BEIJING.— «Ya viene», dijo alguien y de nuevo comenzaron los empujones. Renacía la batalla por hacerse un sitio junto a la baranda que delimita la zona mixta del estadio.
Dayron bajó tranquilo, rodeado por un mar de camarógrafos impertinentes. «Ahora puedo decir que soy el número uno, pues tengo el récord mundial y el título olímpico. Mucha gente pensó que yo no podía, pero aquí está la medalla», dijo cuando lo provocaron.
Todavía estaba caliente su victoria en la final de los 110 metros con vallas, sacándole una clara diferencia a todos los rivales. Corrió contra su propia sombra —solo él bajó de los 13 segundos (12:93)—, pero se negó a vanagloriarse.
«Tengo unos rivales muy fuertes que están al acecho. Los estadounidenses son excelentes corredores. También Liu Xiang, quien es tan grande como China. Me hubiera gustado competir contra él y darle a este pueblo ese gran espectáculo. Pero no pudo ser. Deseo que se recupere», confesó sin alardes.
«No vine a buscar un récord, sino la medalla de oro. Traté de asegurar el resultado. Sobran las historias de triunfos que se escapan en un segundo y no quería que eso me pasara. También me cuidé de la resaca de la lluvia, aunque me gustan los días frescos», explicó sobre la carrera.
«Mi madre es mi principal inspiradora, pero agradezco mucho el apoyo de toda mi familia. Pienso ahora en Anier García, el gran campeón de Sydney 2000, quien puede decirse que marcó el camino. Y debo reconocer a mi entrenador, Santiago Antúnez, cuya grandeza no puedo describir. Las medallas hablan por sí solas de sus méritos», declaró finalmente antes de entrar a los vestidores.
Como en el mar, la corriente nos había arrastrado sin darnos cuenta y no fue sencillo regresar a nuestros puestos en la tribuna de prensa. Pero íbamos «flotando», sin prisa alguna. Ahora podía acabarse el mundo.
Señales de humoDavid Giralt terminó cuarto en la prueba de triple salto, pero logró el mejor brinco de su vida: 17,52 metros. Fue una batalla durísima.
Para imponerse, el portugués Nelson Evora, campeón mundial, tuvo que hacer su mejor marca del año: 17,67. Apenas cinco centímetros por debajo quedó el británico Phillips Idowu, en tanto el bahamés Leevan Sands fue tercero con 17,59, récord de su país.
En la otra final con presencia cubana, la jabalinista Osleidys Menéndez logró un discreto envío de 63,35 metros y finalizó en el sexto escaño. Se extrañaron aquellos disparos suyos que atravesaban el mundo. Sobre todo, porque la checa Barbora Spotakova (71,42) y la rusa María Abakumova (70,78) soltaron sendos misiles.
Ya no llovía al final de la noche, pero bajó la temperatura. Así, el rey de los deportes durmió tranquilo.