cabrera, agradezco hasta el infinito a ese supuesto directivo, a ese hipotético, pero verdadero hombre o mujer de dos dedos de frente, que dio un puñetazo sobre el buró y conminó a que sí se tenían que transmitir los playoff, que sí tenían que priorizarse los estadios, qué sí tenía que ser la fiesta del pueblo, cuando la decisión más fácil y «justificada» era (y fue) la del menor esfuerzo, la de trastocar, una vez más, la desidia con la miseria, el trasero con la llovizna.

Agradecemos a todas esas personas que desde su encomiable esfuerzo hicieron posible que la pasión, aparentemente extinta, regresara a las venas de esta nación pelotera por innegable derecho.

Escribo estas líneas a apenas unas horas de iniciada la gran final. Como eterno pesimista que soy, no le veo muchas posibilidades de ganar a mi equipo, aunque, como dijo un aficionado en el pasado séptimo juego en el Guillermón, ya hay un ganador: el pueblo.

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