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Futuro

En todas partes, en toda época, de cualquier modo, se ha querido atisbar lo que vendrá, se ha pretendido vislumbrar lo que aún no ha ocurrido, se ha intentado profetizar el futuro

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

En el fuego, en las aguas, en los caracoles, en las hojas, en las vísceras, en las escrituras consideradas sagradas y también en las profanas. En los astros, en los números, en las cartas, en la ouija, en las cuevas, en las danzas, en la pantalla, en la clásica bola de cristal…

En todas partes, en toda época, de cualquier modo, se ha querido atisbar lo que vendrá, se ha pretendido vislumbrar lo que aún no ha ocurrido, se ha intentado profetizar el futuro.

Ante una batalla, ante un viaje, ante una enfermedad, ante un desasosiego amoroso, ante un emprendimiento económico, ante la incertidumbre personal o de toda una comunidad, ante un paso decisivo… el ser humano ha querido adelantarse, saltar el tiempo, entreabrir el porvenir.

Se sabe que en el oráculo de Delfos, en la Grecia clásica, la pitonisa era consultada y emitía sus predicciones. Las emanaciones de gases desde la roca donde estaba situado el santuario, ayudaban al estado de trance.

Los romaníes o gitanos, conforman un grupo que siempre ha estado
vinculado con las artes adivinatorias, a echar la buenaventura. La quiromancia, presente en muchas geografías y culturas del mundo, interpreta líneas, montes,  intersecciones en la palma de la mano, para develar aquello que está «escrito», lo que marca el pasado, lo que anticipa el futuro.

El francés Michel de Nostradamus (1503-1566) es uno de los «adivinos» más citados desde hace siglos. Su colección de cuartetas, Las profecías, está cargada de frases enigmáticas y crípticas, seguramente un modo de burlar la Inquisición. Sus frases han sido llevadas y traídas, interpretadas y asociadas a los más diversos hechos pasados y actuales.

Un mediático «futurólogo» europeo que había amasado toda una fortuna con un programa televisivo, fue víctima de un robo en su propia casa. Cuando le preguntaron como no había podido predecir el hecho, el caballero respondió que… sus dotes eran para servir a los demás, no a sí mismo.

La vida viaja siempre hacia adelante. Lo que creíamos hasta ayer, puede resultar errado a la luz de hoy. El ímpetu suele asociarse a las edades tempranas, y la experiencia, al paso de los años. Esas vivencias, procesadas y filtradas, conforman un acervo insustituible. El refrán es inequívoco, la sentencia es lapidaria: «Más sabe el diablo por viejo, que por diablo».

La experiencia resulta, tantas veces, predictiva.

Entraba apenas en la adolescencia cuando participé en un concurso cuyo nombre era «¿Cómo viviremos en el año 2000?». Tal vez por la cercanía, por el impacto del viaje al cosmos
de Arnaldo Tamayo-Yuri Romanenko (1980), despegué los pies de la tierra, eché a volar, pinté un mundo de viajes habituales a otros planetas, dibujé un país pleno de eficiencia y de abundancia. Me había lanzado al futuro sin red.

El futuro es, por supuesto, un tiempo verbal en nuestro idioma, que enuncia un hecho que aún no ha sucedido. «Buscaré dinero en el cajero»/ «Iré a comprar viandas a aquel puesto», son ejemplos de oraciones simples con un contenido complejo. Que la Gramática, el tiempo y el bolsillo, le acompañen en tales menesteres.

Bolas de cristal, letras, quiromancia aparte… ¿Es el futuro un tiempo posible o es algo que bulle en nuestra mente, una especulación, una entelequia acaso de esa máquina perfecta que es el cerebro? ¿Cuánto haces ahora mismo, en tu presente, por tocar ese horizonte corredizo que es el futuro? ¿Te lo has preguntado?

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