La fundación de la Casa de las Américas fue un acontecimiento extraordinario para Cuba y el continente nuestro. Autor: Tomada de cubarte.cult.cu Publicado: 25/05/2024 | 09:43 pm
Se cumplen 65 años de la fundación de la Casa de las Américas, cifra inimaginable para quienes llegaron aquí en 1959 y a la que hoy aludimos como si se tratara de lo más normal del mundo. Y aunque también nos parezca natural, no deja de resultar sorprendente que entre las primeras medidas tomadas por el Gobierno revolucionario, o mejor dicho, que entre las primeras medidas revolucionarias tomadas por el nuevo Gobierno, estuviera la creación de la Casa, precedida por la del Icaic y la Imprenta Nacional. Todavía la Revolución no era plenamente la Revolución, todavía Urrutia era presidente de la República y no se había promulgado la Primera Ley de Reforma Agraria, y ya la cultura comenzaba a levantarse sobre nuevas bases. En lo que respecta a la Casa, además, hay una particularidad adicional. La fundación del Icaic y de la Imprenta Nacional eran, por decirlo así, previsibles; de hecho, suponía la consumación de viejos anhelos, y ambos nacían como instrumentos para fomentar producciones concretas, ya fuera de películas o de libros destinados al nuevo público que apenas comenzaba a gestarse. La creación de la Casa, más abstracta en sus objetivos, implicaba un acto de imaginación mayor, remitía a nociones como integración, independencia, intercambio, comunidad, etcétera. Pronto se demostraría que tales abstracciones arrojarían resultados tangibles.
A la entrada de este edificio, al pie de la majestuosa escalera que nos conduce hasta aquí, se lee: «Esta es la Casa de Haydée Santamaría». No estaba escrito en ninguna parte que el destino de aquella mujer excepcional, de escasos estudios formales y vinculada desde la primera hora a la lucha revolucionaria (hermanada con Fidel antes, incluso, de que fuera Fidel), pudiera estar asociado a cualquier idea de lo que sería este lugar. Eso que, en gran medida gracias a ella, estaba a punto de ocurrir en este sitio de misión incierta, nadie podía haberlo imaginado. Sin embargo, muy pronto se fue dibujando el perfil de la institución, al que la historia —o, más precisamente, la casi inmediata hostilidad de los gobiernos de la región— obligó a pasar a la ofensiva.
Lo cierto es que aunque el protagonismo de Haydée no ha sido disputado por nadie y que ella sigue ocupando el lugar preminente que le corresponde, es justo reconocer que esta es también la Casa de Mariano, de Roberto, así como de los centenares y centenares de trabajadores que —en un arco que va de figuras como Ezequiel Martínez Estrada y Manuel Galich a los compañeros y compañeras de más modesta responsabilidad— han contribuido a hacer de ella lo que es.
Esta es además, como le gustaba repetir a la propia Haydée, la Casa de todos los intelectuales y amigos que, desde cualquier punto del planeta, han tomado parte de un modo u otro en este empeño, así como la de quienes durante décadas han recibido los mensajes de la institución o se mantienen al tanto de su quehacer. Muchísimo antes de que el universo digital nos permitiera multiplicar el número de destinatarios, ya las publicaciones y la voz de Cuba llegaban, gracias al trabajo de divulgación de la Casa, a miles de personas en 90 países de los cinco continentes, las cuales no conocían de nuestra Isla más que una dirección postal: 3ra. y G, El Vedado (…).
Haber consolidado un proyecto y un equipo capaz de llevarlo adelante, mucho más allá de su propia desaparición física, es uno de los tantos méritos de Haydée. Las vidas de quienes hoy hemos sido galardonados están atravesadas en mayor o menor medida por su presencia y su pasión. Entre nosotros hay quienes tuvieron el privilegio de trabajar durante años a su lado; otros pudieron conocerla y llevar adelante encargos que la involucraban. Sin embargo, la mayoría de los presentes, incluso entre los condecorados, nunca la vieron en persona. No importa: a unos y otras los une la fidelidad a eso que Mariano solía llamar el espíritu de la Casa, esa vocación propia de quienes trabajan aquí, debida no a un feliz azar, sino a un compromiso heredado de generación en generación (…).
