Patricia tuvo el coraje de serlo, las 24 horas. Autor: Gustavo Pérez Publicado: 07/05/2024 | 11:06 pm
«Me quiero tomar una foto contigo, porque eres valiente», le dije. Y nos fuimos hasta un banco del Parque de Céspedes, frente a la casa más antigua de Cuba. Le pasé el brazo a su cuerpo enjuto. Acomodó sus hebras, su blusa de tirantes, su bolso de Penélope, y plantó su mejor sonrisa… No me conformé con la imagen, no. Quería conocer su leyenda.
―¿Te atreves a venir conmigo? Siempre con respeto, con mucho respeto.
Respeto era su palabra, la repitió mil veces, la siguió diciendo después. Le había faltado tanto, que se había convertido en su estandarte. Me puse a su lado. Hubo saludos, hubo sorpresas, cuando entramos por un largo pasillo interior.
Cuando me presentó a la dueña de la casa, la señora me descarnó de arriba abajo, de abajo arriba. Hizo un mohín a modo de saludo y le indicó qué hacer. La dejé frente a una palangana llena de ropas, no sin antes fijar nuestro próximo encuentro.
Patricia me fue contando su historia a trazos: cómo tuvo que correr un día perseguida por la rabia, cómo la bajaron de un árbol a pedradas, cómo cuidó ganado. Y cómo más de uno tocaba a su puerta, bajo el anonimato de las altas horas, como diría Teresa.
No todo el mundo tenía (tiene) el coraje de Patricia: ser Patricia las 24 horas. Una tarde me confesó su nombre de inscripción, el reservado a los papeles, José Daniel Roibal Granados. No era él, claro. No calaba a su piel. Y me abrió su álbum.
―Esto no lo hago con todo el mundo…
María Félix con sus ojazos, María Félix con sus ademanes de reina, recortada de aquí, de allá. Era su ídolo. Y algunas fotos pequeñas, fotos con historias que interrumpía para apretar los ojos. Hubo una especial, una: Roibal frente al espejo vestida de Patricia, la Patricia juncal, Patricia para siempre. Interrogándose, interrogándonos.
Obtuve esa colección para mí, la convencí milagrosamente. Me esperó cerca, con desesperación, cuando me vio partir con su tesoro rumbo al escáner. Y me abrazó a la vuelta, me abrazó fuerte, cuando la devolví a sus manos.
No la vi más. No supe de su muerte.
Cuando el 17 de mayo de 2011, comenté para la radio la celebración en Santiago de Cuba del Día Mundial contra la Homofobia, Patricia estuvo en mis memorias, en mis reportes. Le hubiera gustado ver cómo marcharon juntas por esas calles, ¡al fin!, la bandera multicolor y la bandera de la estrella solitaria.
Cuando el café teatro Macubá, con la maestra Fátima Patterson al frente, acogió Piel Adentro, recordamos a Patricia. La primera velada de aquel proyecto contra todas las discriminaciones, rindió homenaje a un ser humano auténtico, a su tenaz manera de buscar la felicidad, a su lección de vida. Sus vecinos nos acompañaron, y por supuesto, Katiuska Ramos, mi colega, mi infatigable partenaire.
Alguien dijo que era una buena persona, sí; noble, sí; pero con «un defecto». Amorosamente le corregimos: el amor no tiene defectos.
¿Dónde estarán aquellos casetes que grabé con nuestras conversaciones? ¿Dónde quedó el documental sonoro que rumié, bordé, tracé en el aire? No desisto. Todavía recuerdo nuestras últimas palabras.
―¿Y usted qué va a decir de mí?
―No lo sé todavía, Patricia... pero no me voy a callar.