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«Este es de los buenos»

Juan Manuel Betancourt González fue un escritor, periodista, guionista, fotógrafo y humorista cubano, conocido por Betán

Autor:

Jorge Alberto Piñero (JAPE)

Palante, la reconocida publicación cubana de humor gráfico, celebró, el pasado 16 de octubre, 63 años de su nacimiento. Los Regañones se suma a los festejos presentando en nuestra página a uno de los íconos de esta legendaria revista.

Juan Manuel Betancourt González fue un escritor, periodista, guionista, fotógrafo y humorista cubano, conocido por Betán, que nació en Matanzas  el 18 de febrero de 1938. Al triunfar la Revolución se traslada para La Habana, donde, en 1961, se convierte en uno de los fundadores de Palante, como colaborador. En 1971 pasa a formar parte del colectivo hasta 2007, año  de su fallecimiento.

Hablar de la obra de Betán es muy fácil, pues se movía en varios soportes de creación, y en todos dejaba su sello particular de buen humor y excelente profesional. Incluso, cuando incursionó en el policiaco, aunque no era de corte humorístico, también supo dar su impronta y excelente visión de la vida desde la risa.

Quienes le conocimos lo recordamos de carácter muy serio, pero sabía encontrarle el lado menos escabroso y de mejor lectura a las cosas, desde sus cuentos, reportajes, artículos, caricaturas, hasta sus fotografías. Era un autor todoterreno que, además, siempre dejó muy clara su posición al lado de los más desposeídos, y en contra de la injusticia, el racismo, la desigualdad social, las guerras y el imperialismo.

Varias síntesis biográficas publicadas por diferentes medios de comunicación y en redes digitales coinciden en confirmar que Betán también fue guionista de historietas didácticas que merecieron un Premio Especial de la Organización Internacional de Periodismo (OIP).

Entre sus libros publicados en Cuba encontramos Guía para tontos de capirote (1982), y muchos de sus cuentos han aparecido en numerosas antologías. Fue autor de nueve novelas policiacas, algunas premiadas en concursos nacionales. Tres fueron adaptadas para la radio. Una de ellas fue premiada en el Festival Nacional de la Radio 2005.

En Chile su obra se hizo popular cuando en coautoría con el reconocido escritor y fundador del grupo humorístico La Seña del Humor de Matanzas, José (Pepe) Pelayo, publicó varios libros de humor infantil y juvenil, entre ellos El chupacabras de Pirque, El secreto de la cueva negra, En las garras de los mataperros, El enigma del huevo verde y La maldición del nariztócrata, este último publicado en Uruguay.

Estas son solo algunas de sus obras literarias, en las que incluso llegó a incursionar en el género del llamado «oeste». También escribió novelas que aún están inéditas.

En Palante, donde mayor presencia tuvo su impronta artística, tuvo a cargo una sección denominada Amplíe su cultura si puede, de importante proyección didáctica y pedagógica.

Cuentan que cuando salió su primer libro, Guía para tontos de capirote, su presentador expresó: «Este es de los buenos, de los que llegan para enriquecer la tradición del humorismo criollo, en el que se refunde, con sabor antillano y aire pícaro, toda la sabiduría popular que temen los empachados y aplauden los poetas y artistas fieles al humanismo de nuestra cultura».

Como otros tantos autores, su aporte es inmenso, imposible de enumerar o de tratar de encerrar en grandilocuentes adjetivos o interminables listas.

Coincidimos en múltiples eventos relacionados con el humor gráfico, siempre con su inseparable compañera, la caricaturista Miriam Alonso. Para mí ambos eran y son un hermoso e inolvidable ícono de Palante. Indiscutible muestra de amor como pareja y profundo sentido de pertenencia hacia esta publicación de más de seis décadas. Existen muchos otros, que quizá un día también invite a esta sección, que han sido el alma de Palante. Son ellos quienes lo hacen trascender en el tiempo.

Encuentro cercano de Primer grado

En vista de la reiterada imposibilidad de que le sirvieran un vaso de agua cada vez que lo solicitaba en distintas unidades de la red gastronómica, al imaginativo Leovigildo Lopepérez se le ocurrió inventarse un disfraz de extraterrestre y, vestido con tal atuendo, se presentó en el mostrador de la primera cafetería que se encontró en su camino:

—Me hace el favor… —se dirigió al dependiente con la mayor naturalidad del mundo— ¿me puede dar un vasito de agua?

—¡Cómo no, para servirle! —exclamó el empleado abriendo de par en par las puertas de una amplia sonrisa y corriendo a buscar lo pedido.

A los pocos segundos regresó con su sonrisa y con un vaso de agua llenito hasta el borde del líquido elemento, lo puso delante del falso ser de otro mundo y le dijo:

—¡Aquí lo tiene compañero! ¡Y de agua helada, como podrá ver!

El disfrazado Leovigildo lo miró, miró al vaso que «sudaba» por el agua fría que contenía, esbozó una sonrisa sardónica y le preguntó al dependiente:

—¿Usted sabe por qué me sirvió este vaso de agua fría?

—¿Por qué va a ser? —respondió el dependiente con otra pregunta, para a continuación añadir—: ¡Porque usted me lo pidió!

—¡Nada de eso! —dijo Leovigildo muy seguro de sí—. ¡Usted me lo sirvió porque creyó que de verdad yo era un extraterrestre!

—¡Oh, no, se equivoca usted! —aclaró el empleado y, acercándose con aire misterioso a nuestro amigo, le confesó—: ¡Se lo serví porque el extraterrestre soy yo!

Juan Manuel Betancourt (Betán)

Del libro Humor de puño y letra,

Editorial Pablo de la Torriente, 1989

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