Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Peatones

Autor:

JAPE

Sé que aquellos que por oficio, o por cualquier otra eventualidad de la vida, se desempeñan tras un timón de cualquier vehículo entenderán este texto, que no es más que el fruto de un análisis profundo de la conducta de los transeúntes de nuestras suigéneris calles, para decirlo de un modo conservador, y que no parezca criticón y despiadado.

Las calles, el tráfico, la vida… engendran un tipo de peatón que difiere al resto del mundo. No digo que sea mejor o peor. Tampoco creo que sea un logro de nuestro desarrollo social, y ni siquiera del sistema político económico. Los peatones cubanos no son los mejores de América Latina, ni son producto de un alto desarrollo científico. Ni siquiera son diferentes como consecuencia del bloqueo, el calentamiento global, o las guerras imperialistas. Sin embargo, creo que es importante haber realizado este análisis sicosocial, porque nos ayudará a reconocernos e incluso, no faltará quien decida cambiar su proyección peatonal, tan solo por no caer en la rutina. Entonces les muestro algunas clasificaciones y usted, con la mayor sinceridad del mundo, asumirá a qué grupo pertenece:

Peatón, cuidadito conmigo: Es el que transita por el medio de la calle, de espaldas al tráfico, muchas veces acompañado de otro ejemplar de su especie y que cuando siente el claxon que le anuncia que está entorpeciendo el libre paso de los vehículos, se vira muy molesto, te pone cara de King Kong furioso, mueve sus manos y su cuerpo en una «danza» retadora, que a veces acompaña con estribillos folclóricos que lanza como dardos letales: «¿Estás muy apurado?», «¡La calle no es tuya!», «¿tienes muchas ganas de tocar el pitico?». En estos casos lo mejor es ignorarlos porque te pueden malograr el día, y en el fondo, lo que realmente le sucede a este tipo de personaje conflictivo es que hace tiempo nadie les toca el pitico… mejor dicho, el claxon.

Peatón, la vida es un carnaval: Suelen ir en grupo a cualquier hora, por medio de calles y avenidas, muchas veces portando cada uno latas de cerveza, no importa si solo son las nueve de la mañana. Por lo general se desplazan con algarabía, risotadas, gozadera… No importa si el dólar sigue subiendo, o si el salario sigue bajando, da igual, lo de ellos es seguir vacilando que la vida es corta. Lo que cuenta es cuánto disfrutaste, no importa si a costa de la tranquilidad o el derecho ajeno. Por suerte estos peatones no suelen disgustarse cuando les pides vía. Abren paso sin dejar el choteo. Quizás porque saben que un accidente les puede acortar el desparpajo.

Peatón, a mí lo mismo me da: Son aquellos que atraviesan la calle, cruzan las esquinas, doblan la rotonda sin parar, sin detener el paso. Siempre tienen «la preferencial» y caminan sin mirar a los lados como diciendo: «¡mátame si quieres, allá tú!». No se insultan, ni hacen caso a ninguna ofensa. Puedes gritarles «¡comemierda!» o cualquier otro improperio más hiriente, que no paran ni siquiera a decirte «¡la tuya!». No les importa nada. Lo de ellos es avanzar. Moverse de un lugar a otro sin darle ritmos, matices, ni cadencia al movimiento. Parecen inofensivos, pero te pueden salir de la nada y complicarte la vida.

Peatón pura tecnología: Como su nombre lo indica son aquellos que se trasladan jugando con el telefonito, escuchando música con audífonos inalámbricos, o conversando por el móvil, que parecen locos que hablan solos y no atienden a nada. Cada vez es mayor la cantidad de peatones de este tipo, y no solo jóvenes. He visto a más de un adulto gritando a viva voz a su teléfono incrustado en el rostro, ignorando el entorno. La culpa es del estúpido al otro lado de la línea que está sordo: «¿Tú no oyes lo que te acabo de decir? ¡Es que aquí la conexión está mala!». Pero el tráfico está bueno y te pueden cortar la comunicación. Este tipo de peatón, al ser interpelado por el conductor puede convertirse en el peatón cuidadito conmigo, que te mira con mala cara y te interpela retador: «¿Tú no ves que estoy hablando por teléfono?» o el bachatero, que, con amistosa sonrisa, pero sin dejar de hablar, te dice casi a ritmo de conga: «¡disculpa, mi hermanito, es que no te oí llegar!».

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