Haydée, fundadora de Casa de las Américas, sigue ocupando el lugar preminente que le corresponde. Foto: Archivo de JR
Aunque la Casa nació oficialmente el 28 de abril, su primera actividad pública —como es sabido— tuvo lugar poco más de dos meses después, el 4 de julio, con un concierto de dos músicos estadounidenses. Ese gesto parecería coherente con el espíritu panamericanista de las instituciones que habían coexistido hasta poco antes en este edificio y con el propio nombre de la recién nacida. Pero para entender el proceso que estaba teniendo lugar tanto en el país como dentro de estas paredes, ese hecho debe ser contrastado con lo ocurrido apenas 20 días después, cuando la Casa fue inundada por un nuevo y protagónico sujeto.
Un mes antes de que ello ocurriera, desde Caracas, Alejo Carpentier había publicado en su sección Letra y solfa, de El Nacional, un artículo en el que adelantaba: «pronto, 50 000 guajiros a caballo, con sus sombreros de guano, sus guayaberas, zapatos de vaqueta, mochilas y machetes, desfilarán —¡oh, manes del Cucalambé!— por las calles de esta jubilosa Habana de 1959, ciudad que no asistió a parecido espectáculo desde la entrada del chino Máximo Gómez, en los albores de la República». Centenares de aquellos guajiros descritos por Carpentier pasaron por aquí. Una fotografía mucho menos célebre que El Quijote de la farola, de Korda, pero no menos evocadora, los muestra comiendo en esta misma sala; en otra, mezclada con ellos, aparece Haydée. No se entiende la tarea que la Casa estaba comenzando a asumir, si se pasa por alto que parte de su sentido fue integrarse de manera orgánica a la convulsión revolucionaria, y expandir el alcance de sus destinatarios.
Coincidiendo, por cierto, con la llegada de los guajiros a La Habana anunciada en sus palabras, Carpentier regresó definitivamente a Cuba justo a tiempo para ser testigo de la primera celebración popular del 26 de julio. De inmediato se involucró en la vida cultural del país y entre las primeras tareas que asumió estuvo su decisivo aporte en la concepción y organización de nuestro Premio Literario. Y fue tal la eficacia del concurso, que apenas un año después de iniciado, en el discurso que pronunciara en la Conferencia de Punta del Este en 1961, el Che lo mencionaría como prueba y ejemplo del modo en que Cuba propiciaba la «exaltación del patrimonio cultural de nuestra América Latina». Desde entonces y hasta su muerte, Carpentier permanecería vinculado con la Casa (…).
Si bien la Casa de las Américas adquirió muy pronto vida y personalidad propias, ella expresó, en el plano de la cultura, preocupaciones y miradas afines al proyecto político de la Revolución Cubana. Roberto Fernández Retamar resumió en cierta ocasión su logro mayor:
Si alguna cualidad positiva tiene la Casa que Haydée hizo, la Casa de las Américas, es la de ofrecerse como sitio de encuentro de dos líneas poderosas que atraviesan la gran nación aún despedazada que somos: la línea que reclama nuestra plena independencia y nuestra integración (es la línea de Bolívar, Sandino, Fidel o el Che), y la que, con pareja energía, anda en busca de nuestra expresión, para usar términos clásicos de Pedro Henríquez Ureña: una expresión que ya empezó a ser nuestra en viejas piezas y músicas, en el Inca Garcilaso, en Sor Juana, en el Aleijadinho. Allí donde ambas líneas se fusionan, arden obras mayores, a la cabeza de las cuales se encuentra la de José Martí.
Años antes, un crítico como Emir Rodríguez Monegal —a quien no es fácil acusar de simpatizante de la Revolución ni de la Casa—, reconocía el papel de ambas en el desarrollo del llamado boom de la narrativa latinoamericana: «A veces se olvida […] que el triunfo de la Revolución Cubana es uno de los factores determinantes del boom», expresaba, para añadir luego que las circunstancias políticas proyectaron al centro del ruedo internacional a la Isla y, con ella, a todo el continente. Además de afirmar que el Gobierno cubano «asume una posición cultural decisiva y que tendrá incalculables beneficios para toda América Latina», Monegal reconocía que la Casa de las Américas, «por algunos años se convertirá en el centro revolucionario de la cultura latinoamericana», gracias a su revista, su Premio y sus libros.
Abro un pequeño paréntesis para recordar que desde sus inicios la Casa desbordó su misión cultural y nuestra área geográfica para volcarse, además, en compromisos políticos como el apoyo a Vietnam y a la descolonización de África en los años 60 y 70, o a Palestina ahora mismo. También ha sido notable su respaldo a causas humanitarias (…).
