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Una nueva película de amor

Esta entrevista lo sorprendió en estado de gracia, porque estaba concluyendo con satisfacción la posproducción de su tercer largometraje Cinco historias de amor y un bolerón desesperado, e inaugurando otro ciclo…

Autor:

Joel del Río

Hablar de cine con Arturo Santana siempre es un placer enorme. Si la vida, tal vez, se vuelva mejor cuando uno alcanza a saber a ciencia cierta lo que nos gusta y por qué, Santana es posible que disfrute muchísimo viviendo, porque sabe explicar lo que hace, lo que más le gusta, con detallado entusiasmo. Primero conocido como realizador de videos musicales (todavía los hace, de vez en cuando), el realizador concluyó dos largometrajes de ficción Bailando con Margot y Habana selfies. Esta entrevista lo sorprendió en estado de gracia, porque estaba concluyendo con satisfacción la posproducción de su tercer largometraje Cinco historias de amor y un bolerón desesperado, e inaugurando otro ciclo… pero debe ser él mismo quien nos haga el relato.

—¿Aparte de tratar sobre todo lo que explica el título, a qué espectador se dirige tu nueva película?

—El título de mi película parafrasea el título del libro de Pablo Neruda Veinte poemas de amor y una canción desesperada, e intenta mostrar esa búsqueda a veces desesperada de los seres humanos del amor, de la compañía, la resiliencia, la felicidad… y del encuentro con uno mismo primero, para luego enfrentar lo que sucede en tu entorno. Creo que quien no ama, nunca podrá cambiar nada ni mucho menos crear cosas nuevas en su entorno social. Me dirijo a todo espectador que ame y busque el amor, a todo el que confía en sí mismo en la constante búsqueda de la felicidad.

—¿Por qué la referencia al bolero? ¿Ese género forma parte de tus preferencias musicales o es otro modo de aludir al mundo sentimental, amoroso, de los personajes?

—El bolero es el sonido de La Habana desde hace décadas, y acompañó el comienzo de la radio y de la televisión, las victrolas, los bares, y siempre es referencia a la hora de contar historias de amor. Hay muchísimos realizadores extranjeros, desde españoles hasta chinos, que han usado nuestra música y nosotros apenas podemos usarla por el precio de los derechos. Tuvimos que trabajar el bolero de manera diegética, es decir, desde la misma representación de la historia, y el género está trabajado de manera minimalista, porque en la película tampoco tiene esa presencia evidente que tuvo en aquel momento posmoderno de la reminiscencia nostálgica a lo Pedro Almodóvar (con los bolerones de Bola de Nieve o La Lupe), o In the Mood for Love, de Wong Kar Wai, que pone con insistencia a Nat King Cole cantando Aquellos ojos verdes o Quizás, quizás, quizás. Y además, lo que hay de bolero no tiene que ver tanto con mis preferencias musicales como que se relaciona con el mundo sentimental y amoroso de los personajes.

—¿Cuáles son tus influencias dominantes, nacionales e internacionales, para hacer este tipo de cine romántico, musical y episódico, además de los directores de la nueva ola francesa que ya has mencionado?

—En resumen, mis influencias se localizan entre la nueva ola francesa, por su modo de rodar, que tiene mucho que ver con lo que nosotros hicimos en los años 90, en el video musical, y códigos de la puesta en escena como la ruptura con los estudios y los decorados, y salir a la calle a rodar con una cámara y una grabadora, y así crear una poesía visual que refleje la vida de los habitantes del asfalto. Y, además, mi voluntad siempre ha sido la de experimentar con los géneros y con las estructuras, con los personajes y con las tradiciones de una cinematografía tal vez no poco acostumbrada a estos experimentos.

Arturo Santana es uno de nuestros más experimentados cineastas.

—Algunos críticos opinan que al cine cubano le faltan historias de amor. ¿Qué piensas tú sobre ello?

—No me propongo trabajar ese vacío temático que mencionas y que yo creo que existe por una falta de sintonía que existe entre nuestra cinematografía y el mercado real. ¿Por qué no podemos contar aquí comedias amorosas o románticas? Y mi película intenta acercarse a eso que algunos llaman la comedia urbana dramática, o dramedia; pero no me propongo llenar ningún vacío o convertirme en el nuevo algo. En mi película el sentimiento amoroso va por delante del panorama social, y los personajes tal vez eluden ciertos elementos o temas más contextuales, coyunturales, para concentrarse en lo que constituye el tema de la película.

—Has reunido un elenco que combina noveles y consagrados, ¿cuál es tu criterio para seleccionar a los intérpretes, incluso, cuando se trabaja con una directora de casting como es el caso de la actriz Yaremis Pérez? ¿Permites la improvisación, te atienes a Stanislavski?

—Yo no hago casting ni pongo carteles diciendo que busco actores o actrices con tales y mascuales características. Pienso en el intérprete-destinatario de cada personaje mientras lo escribo. Yaremis fue, más que una directora de casting, una suerte de asistente de dirección en el trabajo con los actores. Ella seleccionó a los intérpretes, buscó a los figurantes, y más que todo me ayudó a diseñar conductas, a enfocar personajes; es muy operativa en el rodaje, de modo que su trabajo fue vital, muy favorable para el desarrollo de la película. Si tienes en cuenta mis influencias del documental y el video musical, te das cuenta de que me gusta la improvisación, pero dentro de ciertos límites. Hay escenas que no fueron escritas, sino improvisadas, y se quedaron en el montaje final porque aportan algo nuevo y fresco. Claro que hablando del amor y la identificación está Stanislavski, pero cuando veas la película te darás cuenta de que hay mucho de Brecht. Las contenciones, los finales abiertos, la apariencia de que nada sucede, la detención de las cadenas de acciones son más brechtianas y contar historias de amor desde este prisma crea un valor diferencial, creo yo, de todo el conjunto.

—Has declarado que esta película pudiera ser la segunda parte de una trilogía sobre La Habana, cuya primera parte sería Habana selfies,
y la tercera estaría por concretar. ¿Cuál es tu punto de vista para mostrar una ciudad tantas veces filmada y por tantos cineastas que se empeñaron en ello?

—La película bien pudo llamarse Habaneros, pero no tanto Habana, porque eso me llevaría a pensarme mucho los escenarios representativos, los lugares donde iba a rodar. Y en mi película los espacios solamente sirven de fondo, yo voy en busca más de la gente, de personajes que muy bien pudieron estar caminando por detrás en algunas de las secuencias de cualquier película cubana sobre la capital. Quiero cerrar esa trilogía sobre La Habana, ya tengo escrito el guion de la tercera, y vamos a ver cómo y cuándo logro levantar los recursos para terminar esa trilogía sobre el amor y la ciudad, un tema que puede tener millones de enfoques, y de cuántas maneras se puede emplazar la cámara y el corazón.

Finalmente, para cuándo, aproximadamente, se podrá apreciar Cinco historias de amor y un bolerón desesperado, y de paso confiesa cuál sería la mayor alegría que pudo (o puede) proporcionarte (y proporcionarnos) esta película? 

—Esta película me deja una enorme sensación de felicidad, de rencuentro, porque estoy volviendo a rodar en mi ciudad después de cinco años. Me permitió contar lo que me gusta, y del modo en que me gusta hacerlo. Me siento feliz con el resultado, y espero que el espectador sienta la alegría de ver otra película cubana, especialmente, una que habla de amor.

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