En pos de respirar el mejor aire posible, casi un tercio de los vehículos que circulan por Beijing tendrá una circulación limitada durante los 17 días de competencias. Foto: AP
Cuando el 13 de julio de 2001, la familia olímpica reunida en Moscú decidió otorgar a Beijing la sede de los venideros Juegos estivales, se daba por sentado que, entre los enormes retos a enfrentar por la capital china para la exitosa organización de la cita, el complicado panorama medioambiental de la gran urbe sería una de las preocupaciones esenciales.
La propuesta china, basada en la promesa de «Un nuevo Beijing y una grandiosa Olimpiada», asumió como sus tres principales conceptos la responsabilidad de organizar unos Juegos populares, tecnológicos y ecológicos.
Y la población ha hecho suyo el proyecto, como muestran las más de 500 000 inscripciones para trabajar como voluntarios (se necesitarán cinco veces menos). Además, la posición de vanguardia que ostenta China en la introducción de las nuevas tecnologías e innovaciones en telecomunicaciones, garantizarán un elevado nivel tecnológico para el certamen.
Así, el sostenido crecimiento demográfico e industrial de la ciudad, ha generado las mayores inquietudes para el Comité Organizador, enfrascado en una monumental batalla por llegar al 8 de agosto de 2008 respirando el mejor aire posible.
Antes de la tormenta
En el seno del movimiento olímpico se ha ganado conciencia de la responsabilidad que tiene la comunidad deportiva en la preservación del medio ambiente, así como en el impacto negativo que pueden causar a la ecología la organización de unos Juegos Olímpicos sin la planificación adecuada.
El tema cobró fuerza en los días cercanos a la inauguración de los XVI Juegos Olímpicos de Invierno, en Albertville, Francia, y durante la cita veraniega de Barcelona, ambos en 1992, cuando las federaciones internacionales y los Comités Olímpicos nacionales firmaron la declaración Compromiso con la Tierra (Earth Piedge).
Dos años más tarde, los juegos invernales celebrados en Lillehammer, Noruega, fueron declarados los primeros «Juegos Verdes» por la especial atención que prestaron sus organizadores a la protección medioambiental, y poco después en París, durante la celebración del Congreso del Centenario, el Comité Olímpico Internacional (COI) introdujo en su Carta un artículo mediante el cual se comprometía a «velar porque los Juegos Olímpicos se desarrollen en condiciones que revelen una actitud responsable ante los problemas del medio ambiente».
Conscientes de la prioridad dada por el COI a los aspectos ecológicos, las autoridades chinas se adelantaron a los requerimientos del organismo deportivo y presentaron un ambicioso plan con el propósito de reducir al máximo el impacto de la cita estival sobre el entorno local.
Apenas concluida la asamblea de Moscú, sometieron a revisión todos los programas de desarrollo y protección ambiental y comenzó la inversión de millonarios recursos para concretar, con tres años de antelación, las metas trazadas para el saneamiento, incluidas en el plan quinquenal 2006-2010.
En el plano constructivo, se dispuso que las 12 nuevas instalaciones y las que debían ser remodeladas adoptaran tecnologías respetuosas con el entorno, y se establecieron una serie de guías maestras para el diseño y construcción de los recintos bajo estándares ecológicos superiores a los existentes en el país.
Así, instalaciones como el Centro Acuático Nacional, bautizado como «Cubo de Agua», utilizará más de 100 000 metros cuadrados de planchas de ETFE (etileno-tetrafluoroetileno) en su cubierta exterior, con el objetivo de ahorrar la mitad de la energía que se necesitaría durante el día para su iluminación.
Y este no es el único ejemplo novedoso en la utilización de fuentes renovables, reciclaje de agua y tratamiento de residuales. También se inició la reubicación fuera de la ciudad de las industrias más contaminantes, las cuales pertenecen a las ramas siderúrgica y química, así como el empleo de combustibles limpios en todos los grandes hornos.
Igualmente, se potenció un extensivo programa de reforestación de la ciudad con el objetivo de elevar las áreas verdes urbanas hasta un 48 por ciento de la superficie.
