Süreyya y Faruk, personajes protagónicos. Autor: Joel del Río Publicado: 27/01/2024 | 09:11 pm
Entre Estambul y Bursa, dos ciudades asentadas en el espacio donde Europa se vuelve Medio Oriente, se desarrolla la trama larguísima de la telenovela turca, que entre nosotros se llama Eternamente (Multivisión, lunes a viernes, 3:00 p.m.), pero que se ha exhibido en otros países como La novia de Estambul (traducción cercana a su título original); Amor eterno; Süreyya, un amor de novela; La fuerza del amor; Nuestro amor eterno, y Süreyya: un amor desafiante. Enumero todas estas etiquetas porque dan idea de la historia narrada a quienes todavía la desconozcan, una narrativa firmemente afincada en las historias de amor entre un hombre y una mujer de diferentes estratos sociales, pero empeñados en sostener su idilio contra todos los obstáculos, prejuicios y divergencias culturales o de temperamento.
Con una vida modesta y perteneciente a la clase trabajadora, Süreyya toca el violín y se gana la vida cantando; su única familia es su tía maternal, y vive en la ciudad más cosmopolita y europea de Turquía: Estambul. Faruk es el primogénito de los cuatro hermanos Boran, una de las familias más ricas de Bursa, una ciudad importante del interior del país. Süreyya y Faruk se cruzan casualmente, brota entre ellos el amor a primera vista, se casan sin pensarlo dos veces, y ella se va con él a Bursa, a convivir con la suegra, los tres hermanos y cuatro o cinco sirvientes. Y así queda servida la mesa (alrededor de la cual ocurren innumerables escenas) para todo tipo de conflictos e incomprensiones.
Por supuesto que la llegada de la nueva miembro de la familia Boran lo cambia todo, porque el espíritu libre y citadino de la muchacha apenas acopla con el peso de las tradiciones, convenciones y reglamentos que su suegra, «la sultana» Esma, dispone para todos y cada uno de los miembros del clan. Parte medular del éxito de la serie obedece a la historia de amor (de pareja y filial) animada por tres excelentes intérpretes: Özcan Deniz y Aslı Enver (en el papel de la pareja protagónica), e İpek Bilgin como Esma, madre de él y suegra de ella.
Sin embargo, en términos histriónicos no todo es miel sobre hojuelas. Al grupo de los más notables intérpretes de la serie se une Salih Bademci en el papel de Fikret Boran, el hermano envidioso y problemático, pero hemos visto pocas interpretaciones tan carentes de profundidad, tan maniqueas e inexpresivas como la de Fırat Tanış en el papel del malo absoluto, el medio hermano ilegítimo Adem Boran, y el hermano menor, Murat Boran, es asumido desde la más completa extremidad física por Berkay Hardal, quien desaparece de la serie para convertirse en protagonista de otras telenovelas de éxito.
A partir de estos personajes y situaciones centrales, sin apartarse nunca de los protagonistas, la trama cumple cabalmente con algunas de las reglas canónigas del melodrama televisivo, y se colma de secretos del pasado, hijos sin padre, ambición, venganza, una capa de machismo y misoginia que en este caso apenas llega al espesor de otras telenovelas turcas, además de otros elementos dominantes como la exaltación clasista del linaje y el poder, además del aforismo respecto a que la unidad familiar merece cualquier sacrificio o concesión.
Y en esta voluntad de defender con calor y buenos argumentos los valores familiares, la honradez y el perdón se localizan otros valores de este dramatizado que, además, recurre muchas veces a una puesta en escena cinematográfica (insistentes y expresivos movimientos de cámara, uso inteligente de la escenografía y las locaciones).
A pesar de sus innumerables lugares comunes, Eternamente es de las menos convencionales, por lo menos en cuanto al diseño de la heroína principal, una artista bohemia e independiente, negada casi todo el tiempo a someterse a los designios de su enamorado, un intenso potentado que administra su empresa, y su familia, como si de un empeño mafioso se tratara.
Y como los largos brazos de su esposo y suegra la alcanzan a dondequiera que vaya, la emancipada Süreyya se enfrenta todo el tiempo a la posibilidad de renunciar a sus sueños profesionales y dedicarse a parir y criar hijos, a cuidar la casa y a la familia de su amantísimo y controlador esposo.
La popularidad internacional de Eternamente coronó el auge de la industria audiovisual turca, desde los primeros años del siglo XXI, cuando tuvieron que refugiarse en la televisión numerosos creadores del cine y de otros medios, y el país devino, en uno o dos lustros, el segundo exportador mundial de espacios dramatizados televisivos, con una producción media anual de un centenar de series que se comercializan en alrededor de 150 países.
La que nos ocupa salió al aire en su país entre 2017 y 2019, fue nominada por el premio Emmy internacional como una de las mejores telenovelas del mundo, le entregaron el Premio Crossing Cultura del Festival Mediamixx, organizado en Tesalónica, Grecia, y fue vista rápidamente en 36 países de Europa y América. Incluso las televisoras de México e India la rehicieron con sus propios intérpretes y especificidades nacionales.
Para explicar semejante éxito debe explicarse algo quizá evidente para algunos: la telenovela turca, y particularmente la que estoy comentando, propone el equilibrio entre conservadurismo y liberalidad (en dosis muy moderadas esta última), ofrece pertinentes apuntes sobre los problemas de género en Turquía, y combina el omnipresente y siemprevivo melodrama con otros géneros como el criminal o policiaco (para atraer al público masculino).
Pero independientemente de que tribute a uno u otro género, Eternamente puede ser vista con agrado por cualquier espectador, de cualquier latitud, ideología o gusto, porque cuenta con varias historias de superación personal (sobre el rencor, la enfermedad, el miedo, el infortunio) y todos los terrícolas necesitamos saber, o que nos digan a veces, que el amor, la comprensión y el deseo de vivir pueden, deben triunfar.
Parte del elenco de Eternamente.