Anette Delgado en Rara avis del coreógrafo Alberto Méndez. Autor: Maykel Espinosa Rodríguez Publicado: 09/10/2023 | 11:28 pm
Qué gran acierto el del Ballet Nacional de Cuba cuando tomó la decisión de comenzar su amplia y diversa temporada de celebración por el aniversario 75 de su na-
cimiento con un tributo exclusivo a coreógrafos cubanos cuyas obras forman parte del repertorio de la compañía desde hace varias décadas. Una selección difícil como todas aquellas que suponen decantarse por una maravilla u otra. En espera de lo que vendrá, el primer fin de semana de presentaciones ya deja una sensación conmovedora y estimulante.
Un pavorreal, un colibrí y un águila real. La ilustración de la mujer-ave como entelequia de lo divino no podía ser una bienvenida mejor hilvanada. Esa Rara avis (Alberto Méndez) que sobre la escena de la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba suponía una exaltación del espíritu y en la aparente desnudez de los cuerpos y el entramado coreográfico, uno podía percibir un barroquismo sobrecogedor en pleno vuelo, como si se tratase de un cuadro de Rubens o del academicismo rutilante de Bouguereau.
Las alas batidas a ritmo de Handel y Alessandro Marcello contrastaron con el Debussy del romance sublime de Leda y el cisne (Iván Tenorio), una pasión sin zapatillas que en su concepción produce tanto
placer como Rítmicas (Iván
Tenorio), un revoloteo rasante sobre suelo afrocubano, donde Amadeo Roldán y esos sonidos percutidos acompasan una aproximación clásica hacia el folclore,
magistralmente conseguida por los ejecutantes.
A Alfonsina (Gustavo Herrera), el intimismo de la lírica; a La Cenicienta (Pedro Consuegra), el embeleso histriónico, ese al que nos tiene acostumbrados los pas de deux con semejante expresión de la técnica. Para Majísimo, el desparpajo y esa maestría grácil de mostrarnos ciertos dejes de las danzas tradicionales españolas.
Pero me atrevería a decir que con Dionaea (Gustavo Herrera) caímos todos, presas del buen hacer del conjunto, inmersos en una pieza donde ese leitmotiv de la coreografía, la planta carnívora, logra atrapar nuestros sentidos con un planteamiento visual reflejo de la exquisita amplitud de miras de su creador.
Todos vimos brillar a aquellos jóvenes intérpretes, debutantes algunos, consagrados otros. Son merecidas las loas a la agrupación, a los que hoy nos erizan la piel y se hicieron inolvidables en esas interpretaciones; a los creadores que las vislumbraron, reflejo de un entendimiento académico de la danza, más allá de Alicia, Alberto y Fernando. Este homenaje a los coreógrafos nos muestra un relato elocuente que habla de eso que afortunadamente podemos nombrar el ballet cubano.
La Cenicienta (pas de deux) , Leda y el cisne y Majísimo fueron algunas de las obras que pudo disfrutar el público asistente. Fotos Maykel Espinosa Rodríguez
Dionaea
¿En qué estaría pensando Gustavo Herrera cuando concibió esta obra? ¿Cuáles fueron los motivos para inspirarse en un momento tan específico en la vida de una planta carnívora? La Dionaea muscipula, de la familia Droseraceae, es una especie fascinante dentro de la flora. Atrapa presas vivas, generalmente insectos y arácnidos, de las cuales se alimenta. Se podría decir que esta venus atrapamoscas seduce a su víctima con su vistosidad, la cual aprovecha para atraerla y atraparla.
Fue estrenada el 3 de noviembre de 1984, en el Gran Teatro Federico García Lorca (renombrado actualmente como Alicia Alonso), durante el 9no. Festival Internacional de Ballet de La Habana y tuvo como intérpretes a Josefina Méndez y al cuerpo de baile femenino en el papel titular, junto a Luis Aguilar, Carlos Medina y Raúl Barroso como las «presas».
La música, con fragmentos de Floresta do Amazonas (La selva amazónica) compuesta en 1958 por Heitor Villa-Lobos, complementa sobremanera la experiencia inmersiva de la puesta en escena.
A casi 40 años de estrenada, Dionaea sigue impresionando al público, gracias a su gran despliegue visual, a lo cual contribuyen los soberbios diseños de escenografía y vestuario de Ricardo Reymena, sumados al talento y calidad danzaría de una joven generación de intérpretes del Ballet Nacional de Cuba. (Maykel Espinosa Rodríguez)