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Cuando Cuba se estremeció en el lente de Sarita

Uno de los más grandes cineastas cubanos de todos los tiempos, Tomás Gutiérrez Alea, calificó en público a Sara Gómez Yera, como una mujer que «hubiera sido capaz de hacer cine sin cámara, sin luces y sin micrófono, tanto era su talento».  JR se acerca a esta cubanísima mujer en el 80 aniversario de su natalicio, este 8 de noviembre

Autor:

Yahily Hernández Porto

Camagüey.- A Sara Gómez Yera, una guanabacoense de pura cepa, un ataque de asma le arrebató su vida el 2 de junio de 1974, más no su impronta en este país inmerso en profundas transformaciones socioeconómicas, que se estremeció a través de su atrevido arte, de su osado y resuelto lente cinematográfico.

El intelectual cubano Reynaldo González, al admirar su obra escribió que «sus filmes documentales confirmaron planteamientos éticos sin dimensionar la belleza como super objetivo: resultarían bellos por contraste y para gustos entrenados. Una lectura preciosista echaría en falta la belleza tropical "puesta" y remarcada que caracteriza el tratamiento fílmico tradicional; ella enfocaba a las personas inmersas en el proceso de cambios, no buscaba proposiciones de arte, sino de existencia. Los elementos expositivos fueron tan duros como la cortedad de los participantes —y de ella misma, indagadora y comentarista—, que hablaban del trabajo social al tiempo que lo cumplían, espontanea suma de hecho y análisis».

Para el prestigioso artista cubano, recientemente fallecido, Mario Balmaseda, la cineasta era una «trasgresora; por ejemplo, ella puso de moda el espendrú. Tenía a su mamá en los Estados Unidos, iba a cada rato allá. Pensar que, en los años 1956, 1957, 1958, ya Sara andaba con shorts y medias largas hasta las rodillas, como la usaban las chicas norteamericanas. Era una mujer muy independiente. Además, le decía a cualquiera las cosas claramente, no andaba con rodeos».                    

Este 8 de noviembre se conmemora el aniversario 80 del natalicio de esta cubanísima mujer, «una de las figuras más deslumbrantes de la cultura cubana: la primera cineasta de ficción y documentalista, quien, al fallecer repentinamente con solo 32 años de edad, ya era reconocida como una de las mujeres creadoras más destacadas de Cuba», significó a JR la reconocida investigadora Olga García Yero, quien es autora de un texto revelador y de justicia intelectual, Sara Gómez: un cine diferente, al rescatar casi del eterno sueño la gigante obra de esta mujer.

La también Doctora en Ciencias García Yero, accedió a esta entrevista, en compañía de su esposo, el Doctor en Ciencias Luis Álvarez Álvarez, Premio Nacional de Literatura, para que los lectores de nuestro diario, en particular los más jóvenes, conozcan una de las artistas más significativas de la Cuba contemporánea.

-Profesora García Yero: ¿Qué aspectos de la formación de Sara Gómez como creadora le han llamado más su atención?

—Sara Gómez tenía una cultura excepcional, que arrancaba de su vida misma y de la complejidad de los años 50 y 60 que vivió.

«Afrodescendiente, encarna un tipo de mujer cubana que por un lado familiar se conectaba con una pequeña burguesía mestiza y negra que, en La Habana y otros lugares del país, absorbía y creaba valores culturales del más variado tipo. Y por otro costado de su familia pertenecía a los estratos más humildes, explotados y discriminados del país. Todo ello permitió que asombrara luego por su quehacer. Bebió de su época, su entorno, de sus experiencias, cuestionamientos sociales, de ese presente en ebullición, de su raíces, de sus cimientos, de su familia, de sus ancestros».

-¿La gigantesca obra de Sarita emana de ese vínculo taxativo social? 

—Gracias a ello tuvo, como muy pocos artistas nacionales, una experiencia directa de la complejidad social, clasista, educacional, laboral del país. Su costado pequeño burgués le permitió cursar estudios de piano en el Conservatorio de La Habana; sus fuertes nexos con lo más popular de su familia, le hicieron descubrir el corazón de la música más popular insular, como demuestra magistralmente en su hermoso documental Y tenemos sabor, de 1967.

— ¿Ella fue pionera en la creación? 

—Fue una de las primeras documentalistas latinoamericanas en atreverse a cultivar un subgénero inédito: el documental autobiográfico, en un texto antológico: Guanabacoa: crónica de mi familia, de 1966.

