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Si Villa Clara gana esta noche, Santiago de Cuba dirá adiós

Las Avispas irán por todo o nada en el sexto juego, donde un triunfo de Villa Clara dejaría al mayor ganador de la etapa preliminar impedido de luchar por el título No más héroes de tres juegos

Autor:

Juventud Rebelde

La afición santiaguera, devota de su equipo, tiene un templo de lujo en el Guillermón Moncada. Foto: Ángel Yu

SANTIAGO DE CUBA.— Solemos hablar de los artistas principales, no de los detalles del escenario. Ponemos énfasis en los espadachines, no en la atmósfera del campo de batalla.

Me vienen estas descargas a la mente ahora en la plenitud del play off oriental, mientras alguien en las gradas del Guillermón Moncada suda más que las manos, y se queda sin voz por una conexión bestial o por el strike sonoro en la mascota del catcher.

¿Cuántas veces escribimos sobre el polvorín de colores que es un estadio de béisbol? El mismo «Guillermón» se antoja, al asomarse este choque crucial, un volcán rugiente de cornetas y tambores, un desfile de personajes empapados de sudor, una escuela de conga y de gesticulación.

En ningún otro parque del país hay un coro tan grande y tan bien ensayado cuando una pelota salta del bate a las gradas: ¡Íio!

¿Qué significa Íio?, indago. Y un periodista deportivo, José Soto de León, me responde en medio del bullicio que revuelve tímpanos. «Es una voz única, propia de esta localidad. No existe en otros municipios de la provincia; no se conoce su origen verdadero y quiere decir golpe. En un cartel de boxeo aquí puede escucharse entonces: Ío, Ío, Ío, Ío, Ío».

Y allá va un foul, en el primer inning, que hace brotar el Íiiiio gigante y nítido. El aficionado del porrazo se revuelve en su asiento, con un: Palante, compay, palante, eh, eh.

Estadio del rojo, eso es el Guillermón. Entre el río de matices que baña los graderíos ese resulta un color imprescindible, no solo por la tradición del uniforme ancestral, sino por las credos que vinculan el rojo con la suerte y algún tipo de hechizos.

Estadio de los estribillos, en el que, en el frenesí del entusiasmo, lo mismo se le canta a Víctor Mesa: (Víctor, pitchea tú) que a Elier Sánchez (¿Uh, uh, tú, quién eres tú?) que a los feroces Industriales de Anglada (¡Ruge, Leona!).

Parque de las singularidades, inaugurado en febrero de 1963, es uno de los pocos de la nación en que el banco del home club está situado en la banda de primera base. Precisamente allí, encima de la casa del equipo santiaguero, se forma la que se forma... con la conga.

«Meriño, camina esto», dice el «orfeón» popular que baila sin descanso entre repiques de tambores, y me hace recordar la época de la Aplanadora, selección de ensueños, tricampeona nacional. Entonces solo a un hombre le dirigían esas palabras: «Kinde, camina esto».

¿Santiago o Villa Clara? ¿Villa Clara o Santiago? Esta noche seguramente seremos testigos de otra batalla épica. Fotos: Franklin Reyes

 

 

 

 

 

 

Estadio de Pipo, El Sabroso, (Ramón Alberto Heredia Clavijo), el recogedor de pelotas más experimentado del país, con 41 de sus 58 años dedicados a esos trajines de auxiliar a los árbitros. «Una vez falté 21 días porque tenía la presión alta y me quería morir de la nostalgia, me muero por la pelota», me confiesa entre los hoyos de la maya vieja y semi podrida en el mismo instante que una línea de trueno llega al center field... y las gradas tiemblan.

Parque de la risa y de las emociones, donde se disfruta un jonrón con una ola de palabras fuertes y con golpes en los aleros metálicos situados a lo largo de los palcos bajos.

Estadio de tristezas y silencios asombrosos ante la derrota. Aquí, cuando cae Santiago, los ecos se disipan y uno parece asistir a un acto fúnebre, aunque se sigan escuchando repiques a lo lejos.

Como el «Latino», vivió el nacimiento de los mundiales de béisbol, en 1984. Sabe de Copas Intercontinentales y de otros eventos trascendentes. Como el Coloso del Cerro tiene locuras y dislates, aunque rara vez hay voces de otro bando, a no ser los de las peñas deportivas que acompañan a los visitantes en los play off.

¡Grande su historia!, escribo. Y me esquivo, asustado, ante la voz coral que estalla a mi lado por un foul: ¡Ío!

HOY, SEXTO JUEGO

Y esta noche, en medio de una gran expectación, las Avispas irán por todo o nada en el sexto juego. Un triunfo de los visitantes confirmaría la tragedia: el mayor ganador de la etapa preliminar quedaría impedido de luchar por el título.

En cambio, una sonrisa de los locales forzaría el dramático séptimo juego, ese «tie break» donde uno de los dos morirá de todas maneras.

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