Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Qué clase de juego!

Memorias de un aficionado apasionado 

Autor:

JAPE

Este fin de semana ha comenzado el esperado evento 2024. Mientras llega la fecha en que Cuba hará su aparición en el terreno, publicaré esta anécdota que escuché hace algún tiempo de boca de un aficionado que da la medida de que un buen juego de béisbol puede cambiar el rumbo de las cosas. El susodicho me dijo así:

«Periodista, no diré mi nombre por problemas de seguridad. Solo puedo argumentar que conseguir la entrada a ese play off me costó «un huevo», como decimos aquí. Realmente no fui yo quien conseguió el boleto. A mí me lo dieron. Como parte de un plan que concebimos un grupo de amigos de una peña deportiva a la que yo pertenecía, maquinamos este plan para eliminar al organizador general de la peña del conjunto contrario, quien se había «pasado» en sus declaraciones en el telecentro acerca de nuestro equipo.

Me tocó realizar la acción. Todo estaba bien planeado y pensado. Me indicaron el lugar donde encontraría el uniforme de cafetero, el termo walkie-talkie, (lo último en tecnología) y una caja de madera con algunos panes con lascas de jamón (bien finitas, para no levantar sospechas) que encubrían una Smith and Wesson. Sé que el revólver es un poco viejo, pero fue lo que se pudo conseguir, gracias a que uno de los involucrados aún lo tenía como recuerdo de su abuelo.

Yo estaba listo, caminando por los pasillos del estadio. Los peloteros de ambos equipos calentaban en el terreno. Se enfrentaban por sexta vez en un enconado play off por el título de la Serie Municipal.

El estadio del pueblo estaba completamente abarrotado de fanáticos. Llegar hasta mi puesto en la guanajera, desde donde debía acometer la acción, fue bastante complejo. Primero tuve que vender todos los panes y no tenía dónde camuflar el revólver. A duras penas logré esconderlo entre el pantalón y la camisa, sin contar que pasé tremenda pena con lo del comunicador en el termo.

Finalmente, llegué al lugar señalado. Frente a la misma línea de tercera. Tremendo lugar. Se veía todo con lujos de detalle. El juego comenzó. En la guanajera, sobre el banco del equipo contrario, el objetivo ya se encontraba a la vista; pero había que esperar las órdenes del termo, o sea, quiero decir del puesto de mando. Para hacer tiempo me puse a ver el partido. El juego se tornó interesante desde el principio, más de lo que yo imaginé. Lo que se llama un partidazo. Si uno anotaba, el contrario ripostaba… Los lanzadores estaban imbateables, y en el terreno ambos equipos hacían maravillas.

A la altura del tercer inning sonó el termo.

—¿Listo? —preguntaron—.

—Espera un momento, deja que se acabe el inning —contesté—.

La entrada concluyó, pero hubo una jugada apretada que estuve discutiendo con el señor sentado a mi lado. Nunca llegamos a un acuerdo: quieto o out.

El siguiente inning también estuvo buenísimo. En el quinto, otra vez el teléfono... Pero había hombres en bases.

— Después, después... —les contesté—.

En el séptimo, desconecté el termo para que no «jodieran» más...

No importa quién haya ganado. Aún comentaba las jugadas más relevantes con algunos de los fanáticos que me rodeaban en la inmensa fila que busca la salida. Sentí un enorme deseo de orinar y me dirigí al baño, porque después en la calle no hay ni dónde echar una «meadita». Al abrir la portañuela, se me salió la Smith and Wesson, literalmente hablando. Fue entonces que recordé a qué yo había ido esa tarde al estadio.

Dejé el arma en el tanque del inodoro para evitar problemas y nuevamente me uní a la larga fila que busca la salida sin dejar de comentar: ¡Qué clase de juego!

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