Incluso después de tantos años, el capitalino sigue siendo es uno de los principales referentes para los ajedrecistas de hoy. Autor: Pinal Chess Publicado: 08/03/2022 | 12:03 pm
En un rápido debate con un amigo, discutíamos sobre los cinco mejores deportistas que ha parido Cuba en su historia. Imposible coincidir en cinco nombres cuando se trata de un país con tantos atletas con cualidades excelsas. Pero uno encontró la aprobación instantánea de nosotros. Si alguien merece ser incluido en ese top five es José Raúl Capablanca y Graupera, un genio nacido en 1888 y fallecido un 8 de marzo hace ocho décadas.
Sobre la muerte del único campeón mundial absoluto de ajedrez de la isla no se ha escrito poco. Un día antes de su desaparición, se encontraba en un local ajedrecístico de Manhattan, en la cosmopolita Nueva York. Observaba una partida entre dos jugadores inexpertos, a la vez que conversaba y reía.
Cuentan que pidió ayuda para retirarse el abrigo y de pronto se desplomó. Eran las 10 y 30 de la noche, aproximadamente, cuando el habanero cayó al suelo, cual rey en jaque, en un club que solía visitar a menudo. Siete horas después, a las 5 y 30 de la mañana del ocho de marzo de 1942, falleció en el Hospital Mount Sinaí, a donde llegó en estado de coma.
Tánatos no le dio chances de defensa, cero estrategias para un gran estratega, y la derrota sucedió de manera rápida e inesperada, como raras veces pierden las mentes brillantes, a los 53 años. Una hemorragia cerebral causada por la hipertensión arterial provocó el deceso del ajedrecista elegante y muy educado que calificaron como el más grande de todas las épocas.
Curiosamente, el 11 de enero de 1941, casi un año antes, murió en el mismo hospital el alemán Emanuel Lasker, a quien José Raúl superó convincentemente, en 1921, en el match por el título del Campeonato Mundial, en La Habana.
El cuerpo del maestro fue trasladado a Cuba en barco y llegó seis días después de la defunción. Actualmente descansa en la necrópolis de Colón, custodiado por un imponente rey de mármol de Carrara, obra del escultor capitalino José Florencio Gelabert.
Los restos de Capablanca yacen en un sencillo pero bello mausoleo en la necrópolis de Colón.