Orlando López, o sencillamente Cachaíto, uno de los grandes si de hacer magia con el bajo hablamos. Autor: Tomada de formidablemag Publicado: 18/03/2025 | 09:11 pm
El título de este acápite intenta parafrasear un éxito de la orquesta Aragón de los años 70 y que fuera escrito por el músico Silvio Vergara mientras fue uno de sus integrantes. El tema coincidió en tiempo y espacio de ejecución con aquella propuesta musical llamada Cha onda con onda y que fuera idea del chelista de esta. Con el paso de los años en el repertorio de la orquesta —que nadie dude, la mejor charanga de Cuba de todos los tiempos— solo ha permanecido el tema de Vergara.
Mi bajo con tumbao es un son, y de alguna manera en su letra y música está implícita la historia y evolución de ese instrumento, el bajo, en la música cubana, sobre todo en la popular bailable o, lo que es lo mismo, en el son.
Son los años 70 y además de Vergara destacan, entre otros, Carlos del Puerto, Papito Hernández y Juan Formell (no se olvide que se habla y analiza este fenómeno desde La Habana). Mas el gran gurú del bajo en ese entonces es Orlando López o simplemente «Cachaíto», quien por derecho propio es el heredero del estilo y sonido de su tío, el gran Cachao, que para ese entonces ya no residía en Cuba.
Cachaíto López, lo mismo que Papito Hernández, son el vínculo entre dos momentos y modos de hacer la música cubana —curiosamente los dos se mueven con soltura en todos los géneros de la música cubana y el jazz—. Así llegamos a la segunda mitad de los años 60, en que comienzan a emerger los nombres de Carlos del Puerto, desde el grupo del pianista Felipe Dulzaides, y Juan Formell, primero como parte de la orquesta del cabaret Caribe del hotel Habana Libre, posteriormente en la orquesta de Elio Revé, y por último al fundar y dirigir su propia orquesta.
El nombre de Cachaíto, el de Silvio Vergara, el de Papito Hernández y de Carlos del Puerto comenzaron a ser las referencias habituales cuando se hacía alguna alusión pública a la ejecución de ese instrumento fundamental en la música cubana.
Y no era para menos, se trata de virtuosos o al menos de músicos con una capacidad para innovar. Sin embargo, en ese mismo momento se estaban formando, en los distintos conservatorios, nuevos músicos con una capacidad increíble de ejecutar y estructuralmente modificar elementos propios de esa cubanidad para ejecutar un instrumento que, gracias a la revolución tecnológica, se había modificado físicamente en el mismo momento en el que la guitarra bajo entró en escena.
Ese fue el período en que comenzó una nueva dinámica tanto en la enseñanza como en la ejecución del instrumento; ahora, además del arco —que comenzó a pasar a un segundo plano, tanto que hoy rara vez se escucha o se ve a un bajista usar ese elemento complementario—, se debía dominar la guitarra, al menos en teoría.
Tal vez los géneros musicales que más hayan influido en el desarrollo y promoción de la guitarra bajo hayan sido el jazz y el rock, sobre todo este último, dada la gran popularidad que ganó a partir de los años 60 y que llega hasta nuestros días. Y la música popular cubana no estuvo ajena a este proceso de renovación; y esa renovación comienza a tener un gran momento en los años 70, una vez que comienzan a graduarse muchos de aquellos estudiantes de bajo que estaban en los conservatorios.
Fue en ese momento que comenzaron a coincidir varias generaciones, y esa interacción fue el detonante para que los bajistas cubanos comenzaran a trazar un nuevo camino, más allá de la tradición. Ese nuevo derrotero estuvo marcado por la asimilación de las influencias de la música negra norteamericana del momento; fue la época de las grandes bandas de funky, R&B y jazz.
Cuba vivía una etapa de búsquedas y experimentaciones musicales, avaladas en una bonanza económica fruto de determinadas circunstancias políticas e ideológicas que permitieron la expansión de las fuentes de enseñanza; sobre todo el otorgamiento de becas en conservatorios de los países de Europa del Este.
Curiosamente, el bajo clásico, «el barrigón», como le llamaba Cachaíto López, pasó a un segundo plano y fue sustituido por el bajo eléctrico o baby bass, y la guitarra bajo evolucionó de las ordinarias cuatro cuerdas a tener cinco y seis cuerdas.
Entonces se imponía la necesidad de generar, de implementar, un cuerpo teórico que unificara las influencias, escuelas y estilos que en ese entonces definían la ejecución del bajo en Cuba; que asimilara las tendencias en la ejecución del instrumento e incluso que tomara de las diversas escuelas aquellos elementos adaptables a nuestra realidad musical.
Fue entonces que desde el comienzo de los años 80 Silvio Vergara y Carlos del Puerto se dieron a la tarea de escribir el que se puede considerar el primer Método de bajo cubano de la era moderna y en el que se plasmaron los mejores ejemplos de cómo combinar lo clásico con el tumbao.
La hora de nuevos virtuosos comenzaba. (Tomado de Cubarte)