La cocina, del director mexicano Alonso Ruizpalacios, se alzó con los galardones Coral de largometraje de ficción, fotografía, sonido y edición. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 14/12/2024 | 10:41 pm
República Dominicana fue la sorpresa confirmada, en tanto México y Argentina volvieron a reafirmar su estatus triunfador. Tales fueron los países que cinematográficamente ascendieron a los máximos premios Coral, en las categorías de ficción en este Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. En la edición del pasado 1ro. de diciembre anunciaba los posibles laureles de la dominicana Pepe y la argentina El Jockey; no supe ver las posibilidades de La cocina en tanto su recorrido anterior era menos notable, y su realizador, Alonso Ruizpalacios, nunca fue santo de mi devoción, como dice mi madre. Pero hablemos del reparto real de Corales y olvidemos, por el momento, los anuncios y promociones más o menos acertados.
Mientras Pedro, y los inmigrantes ilegales que luchan por abrirse paso en Nueva York, sin duda pasarán a formar parte de la galería de los personajes indispensables del cine latinoamericano contemporáneo, La cocina ganó en La Habana no solo el Premio Coral al mejor largometraje de ficción, sino también los galardones de mejor fotografía, edición y sonido; en su país la catalogan como uno de los mejores filmes del año, y tampoco faltan críticos que como este cronista corroboran su validez artística más allá del cine urgente, concentrado en los problemas de los inmigrantes.
Además de ganar cuatro de los premios más importantes de la competencia oficial, y el premio FIPRESCi que concede la prensa especializada acreditada en el festival, la coproducción mexicano-estadounidense alcanzó los premios colaterales de Cineplaza y de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica. Tales jurados la favorecieron, según escribieron en actas, «gracias al excelente desarrollo de la temática de la diversidad racial y cultural, desde una calidad discursiva impecable y una estética atrayente». El jurado de Cine Plaza habló incluso del desarrollo del tema más allá del tremendismo epidérmico sobre los sueños de los emigrantes, mediante recursos expresivos que sustentan la eficacia de una puesta audiovisual muy notable.
El premio SIGNIS de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación, que se entrega cada año en este festival, decidió otorgar su premio a la también mexicana Sujo, de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, que trata sobre un niño huérfano tras el asesinato de su padre, un sicario de un cartel mexicano, y luego la sombra de la violencia lo rodea durante cada etapa de su vida. El filme ganó también el premio Don Quijote, que otorga la Federación Internacional de Cine Clubes.
El Premio Especial del Jurado fue para el filme de coproducción entre República Dominicana, Namibia, Alemania y Francia, llamado Pepe, dirigido por Nelson Carlos de los Santos, un autor destinado a renovar los cánones del cine de autor caribeño desde una mirada mágico-realista, una perspectiva singular, teñida con los verdores del absurdo. La voz principal del filme es la de un hipopótamo, o al menos pertenece al fantasma de una de estas bestias que perteneció al zoo privado de Pablo Escobar. Nada en esta sinopsis permite adivinar el tratamiento de temas como la identidad, la violencia, la migración y la heredad cultural, en una suerte de pastiche formal realmente deslumbrante, casi hipnótico.
Por su parte, El Jockey ganó el Premio Coral a la mejor dirección para Luis Ortega, y los protagonistas de este thriller sicológico, Úrsula Corberó y Nahuel Pérez Biscayart, dominaron las categorías de actuación, femenina y masculina; y, además, el filme argentino fue reconocido con el Coral a la mejor Dirección de Arte, un rubro de los que contribuye a representar alusivamente la inestable identidad del protagonista. Cine académico argentino en su mejor sentido y del mayor alcance. Pudo ser el premio de guion si este no hubiera distinguido a Vino Tomičič Salinas por la boliviana El ladrón de perros, un drama social muy bien urdido, a pesar de que nunca descuenta el poder de la espontaneidad y la improvisación.
En cuanto a la competencia de ópera prima, también triunfó Argentina con Simón de la montaña, de Federico Luis Tachella, mientras que la cubana Fenómenos naturales, de Marcos Díaz Sosa, alcanzó el Premio Especial del Jurado en esta competencia, y así apuntó el más alto galardón del cine nacional en esta edición número 45. El Premio Coral a la Mejor Contribución Artística en esta competencia de primeras películas fue para la emocionante, pintoresca y profunda Sugar Island, de Johanné Gómez Terrero, que logra completar el mejor año para el cine dominicano en estos encuentros de La Habana.
La surrealista y bizarra Fenómenos naturales tampoco fue el único galardón de la embajada cubana, porque el Premio Coral al Mejor Guion Inédito fue para Tengo una hija en Harvard, de Arturo Sotto, una historia que disfrutaron miles de cubanos mediante su versión escénica en el espectáculo titulado Oficio de Isla, dirigido por Osvaldo Doimeadiós. Y hablando de cubanos premiados, también alcanzaron Corales en sus respectivas categorías el pianista y compositor Ulises Hernández y el diseñador Edel Rodríguez Mola por sus aportes respectivos con la música original de la coproducción ecuatoriano-cubano-española La invención de las especies, y por el premio de Cartel para Los océanos son los verdaderos continentes, realizado en Cuba por el italiano Tommaso Santambrogio.
Los premios colaterales, que otorgan instituciones acreditadas en el Festival (aparte de los jurados oficiales), se distanciaron por completo, afortunadamente, de la lista de filmes que sugería en el artículo mencionado, en el que se suponía que mencionaba a los más notorios del evento. Y qué bien, porque tal distancia permite reconocer otro grupo de títulos nuevos, además de los que ya fueron premiados en anteriores eventos. Que conste que las recomendadas también eran muy buenas películas, aunque los premios colaterales prefirieron apartarse de aquel vaticinio, y por consiguiente se desmarcaron por suerte de toda tendencia a dejarse llevar por el efecto dominó.
Las dos películas con mayor número de premios colaterales fueron la ópera prima brasileña Manas, dirigida por Marianna Brennand, y de nuevo se impuso la omnipresencia de La cocina. La película brasileña fue distinguida con los premios de la Federación de Cine-Clubes de Cuba, y los que otorgan la Casa de las Américas y el Centro Memorial Martín Luther King. Entre las razones aportadas por los respectivos jurados se habla de la capacidad del filme para visibilizar la vulnerabilidad de niñas y adolescentes en un contexto en el que imperan el patriarcado y la violencia de género, en un relato pletórico de sutilezas formales y encomiables sutilezas dramáticas.
Y entre los colaterales hubo una sola producción nacional reconocida: el cortometraje Azul Pandora, de Alan González (quien hace justo un año era aclamado en este mismo cónclave por La mujer salvaje), que ganó el premio otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. El cortometraje cubano tendrá su crítica oportunamente, cuando pase por alguna sala de estreno, lo cual debe ocurrir también con el cortometraje Matar a un hombre, de Orlando Mora. Que cuando nuestros creadores se deciden a recrear en sus obras la homofobia, la violencia de género y la intolerancia deberían contar con las puertas abiertas de las salas, para que así consigan visibilizar asuntos que merecen la mayor y más delicada atención, para que el cine cubano siga ocupando el lugar de preferencia que siempre ha tenido para su público natural.