«Ávida lectora, como pocos, desde muy joven tanteó la crítica cinematográfica e hizo periodismo en la revista Mella y en el periódico Hoy. Ella no formó parte del grupo de estudiantes oficiales del célebre Seminario de Etnología y Folclor que se impartía en el Teatro Nacional en la década del 60, pero estuvo fuertemente vinculada por lazos de amistad con muchos de sus miembros efectivos, como Alberto Pedro, Tomás González, Martínez Furé, ente otros, y a través de ellos descubrió la antropología y la sociología, bases científicas que están a flor de piel en muchos de sus documentales.

En todos los documentales de Sara Gómez florece esa enamorada y valerosa visión de los seres humanos en posición menos favorecida. Foto: Archivo de JR

«Sostuvo una amistad entrañable con la poeta cubana Nancy Morejón, Premio Nacional de Literatura, y con intelectuales, escritores y cineastas cubanos y extranjeros como Inés María Martiatu, Gerardo Fulleda León, Reynaldo González, Nicolás Guillén Landrían, la destacada cineasta francesa Agnès Varda; la gran escritora gala Margueritte Duras la entrevistó; conoció a Juan Goytisolo; colaboró y fue muy respetada por el gran cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, al punto de que este manifestó un día, en público, que Sara hubiera sido capaz de hacer cine sin cámara, sin luces y sin micrófono, tanto era su talento.

«No es de asombrar entonces que la obra de Sarita, como la llamaban amigos y familiares más cercanos, ha sido objeto de una amplia serie de estudios críticos, tanto en diversos países de Latinoamérica, así como en Estados Unidos. Fue pionera y fundadora en ideas, conceptos, visones, en maneras de hacer cine».

—Indudablemente, Sara Gómez debió haber sido una artista especialísima en el hirviente panorama artístico cubano de las primeras décadas de la Revolución.

Luis Álvarez Álvarez: «Ante todo que es, con la de Guillén Landrían, el sobrino de Nicolás Guillén, una cinematografía fundadora. Sara creó documentales que, en efecto, testimoniaban hechos concretos de la vertiginosa vida social cubana de aquellos años. Pero lo hacía con una perspectiva ahondadora, cabalmente humanista, que no siempre está presente en el cine cubano».

-¿Se aleja del cine esteticista o centrado en la belleza de sus componentes?

«Sí, afirmó Luis. Con Guillén Landrián, hombre también de una cultura insondable, Sarita no tuvo demasiado interés en crear un cine esteticista o centrado en la belleza de sus componentes: le importaba el ser cubano, es decir, el ser cubano. Pocos artistas nuestros, del género que sea el que hayan cultivado, se interesó tanto por el simple ser humano de la isla y, sobre todo, por lo que hoy se llama teóricamente «los sujetos subalternos», lo que el Poeta Nacional definió metafóricamente en palabras formidables: «héroes no, fondo de historia.

«Esa enamorada y valerosa visión de los seres humanos en posición menos favorecida transita todos sus documentales y, desde luego, su único filme de ficción, De cierta manera. Pero en particular se percibe, en una explosión de soberbia artisticidad de matices, meditaciones y sugerencias, en los tres documentales que filmó sobre la entonces Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, entre 1968 y 1969, cuando comenzaron a fundarse allí proyectos educativos para jóvenes provenientes de familias disfuncionales, muchachos sin trabajo y con problemas sociales».

—Luis, ¿cómo valora usted esa trilogía de documentales sobre la Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud?

-Son excepcionales imágenes y entrevistas, en la que ella dialoga con aquellos jóvenes descentrados de sí mismos y del panorama social circundante. Son tres obras­ insuperadas hasta hoy: En la otra isla, Una isla para Miguel (terminados en 1968) e Isla del Tesoro (1969). Antropología, música, análisis y crítica social, estudio de la pobreza, estudio de los riesgos de la delincuencia juvenil, escorzos de incomprensión social y de las necesidades juveniles, bocetos de los límites y caracteres diversos de los grupos sociales: todo ello convierte a esta trilogía en documento inapreciable para conocer la Cuba de aquellos y mucho de la de hoy. Sara sigue siendo hoy, como Fernando Ortiz, un referente insoslayable para nuestro conocimiento presente y nuestras esperanzas futuras.

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