Sin embargo, a mediados de 2006, una tormenta de polvo y arena cubrió por octava ocasión en el año a Beijing, y las más de 300 000 toneladas de partículas dispersas en el aire reportadas ese día por la Estación Meteorológica de la ciudad, reavivaron los temores y fueron una prueba de lo mucho que restaba por hacer para concretar en China otros «Juegos Verdes».
Una batalla de cuatro ruedas
El Centro Acuático de Beijing utilizará más de 100 000 metros cuadrados de planchas de ETFE (etileno-tetrafluoroetileno), para ahorrar la mitad de la energía que se necesita durante el día para su iluminación. El pasado 8 de agosto, el reto ambientalista de Beijing entró en su recta final, y lo hizo en «estado de alerta» luego de las declaraciones a la prensa del belga Jacques Rogge, presidente del COI, sobre la posibilidad de reprogramar pruebas de resistencia disputadas al aire libre, debido a la contaminación atmosférica de la ciudad.
Sin dudas, los avances de la capital china han sido notables, pues los días de calidad de aire grado II —un estándar estatal utilizado para medir la contaminación atmosférica— crecieron de 100 a 241 entre 1998 y 2006. No obstante, subyacen aún preocupaciones como las de Lynne Coleman, jefa de la comisión médica del Comité Olímpico de Nueva Zelanda, para quien «se necesita cierto tiempo para adaptarse al horario, el calor o la humedad, pero uno no puede hacerlo a la contaminación, y esa es una de las principales preocupaciones de algunos atletas con vistas a la Olimpiada».
Lograr el equilibrio ambiental será, pues, un desafío difícil, máxime por la existencia de alrededor de tres millones de vehículos automotores circulando por las calles de la ciudad. Y esa cifra pudiera crecer en 300 000 antes de la inauguración de los Juegos.
Apoyados en experiencias de otras latitudes, incluso en las implementadas hace un año durante la celebración del Foro de Cooperación China-África celebrado en Beijing, el Comité Organizador aspira a controlar la contaminación generada por los autos, principal causa de polución en la mayoría de las ciudades del país.
En aquella ocasión se limitó la circulación de cerca de 900 000 vehículos particulares, pero ahora los cálculos indican que será necesario detener casi un tercio de los existentes durante los 17 días de competencias. Para eso, hace apenas unos días, entre el 17 y el 20 de agosto pasados, la ciudad adoptó una prueba piloto en la que alternaron la circulación los autos con matrículas pares e impares, y que fue evaluada de exitosa por las autoridades medioambientales chinas.
Según los especialistas, los niveles de contaminación durante las cuatro jornadas de prueba oscilaron entre 93 y 95, y siempre que el índice se encuentre por debajo de 100 significa que la calidad del aire es buena o excelente, y por lo tanto, apta para la realización de cualquier tipo de actividad, incluso las más exigentes dentro del deporte.
Ellos están conscientes de que la medida no garantiza que desciendan considerablemente los niveles de contaminación, por lo que también se prevé la implementación del nivel III del Estándar Nacional de Emisiones —similar al europeo— a los vehículos automotores para reducir en un 50 por ciento sus emanaciones de gases nocivos.
Además, se pretende extender en cantidad y horarios de servicios el transporte público, y el desarrollo de una red de metro y trenes ligeros que absorba el diez por ciento del tráfico de la ciudad, amortigüe el impacto de las limitaciones a los autos privados, y evite los molestos «embotellamientos».
Asimismo, se planea contener la habitual quema de carbón en las regiones periféricas, cuyos residuos llegan a Beijing por las fluctuaciones del viento, y hasta los meteorólogos prueban lanzamientos de cohetes al cielo para generar nubes de lluvia, cuya precipitación contribuiría a purificar el aire durante la cita.
De cualquier forma, el éxito de la mayoría de las medidas depende mucho del apoyo popular que reciban, y hasta el momento, los chinos han sacado notas sobresalientes por su entusiasmo de cara a los Juegos.
Miles de ellos, como otros tantos que visitarán Beijing el próximo verano, podrán disfrutar además de 50 000 bicicletas de alquiler para recorrer sus avenidas, trasladarse a los estadios, y materializar su aporte por una ciudad más limpia.
Así, cuando concluyan los históricos Juegos Olímpicos de Beijing 2008, quizá todos podrán regresar a casa sin la necesidad de sacudirse el polvo del camino.