Foto: Juan Moreno, enviado especial CARTAGENA DE INDIAS, Colombia.— Mucho antes del inicio del partido un periodista del Canal 5, el de esta ciudad, se atrevió a grabar la noticia: «Cuba, campeón del béisbol de los Juegos Centroamericanos», rezaba su titular.
Otros reporteros de distintos países —los colegas tan curiosos como siempre—, se introdujeron en su reporte: «¿Y si República Dominicana da una sorpresa? Te embarcas».
«Olvídate, eso está canta’o desde hace rato», replicó el «adivino» y siguió con su música en otra parte.
Pues bien, casi todos aquí pensaban como ese anunciador, pero no imaginaban que el decimocuarto cetro de los cubanos en estos certámenes goteara tan fácil (7-1), sobre todo porque sus rivales de ocasión llegaron, como ellos, invictos al duelo final.
No derramaremos aquí el resumen noticioso de cada entrada jugada bajo el implacable sol. Ya es conocido el doblete de Cepeda con tres en circulación en el primer capítulo, el jonrón de Yulieski en el tercero para ampliar la diferencia, el pitcheo de Palma durante siete entradas, en las que puso a gatear con su tenedor.
Ya es sabido el calor abrasador de los cartageneros, que todo el tiempo apoyaron a Cuba con carteles, gritos a coro, banderas y aplausos.
Dos párrafos quizá nos sirvan para ilustrar el partido y el torneo:
Cuba fue en este choque por la medalla de oro lo que no pudo en los dos desafíos anteriores: el lobo que, con los dientes enseñados de primera instancia, hizo temblar a un cordero sin rumbo. Desde el principio demostró superioridad en los tres «renglones básicos» y a ratos pareció estar a media máquina sobre la grama.
Mientras, el certamen demostró que no resultaba venir a coser y a cantar; que necesitamos seguir perfeccionando la técnica (andamos mal aún en el toque de bola); que ya no son aquellos Centroamericanos en los cuales hasta una novena municipal —y perdonen la hipérbole— podía coronarse.
Diremos aquí entonces que, aunque esperado, este triunfo en el estadio 11 de Noviembre iluminó de emoción a todos los ganadores, empezando por el propio piloto Rey Vicente Anglada, quien hace 30 años pisó este terreno y conoció la aureola de un título mundial.
«Fue un torneo muy difícil, sobre todo en los choques contra Panamá y México, un equipo muy ofensivo que nos puso a pelear con tres abajo. Por eso la victoria nos da tremenda alegría, es del pueblo y de Fidel», dijo con el rostro relampagueante el timonel de la escuadra nacional.
«Aquí se recuerdan todavía de mí, de aquella selección y eso alegra doblemente», remarcó.
«Yo creo que es una medalla importante para cada uno de nosotros, un impulso para ganar el preolímpico de La Habana», apostilló en diálogo con JR Yulieski Gourriell.
Pestano se pareció en las declaraciones al espirituano. «Me faltaba este título», dijo el receptor titular de Cuba desde hace seis años, y remató exponiendo que la lid les demostró a muchos que «no estoy acabado».
Mientras, Adiel Palma, también estremecido bajo los rayos del «rubio del cielo», reconoció que la corona regional genera un «entusiasmo grande». «Esto me demuestra que estoy en el mejor momento en cuanto a mis condiciones físicas».
Urrutia, con un dedo lesionado al principio, expuso con su tono característico la satisfacción: «Contento, contento y pa´lante».
Otros no llegaron hasta el Diario de la Juventud cubana; se perdieron en el oleaje de grabadoras de decenas de periodistas o prefirieron retratarse cerca del banco de primera.
Era entendible la alegría: solo dos de los 20 jugadores —Paret en 1993 y Lazo en 1998— habían saboreado la gloria centroamericana.
Era el festejo espiritual por el resultado de un esfuerzo. Mas no el último. Otros mares, desde este agosto mismo, están aún por surcar.