Salvo las promociones y los atuendos de quienes nos recibieron en el aeropuerto de Narita, no parece que estamos en la sede de los Juegos Olímpicos. De las sonrisas de bienvenida, pocas, apenas supimos por los ojos. Tokio no vive un buen momento con la pandemia de COVID-19. El primer récord (para nosotros, otras delegaciones han pasado más tiempo) fueron las cerca de diez horas dentro de la terminal aérea, con varios movimientos previos al inicio del test para confirmar que entrábamos limpios al país. Nos recordaron el tiempo gastado en algunos trámites burocráticos en nuestra Isla. De esos de vuelta y vuelta, y más vuelta.
Ante cada movida de un sitio para otro, incluso retornando al anterior, el equipo de prensa nuestro respondía con un chiste a lo cubano. Ocha es el pesquisador virtual que exigen actualizado, pero al final no funcionó para nosotros como debía. Y ocha veces hubo que explicar y sacar papeles, y volver a mostrar documentos, y otra vez enseñar la pantalla del móvil donde no aparecía el código QR que debía generar. Al final, entramos a Japón. Pero de ocha nada, yo lo sigo actualizando por si acaso…
Del aeropuerto al hotel vimos la ciudad, ya sin sol. La misma de siempre, nada nuevo que recuerde al visitante que estamos en la capital del mundo por algunas semanas. Esplendor, tecnologías, futuro. Y COVID-19 (dicen y se lee en los medios). Mucha. Ahora tocan tres días de aislamiento en el hotel, pequeño, confortable. Bajé al pequeño restaurante y en japonés me dijeron (supongo): «Suba a su habitación. Allá le llevarán su desayuno». Entendí solo los gestos, sobre todo un dedo, muy ecuánime, como su dueño, apuntando al elevador. Menos mal que ya me había servido un café.
En la puerta me han dejado colgada una jaba con panes y refrescos. Otra con toallas y algunos efectos de aseo. Siento los carros a lo lejos. Estamos los de siempre al otro lado de la pantalla de la pc o el móvil, y yo. Abro una ventana. Cielo despejado. Trozo de sol de Cuba entró como un rayo. Abraza y abrasa. La avenida queda a una cuadra, pero unos edificios sin mucho linaje bloquean la vista.
Alfredo Despaigne me da la bienvenida. Virtual. Está en otra ciudad, dice que me cuide. Japón es muy estricto. No se puede jugar con el protocolo que han diseñado para evitar contagios del mortal virus durante la olimpiada. Esta promete ser una cobertura inusual. Y aquí, entre sopas y fideos, contaremos las historias. Ocha mediante.