Ser árbrito es una tarea muy difícil, pero lo importante es tener carisma, y al mismo tiempo, criterio y estilo. Ello forja la autoridad. Foto: Alex Castro El grito emergió desde muchas gargantas el pasado domingo, cuando una fatal decisión de los árbitros torció el rumbo del juego entre Pinar del Río y Sancti Spíritus. Así lo atestigua el chaparrón de airados mensajes que cayó luego sobre esta esquina.
Ciertamente, a estas alturas ya todo el mundo sabe que los oficiales se equivocaron. Debió decretarse out sobre el bateador espirituano José Luis Sáez, quien abanicó al tercer strike antes de que la pelota le pegara en su anatomía.
¿Por qué no jugó Pinar del Río entonces bajo protesta?, es la pregunta recurrente de muchos aficionados. No lo sabemos, pero suponemos que fue porque la jugada es de apreciación y no iba a prosperar la reclamación. Recordemos que, por la misma causa, tampoco tuvo efecto la demanda del manager tunero, Ermidelio Urrutia, en el tercer choque de su play off contra Santiago.
Ser árbitro es una tarea muy difícil, porque su imparcialidad es tan cuestionada como la objetividad en el Periodismo. Así, lo importante en ambos casos es tener carisma, y al mismo tiempo, criterio y estilo. Es la única forma de que la gente perdone nuestros errores, pues estos son siempre visibles y nunca se pasan por alto.
Y como muchas de las opiniones que hemos recibido son impublicables —hay quien no pierde la fea costumbre de ofender para intentar ganar las discusiones—, desempolvo entonces una crónica del gran Elio Menéndez, colega ya jubilado que se extraña en nuestras páginas:
«Con la muerte de Amado Maestri, el 25 de septiembre de 1963, próximo a cumplir los 54 años de edad, el béisbol cubano perdió al mejor de sus árbitros, devenido paradigma para los jueces por su autoridad, entereza y honestidad a toda prueba.
«Muchas son las anécdotas por contar de Maestri, pero ninguna tan mentada como la que tuvo lugar aquella tarde de 1947 en el Delta Park, de México, cuando expulsó del terreno al millonario Jorge Pasquel, presidente de la Liga, porque, acompañado por dos ayudantes, bajó al diamante a protestarle una decisión.
«Testigos del hecho narraron que Maestri se enfrentó al descompuesto ejecutivo, y con tono que no dejaba margen a las dudas, le advirtió: Señor Pasquel, usted manda en las altas esferas de esta pelota, pero en el terreno mando yo. Ahora mismo, usted y quienes le acompañan vuelven a los palcos, o doy por terminado el desafío... Amado sacó entonces la escobilla, barrió el home, y cuando levantó de nuevo la cabeza, ya Pasquel y compañía habían abandonado el diamante.
«Entrevistado por los periodistas al término del choque, Maestri declararía a los asombrados reporteros: De cualquier Liga me marcho si su presidente baja al terreno a pedirme cuentas por una decisión que solo a mí me corresponde.
«Al día siguiente, un calmado Pasquel ofreció excusas al árbitro cubano, pero este ya había decidido partir de regreso a La Habana.
«Otra anécdota que pinta de cuerpo entero al oficial que fue Amado, es la siguiente: En el invierno de 1941 estuvo en Cuba el equipo Dodgers de Brooklyn, que venía de perder la Serie Mundial de Grandes Ligas frente a los Yankees de Nueva York. El manager de los visitantes era Leo Durocher, a quien la prensa de su país llamaba Lipidia debido a su polémico carácter.
«Para hacer honor a su fama de belicoso, Durocher quiso ponerle rabo a Maestri, y ni corto ni perezoso, este lo situó rápidamente: Míster Durocher, usted es un malcriado que gusta de robarse el show a costa de los árbitros, pero aquí no va a poner en ridículo a los jueces cubanos... Y señalando con el dedo íncide hacia los vestidores, lo mandó a darse una refrescante ducha.
«Muchas historias más pudieran contarse del Maestri que a comienzos de los años 40 ripostó la agresión del fornido receptor yanqui Dixie Howell, rompiéndole la frente de un caretazo. Pero ninguna tan humana como aquella que derivó de los sucesos del 26 de noviembre de 1952 en el Grand Stadium de La Habana, durante un partido correspondiente a la Liga Cubana de Béisbol Profesional.
«Esa noche, Maestri evitó que la policía batistiana masacrara a un grupo de estudiantes liderados por José Antonio Echeverría, lanzados al terreno para convocar a un acto de condena al tirano, programado para el día siguiente en la escalinata universitaria.
«Al ver la golpiza de que eran víctimas los muchachos, Maestri encaró a la policía y le exigió abandonar el terreno. Una vez más imponía su autoridad.
«Mucho tiempo después de su muerte, a Maestri se le sigue tomando como ejemplo a imitar. Sin embargo, ¿fue Maestri un árbitro diferente?
«En el conteo de bolas y strikes se equivocaba como cualquiera. Lo que sí lo distinguía sobre el resto de sus compañeros, lo que lo hizo diferente, fueron su probada entereza, y su convicción y autoridad al decidir.
«Ni los hermanos Pasquel en México, ni Durocher en La Tropical, ni la policía batistiana en el Latino, pudieron burlar esa autoridad... ¡En el terreno mando yo!
En fin, solo me queda añadir el consejo de mis maestros de la Universidad: el periodista no es el protagonista de las historias que cuenta, ellas están ahí y no pueden cambiarse. Nuestro talento está en hacer que los otros hablen.
Y en el caso de los árbitros sucede lo mismo: los peloteros son quienes deben influir en el curso de los acontecimientos. El buen oficial, precisamente, se cuidará siempre de no decidir un juego.