Pero volviendo a nuestro tema esencial, para que esta institución llegara a ser lo que es, contó desde sus inicios con la participación entusiasta y la colaboración generosa de escritores, artistas y, más adelante, de instituciones de esta y de otras regiones (…). A tal punto la Casa ha desarrollado una intensa labor en el campo de la literatura, la música, el teatro y las artes plásticas, por la que es reconocida internacionalmente, que a veces se olvida que ha sido también un punto de referencia para el pensamiento latinoamericano y caribeño; e incluso el producido en sitios lejanos y en otras lenguas, como el que durante décadas encontró un centro irradiador, desde la Casa, en la revista Criterios, realizada por Desiderio Navarro. Y ha sido, al mismo tiempo, un puente y lugar de encuentro en el que se han tejido, a lo largo de estas décadas, importantes redes intelectuales y profundos afectos.
(…) Por estas salas y pasillos han andado millares de los hombres y mujeres más notables de la literatura, las artes y la reflexión en la América Latina y el Caribe, y también de otros continentes, incluidos premios Nobel que todavía no lo eran como Asturias, Neruda, García Márquez, Soyinka, Cela, Darío Fo, Saramago y Vargas Llosa (…).
(…) El propio (pintor chileno Roberto) Matta había llegado a La Habana un cuarto de siglo antes, en febrero de 1963, invitado por la Casa. En aquel productivo viaje de varias semanas, realizó Cuba es la capital, el mural que desde entonces se encuentra a la entrada de este edificio. Al reseñar la visita, Edmundo Desnoes recordaría que cuando Matta llegó apenas habían transcurrido «cinco meses del bloqueo naval con el que Estados Unidos pretendió asfixiarnos», lo que provocó escasez de materiales para los artistas, de modo que el pintor decidió emplear cal y «la propia tierra cubana» extraída del jardín (…).
Por esas mismas fechas se encontraba entre nosotros, como jurado del Premio Literario, Julio Cortázar. Aquel viaje, confesaría después, cambió su vida y le permitió cobrar conciencia de su condición latinoamericana. En la única carta escrita desde La Habana esa vez, dirigida a su amigo Eduardo Jonquières y fechada el 22 de enero, le cuenta: «No te escribo largo porque la Casa de las Américas no me deja» por los compromisos y las «montañas de libros y revistas» que le entregaba. Promete hablarle más adelante sobre la Revolución, pero comenta el frenesí de los intelectuales cubanos «trabajando como locos, alfabetizando y dirigiendo teatro y saliendo al campo a conocer los problemas…». Cortázar, que no tiene un pelo de ingenuo, añade: «no cierro los ojos a las contrapartidas, pero no son nada frente a la hermosura de este son entero de verdad». Y da fe, entonces, del difícil momento que le correspondió ver: «Qué tipos, che, qué pueblo increíble. El bloqueo es monstruoso. No hay remedios, ni siquiera unas pastillas para la garganta. Se hacen prodigios para combinar el arroz con los boniatos y los boniatos con el arroz».
Al recordar esos otros momentos escarpados, no puedo pasar por alto que vivimos tiempos particularmente difíciles, en los que no solo nos asedian carencias materiales de todo tipo y que el bloqueo (aquel mismo bloqueo) sigue en pie, sino también la fatiga propia de la batalla que se alarga. Por si fuera poco, el horizonte latinoamericano, para no hablar del mundial, vive días turbulentos.
(…) Pero entonces se hace inevitable pensar que aún somos necesarios porque el arte y la literatura llevan en sí la curiosa paradoja de que nos sustraen del mundo para permitirnos entenderlo y entendernos mejor; porque el pensamiento puede angustiarnos a la vez que nos hace más libres, y porque la Casa debe seguir siendo una alternativa a lo que parece ser el sentido común de nuestro tiempo (…).
Más de una vez he pensado que el principal defecto de la Casa de las Américas es quizá su mayor virtud: la ambición permanente, su irrefrenable vocación de ir siempre más allá y desbordar fronteras. No me refiero a esa recurrente inclinación a enlazar opuestos, como transitar sin tropiezos —para atenernos a un ilustrativo ejemplo de 1967— entre dos momentos excepcionales y diversos de la creación poética: de la celebración del Encuentro con Rubén Darío, homenaje a uno de los mayores poetas de la lengua, a la realización del Encuentro de la Canción Protesta, al cual debemos, por un lado, la imagen de la rosa y de la espina diseñada por Rotsgaard (quizá el más reproducido de los carteles culturales cubanos), y, por otro, el nacimiento pocos años más tarde del Movimiento de la Nueva Trova. Pero no me refiero a eso, repito, sino a algo más programático.
