La australiana Noela Rukundo llegó a su casa y se encontró con inconsolables lamentos: ¡la lloraban a ella! Más que Noela se asombró su marido, quien había pagado para que la liquidaran y simuló un velorio ante «su muerte accidental». Por suerte para Noela, los sicarios que la raptaron le explicaron que no mataban mujeres. «¿Eres tú?», preguntó el desalmado cónyuge. Era ella, así que ahora él se librará del matrimonio… divorciado en la cárcel.