Mambrini. Autor: Cubahora Publicado: 21/09/2017 | 07:00 pm
A Mambrini, a Lorenzo Mambrini, un balón le baila en la mirada. El 3 de julio último celebró su cumpleaños 39. Nació en Florencia, una de las cunas del espíritu renacentista, mas su arte sería otro. Ir al estadio era la salida favorita de la familia. Su padre era futbolista, así que los goles llegaban a domicilio. A nadie extrañó la decisión tempranera del bambino, que ya tenía destino marcado.
Durante dos décadas jugó en equipos de Italia, España y Francia. En Pisa, Venecia, Arezzo, Elche, Perugia, Málaga, Tenerife y Montpellier, pueden dar noticias suyas. No importaba la liga o la categoría, sino la pasión. Mediocampista. Todavía lleva el número 10 a la espalda. Todavía ostenta el récord en su país natal: 32 tiros de penalti sin fallar.
Una lesión en la Copa Italia de 2011 lo alejó definitivamente del terreno como jugador profesional; mas solo se abría otro capítulo en su vida. A Cuba lo trajo el amor. El amor siempre es el camino. Solía viajar con frecuencia a la Mayor de las Antillas junto a su esposa. Fue inevitable que el fútbol le tendiera nuevos puentes… hasta que se vio entrenando a un grupo infantil en Guanabacoa, en el estadio Quintín Banderas. «Ver a los niños felices es la cosa más grande de este mundo», asegura.
Europa le hubiera sido más fácil seguramente, pero su abuelo Bruno le había pedido que brindara su experiencia en la tierra del Comandante Fidel, a quien tanto admiraba. Y Mambrini era, es, un hombre hecho a los retos.
Cuando otras puertas le fueron esquivas, Santiago de Cuba le abrió las suyas y con ellas, el apoyo de las máximas autoridades del territorio. No faltaron Alina Sánchez Revilla y Jorge Isaac Querol, directora de deportes y comisionado de fútbol en la provincia, respectivamente.
La celebración de los 500 años de la villa santiaguera resultó el impulso. En el propio 2015, el once indómito salió del sótano para ubicarse en un honroso cuarto puesto. El italiano se prometió entonces, les prometió a los «Diablos Rojos» que subirían al podio.
Mambrini se adelanta a la pregunta que flota en el aire. Previamente hubo un recorrido por los municipios santiagueros, una captación que unió el compromiso con la camiseta y el deseo de jugar, a las condiciones físicas. Sin esquemas, sin que fuera definitivo el hecho de que los talentos pertenecieran a escuelas deportivas o que jugaran en la calle. De todas formas, habría que trabajar…
El entrenamiento incluyó sesiones en el terreno y sesiones en la pizarra. Jugadas tácticas fijadas en la memoria y en los pies. Hubo que tomar decisiones difíciles, pero la disciplina y la estrategia así lo exigían. El apoyo del colectivo técnico fue uno de sus baluartes.
«Antes de ser futbolista, hay que ser buena persona», es el pensamiento que trató de insuflar a sus pupilos, sin olvidar aquello que le dijera el destacado jugador Carlo Ancelotti: el fútbol es también «el gimnasio de la vida».
Admirador del francés Michel Platini, en el orden puramente futbolístico Mambrini es devoto del equilibrio. Equilibrio es su palabra favorita. No hay buena ofensiva sin una esmerada defensa. Así trabajó, así lo demostró en los estadios de todo el país, así blindó al equipo.
«Les he dicho a los muchachos que esto se lo contarán a sus hijos». No exagera. La actuación de Santiago de Cuba tiene ribetes de hazaña. Por vez primera en más de un siglo, un equipo gana el campeonato nacional de manera invicta. Es algo inusitado en la historia futbolística, incluso más allá de nuestra geografía.
La prensa italiana le ha dedicado titulares, se los ha ganado. Hace nueve meses no ve a su familia, la de la sangre, digo. La otra ya la ha conquistado. La vuelta a Florencia parece ser su próxima parada, porque allí se impartirá un curso FIFA. La actualización es capital para un entrenador. De Cuba admira la sonrisa de la gente para enfrentar el día a día. Y sabe dar gracias. «Gracias Santiago», repite, como un doble homenaje.
—¿Y ahora?
—Pues… iré adonde el corazón me dicte. Aquí dicen que ojalá sea Cuba.
Y pienso que va a gritar golllll en la despedida, o acaso lo imagino. Hay un balón que salta en su mirada.