Ayer mismo (se refiere al 26 de abril último) clausuramos un Premio concebido originalmente para escritores hispanoamericanos en los géneros literarios tradicionales. Era fácil acomodarse a ello y sostener el interés de los concursantes sin arriesgar nada. Pero pronto la Casa quiso más: incluir a los autores de Brasil, adoptar el género testimonio, convocar la literatura para niños y jóvenes, asimilar a los autores caribeños no solo en las lenguas de las metrópolis sino también en los creoles de la región, aceptar como propios a los latinos residentes en los Estados Unidos, poner el foco en mujeres, negros, pueblos originarios (…).
Hace exactamente 30 años, es decir, en 1994, se produjo en la Casa un inusitado recambio generacional. Por acuerdo colectivo, cuatro compañeras y un compañero que ocupaban cargos de dirección tuvieron la visión y la generosidad de dar un paso al lado y emprender nuevas tareas dentro de la Casa; cuatro de ellos, por cierto, están siendo distinguidos esta mañana. En su lugar, cinco jóvenes nacidos, y sobre todo nacidas, en los años 60, y que por lo tanto son más jóvenes que la Casa misma, pasaron a ocupar las direcciones de Artes Plásticas, Biblioteca, Administración, Prensa y el Centro de Investigaciones Literarias.
Esa apelación a los jóvenes no era nueva. Protagonista del entusiasmo generado por la Revolución, era lógico que la Casa lograra nuclear a la mayor parte de las figuras que, en los años 60, estaban realizando lo mejor de la cultura del momento. Un desafío mayor significaba mantener el contacto y la capacidad de convocatoria entre quienes entonces apenas comenzaban a dar sus primeros pasos en el ámbito cultural. Consecuencia de tal desafío fue la celebración del Encuentro de Jóvenes Artistas Latinoamericanos y del Caribe celebrado en 1983, y que, visto en perspectiva, fue el antecedente más obvio del espacio Casa Tomada.
Cinco años después de aquella renovación generacional, al pronunciar las palabras inaugurales del Premio Literario de 1999, Retamar formulaba preguntas que, naturalmente, iban mucho más allá de preocupaciones sobre el concurso mismo: ¿Qué van a hacer los jóvenes con el Premio Casa de las Américas? ¿Quedará cómo está? ¿Desaparecerá, entendiéndose que su misión ha sido cumplida? ¿Encontrará maneras creadoras de seguir prestando servicios? (…)
Ha transcurrido un cuarto de siglo desde entonces. El hecho de que estemos hoy aquí significa que aquellas preguntas fueron bien respondidas y las preocupaciones encontraron adecuado cauce. Pero unas y otras se renuevan permanentemente, de manera que siguen en pie y toca a los jóvenes de hoy no olvidarlas. Como no debe olvidarse que la historia de la Casa puede ser contada como un relato de sucesos felices (más aún porque la ocasión celebratoria lo propicia), pero que también ha sido un campo de batalla erizado de pasiones y tensiones de todo tipo, donde estallaban polémicas y colisionaban puntos de vista, como inevitable corolario de su permanente toma de posición.
Premios, coloquios, exposiciones, conciertos, lecturas, debates, ediciones y espectáculos teatrales continúan con su perseverancia habitual. Escritores, artistas, pensadores y activistas de todos los sitios siguen viniendo a ella, habitándola y reconociéndola como propia (…).
Quiero concluir recordando que fue aquí mismo, en este sitio de la ciudad en que se erige el edificio que desde 1959 ocupa nuestra institución, donde se levantó la antena de 57 metros de altura que, a principios de 1905 y por primera vez en la historia de la humanidad, permitió realizar una conexión inalámbrica entre dos países, al enlazar a La Habana con Cayo Hueso, como preámbulo de sucesivas conexiones con estaciones de México, Puerto Rico y Panamá. Es difícil no sentirse tentado a leer el azaroso acontecimiento como una señal del destino, porque la Casa de las Américas ha sido precisamente eso, una enorme antena para comunicarse con el mundo. Es un fortuito acto de justicia, entonces, que aquí donde nació una nueva forma universal de conectarse, creciera también una institución que hizo de ese propósito parte del sentido de su existencia.
(*) Fragmentos de las palabras pronunciadas con motivo del aniversario 65 de la Casa de las Américas. Sala Che Guevara, 27 de abril de 2024.