Antonio Stradivari creó unos mil instrumentos de cuerdas, en su mayoría hechos de abeto y arce, cuyo tono y artesanía son únicos. Autor: Tomado de Internet Publicado: 16/08/2021 | 09:41 pm
Las circunstancias, o tal vez la providencia, quiso reunir en Cremona (Italia) a las tres familias fabricantes de violines más ilustres de la historia. Los Amati, Stradivari y Guarnieri coincidieron en tiempo y espacio, proporcionándoles dulzura, poder y expresión a los instrumentos legados.
Con los años estas creaciones alcanzaron el status de obras de arte. Hoy, un Guarnerius en el mundo de la música tiene tanto valor como un Monet en la plástica, y un Amati es tan deseado por intérpretes y coleccionistas como el más enigmático de los Caravaggio. Sin embargo, el símbolo de la grandeza de Cremona surgió de las manos orfebres de un alumno de Nicolás Amati.
Con modelos más alargados y angostos de lo que indicaba la tradición, Antonio Stradivari se esforzó hasta ser considerado el mejor luthier en la historia del violín. Y no es para menos, pues un Stradivarius es la perfección misma.
En la actualidad se conservan unos 650 violines Stradivarius que fluctúan, cada uno, en docenas de millones de dólares de acuerdo con el mercado de subastas. Grandes solistas aseguran que estos ejemplares son incomparables y ni siquiera la superioridad tecnológica actual puede equipararlos. Testimonios tan excelsos despertaron gran interés, por lo que muchos ejemplares han sido analizados por disímiles grupos de expertos.
Si bien se abrieron muchas puertas del mundo de los Stradivarius, todavía no se ha logrado reproducir una copia que iguale el mismo sonido. En 2011 un equipo de investigadores de la Universidad de Minnesota utilizó tecnología de un escáner de tomografía axial para captar más de mil imágenes del interior de una pieza de 1704 perteneciente a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
El escáner fue tan preciso que se crearon tres réplicas con exactitud milimétrica. La madera, la forma, el tamaño, el grosor, las mismas grietas, agujeros de gusanos y demás defectos hallados en el original fueron reproducidos y posteriormente ensamblados por dos artesanos expertos en violín. No obstante, no se alcanzó el sonido deseado.
«Creía que el instrumento no era más que una cáscara de madera que rodea el aire. Estaba totalmente equivocado. Había un montón de anatomía interior en el violín», declaró Steven Sirr, radiólogo en First Light Medical Systems en Minnesota, al notar su complejidad.
Ese año, el profesor suizo Francis Schwarze realizó un experimento a base de hongos para recrear las condiciones biológicas de la madera utilizada en un Stradivarius del siglo XVII. Según su investigación, el Physisporinus vitreus y el Xylaria longipes expandieron las membranas celulares provocando una penetración del sonido más rápido, singular y armonioso.
Algunas instituciones que abordaron el tema, como la Universidad de Columbia y la Universidad de Texas A&M, aseguraron que el secreto no radica en la construcción del instrumento, sino en el clima y los químicos contenidos en el barniz preservante. Durante el período de 1645-1715, etapa conocida como Pequeña Edad de Hielo, las gélidas temperaturas provocaron árboles de madera más gruesa, lo cual incidió de forma directa en la acústica superior de los Stradivarius.
Para el Doctor en Bioquímica y profesor emérito de la Universidad de Texas, Joseph Nagyvary, el enigma está relacionado con sustancias insecticidas que potenciaron la acústica. Su pesquisa lo condujo al bórax, un endurecedor de madera y plaguicida que produce un sonido más brillante, a la resina de árboles frutales y al polvo de vidrio triturado (estos últimos empleados por los italianos de la época contra las termitas).
Según el experto, Stradivari acopló las diferentes partes, talladas a la perfección, usando un tratamiento prolongado de remojo que buscaba expandir los poros del material. Al finalizar, vertió sobre la madera una mezcla precisa de las tres sustancias referidas.
Uno de los estudios más novedosos y recientes fue Distinciones químicas entre el arce de los Stradivari y la madera moderna para instrumentos de cuerdas, liderado por Hwan-Ching Tai, profesor de Química de la Universidad Nacional de Taiwán.
Mediante un software para analizar el habla se descubrió que la variedad de violines Stradivarius utilizados en el experimento imitaron aspectos de la voz humana, creando formantes (picos de intensidad en el espectro de un sonido) similares al de tenores y contraltos. El catedrático basa parte de su teoría en la singularidad del «timbre humano» de estos instrumentos para que combinara bien con ese sonido, ya que los primeros violines se crearon para acompañar canciones y bailes.
«Si se compara el arce de un Stradivarius con la madera de arce moderna de alta calidad, que es casi la misma, se ve que ambas son muy diferentes. Los instrumentos (Stradivarius) tenían un 25 por ciento menos de agua que los modelos recientes», declaró.
Hwan-Ching Tai y su equipo notaron que la hemicelulosa (parte de las paredes de las células vegetales) se descompuso en los Stradivarius, provocando menor humedad, lo cual pudiera traducirse como un sonido más cercano a la perfección.
Los análisis también demostraron que la madera de arce se trató con conservantes minerales (aluminio, calcio, cobre, sodio, potasio y zinc), lo cual permitió notable resistencia a la carcoma e impregnó mayor longevidad a los instrumentos.
El propósito final del proyecto de Hwan-Ching Tai consiste en lograr una imitación sonora exacta de los mejores violines concebidos por el hombre. Un sueño jamás materializado y que urge con premura, pues resta un siglo de vida útil a los Stradivarius existentes antes de perder para siempre su tono irrepetible.
Stradivarius expuesto en las salas de Música de la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid.
El sonido peculiar del Stradivarius continúa siendo un misterio indescifrable.