Yohandri Urgellés, William Luis, Irandy Castro, Marcos L. Fonseca, Michel Martínez y Yandrys Canto, algunos de los que vestirán camisetas diferentes esta temporada. Fotos: Juan Moreno Autor: Juan Moreno Publicado: 21/09/2017 | 06:16 pm
Existe consenso en que uno de los grandes retos que enfrenta el béisbol cubano es elevar el nivel de la Serie Nacional. A la vez, le urge —por más de un motivo— apurar el paso en el desarrollo de sus prospectos, pues en las actuales circunstancias muchos de ellos serán los encargados de darle brillo al torneo élite del pasatiempo nacional.
Concentrar la calidad parece un paso lógico, pero ¿cómo lograrlo a partir de un certamen de 16 equipos, en una isla de apenas 11 millones de habitantes? ¿Qué hacer cuando no pocos elencos, años tras años y por las más diversas vías, han perdido sus mejores efectivos, muchos de ellos jóvenes en franco desarrollo? ¿Cuál sería la variante más conciliadora, aquella que menos afecte al crecimiento beisbolero del territorio, y a la vez contribuya a estructurar, con la misma cantidad de participantes, un torneo competitivo y equilibrado?
Son apenas algunas de las interrogantes que sobrevuelan el panorama del momento, y sin duda, de difícil respuesta si se tienen en cuenta todos los intereses en juego.
La notable «sangría» que ha experimentado en los últimos tiempos el béisbol doméstico —cerca de 80 jugadores dejaron de estar disponibles en los dos últimos años— afecta a todos los equipos que concursarán en la venidera campaña. A unos más que otros, pero ninguno ha logrado escapar a la tempestad.
Por eso, cada uno ha echado mano a la estrategia que ha creído más conveniente para reconfigurar, al menos, su presente más inmediato, aun cuando el futuro siga pareciendo incierto. Y, aclaro, ha sucedido otras veces. El fenómeno cuenta con precedentes —también unos más afortunados que otros—, solo que hemos llegado a un punto en que las «permutas» han dejado de ser algo raro para un torneo que presumía de territorialidad a ultranza. Para bien o para mal, pero es la realidad.
El hecho de que los Cocodrilos de Matanzas hayan roto esta vez sus récords de incorporaciones de un golpe —sumaron seis efectivos «foráneos»—, parece sintomático. ¿Hay que alarmarse por eso? Para mí, no más que por los motivos, y depende del análisis que se haga.
No es un secreto que ha sido el territorio yumurino uno de los más afectados por el éxodo de jugadores. En el tránsito a su consolidación como protagonista en los recientes torneos, el line up titular perdió a su receptor, segunda base, torpedero —sus dos sustitutos también—, dos de sus mejores jardineros y algunos puntales de su staff de lanzadores. Casi nada.
Tapar los huecos con los actuales jugadores de categorías inferiores era una alternativa, pero hacerlo a partir de una novena que acaba de anclar en el último puesto del recién Campeonato Nacional sub-23, no prometía muchas posibilidades de éxito inmediato.
Ahora bien, es un hecho que la ruta elegida prioriza, la competitividad por encima de la formación del talento local. Se pudiera decir que es un parche para disimular la endeble base que debiera sostener en el futuro no muy lejano un modelo exitoso de gestión deportiva.
Más allá de eso, me parece lícito el procedimiento, mientras no se hayan violado unas reglas que deben ser parejas para todos. De momento, no me parece el caso, porque ninguno de los incorporados hubiese podido «migrar» voluntariamente sin el consentimiento de las autoridades beisboleras de sus respectivas provincias.
Además, sería injusto condenarlos a la inactividad al no ser considerados útiles en la tierra donde se formaron, o cuando por variopintos motivos, algunos de índole estrictamente personal, un jugador haya tenido que cambiar el lugar de residencia. Reitero, siempre y cuando se respete un reglamento que proteja el trabajo del territorio, y que, como todo, puede ser perfectible.
Igual de válida, pero con un proyecto a más largo plazo, ha sido la apuesta de los Toros camagüeyanos o de los Elefantes cienfuegueros. También sus mejores recursos se han bajado del carro, y por enésima vez sus directivos comienzan un camino de reconstrucción, apuntalado por las nuevas caras. La mitad de los actuales jugadores agramontinos emergen de la categoría sub-23, fuente de donde provienen 15 de los nombres inscritos en el roster de los paquidermos.
Sin duda, el tema resulta polémico. Controversia hubo cuando los hermanos Gourriel recalaron en Industriales, cuando en su momento Guantánamo no pudo retener a Dainer Moreira, o el día que Santiago de Cuba evitó la movida de Danny Betancourt hacia Matanzas. Criterios encontrados habrá en lo adelante, porque la mudada de los guantanameros Vismay Santos y Yoenis Southerán a Las Tunas, o la «recogida» de unos cuantos jugadores que, previo acuerdo entre las partes involucradas, han sido cedidas por tiempo determinado, no serán las últimas variaciones sobre el tablero del béisbol cubano.
En medio de estas realidades, la territorialidad terminará imponiéndose a partir del respaldo de los aficionados, y las experiencias con los refuerzos han sido elocuentes. Ignorarlas sería como frenar la vida.