La joven Adelaida de Juan. Autor: Cortesía de la familia Publicado: 07/08/2021 | 07:44 pm
Lo dijo con esa gracia que jamás la abandonó, y el auditorio que colmaba aquel día de agosto de 2014 el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, se «vino abajo». La carcajada se hizo colectiva después de contarnos que había venido al mundo hacía 83 años y que debía admitir que, desde el punto de vista del espacio, la suya había sido una vida muy reducida: siempre en el Vedado. «Hasta el sol de hoy solo me he separado cien metros de mi lugar de origen cuando me casé con Roberto (Fernández Retamar) hace un burujón de años y me mudé para H entre 21 y 23. Fue entonces que dejé la casa de mis padres de 21, entre F y G, donde se hallaba la antigua Clínica de Reyes y en la que ahora radica una oficina de no sé qué, a la cual únicamente le falta la placa que indique que yo nací allí».
Soltó la frase como si fuera un chiste en el momento que nadie lo esperaba, pero todos sabíamos que por ese extraordinario hecho: el nacimiento hace nueve décadas de la eterna profesora Adelaida de Juan Seiler, aquel sitio donde se empezó a entretejer la grandeza intelectual y humana de quien recibiera en 2017 el Premio Nacional de Enseñanza Artística, merecía ostentar, en efecto, si existiera, la condición de «monumento para la cultura cubana».
Tres años antes, gracias a aquella y otras frases que denotaban una y otra vez esa cubanía que Adelaida de Juan llevaba consigo a todas partes, este servidor logró empezar a soltar las tensiones que se me apoderaron en cuanto supe que la distinguida Maestra de Juventudes sería mi próxima entrevistada del Encuentro con… convocado en medio de la feria Arte en La Rampa. Experta en comunicación, allí estaba ella: dueña absoluta de la situación, tan
natural, tan espontánea, tan genial, tan segura, como si en lugar de en la sede nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), se hallara en una de las aulas de esa Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana que se privilegió, durante 60 años, con sus extraordinarias enseñanzas.
Parecía imposible entonces que un infarto se atreviera a arrebatárnosla el 30 de abril de 2018, a los 86 años de edad; parecía entonces que iba a durarnos una eternidad la eminente pedagoga que siendo niña estudió piano, solfeo, teoría…, aunque más bien se soñó doctora: un título que con el tiempo obtuvo, pero en Ciencias del Arte y en Filosofía y Letras, convertida en una autoridad en el universo de las artes visuales.
«Porque se vendía muy barato, mi madre pudo comprar un piano vertical que había sido una pianola, y en el cual me obligaba a practicar en tanto se ganaba el sustento impartiendo clases de inglés en la sala. Como lo que me interesaba era leer, descubrí que podía realizar esos ejercicios mecánicos de los arpegios y las escalas, mientras devoraba las novelas inglesas que camuflaba en el atril. Y sin bien no estaba tan concentrada en la música como mamá creía, lo aprendido me sirvió para hacerme maestra sustituta de Apreciación musical en las escuelas públicas donde trabajé.
«Debo confesar que en verdad me atraía la medicina. En más de una ocasión me fui hasta el Calixto García para ver las operaciones que se hacían en el salón de la parte de arriba del hospital, pero entendí que no había modo de dedicarme a tiempo completo a esa carrera, impedida como estaba de abandonar mi trabajo como sustituta en las escuelas, así que opté por la segunda oportunidad: Letras.
«Ese primer año resultó una decepción total, espantoso, estuve a punto de dejarlo. Sucedió que un buen día, en segundo año, me dirigí a la biblioteca central para buscar unos datos para mis clases de las tres de la tarde y de paso refugiarme en la sombra, pero la hallé cerrada por fumigación. Me preguntaba qué iba a hacer cuando de pronto se apareció una compañera y me contó de un grupito con el que pasaba cierto curso de estilografía con la Doctora Novoa. “¿Por qué no vienes? Es en el Departamento de Historia del Arte, que está en los bajos de la biblioteca”, me explicó.
«Reconozco que no tenía ni la más mínima idea de lo que me hablaba: ¿Historia del Arte? ¿LaDoctora Novoa? ¿Estilografía? Pero había tanto sol que decidí entrar y escuchar, durante 50 minutos, a Rosario Novoa. Cuando acabó ni siquiera me levanté del asiento, sino que permanecí rodeada de los cuadros, de los vitrales que adornaban las ventanas, de los libros, y lo comprendí de inmediato: ¡Para eso estaba yo en la universidad! Así se unió mi suerte al Departamento del que nunca jamás me fui».
—Ciertamente, varias generaciones de historiadores del arte se han formado con usted, sin embargo, ha confesado que cuando comenzó a dar las clases de Apreciación musical, con 16 años, era muy mala maestra.
—¡Malísima!
—¿Cómo entonces logró conquistar a tantos alumnos que la mencionan con orgullo?
—Te juro que era malísima. Nunca olvidaré aquel niño de segundo grado a quien no hubo manera de convencer de que cuando se terminaba de cantar el Himno nacional no se gritaba: ¡bangán! ¡No hubo manera! Por suerte encontré en mi camino a maestras de más experiencia que me fueron enseñando y yo estaba decidida: o me suicidaba o aprendía.
«Poco a poco fui dominando la materia que debía enseñar, lo cual resulta esencial cuando te enfrentarás a un grupo de alumnos. Al principio lloraba sin parar… Fíjate que en la escuela pública jamás me quité los espejuelos oscuros que llevaba para que ellos no se percataran de mi inseguridad. Mi mamá llegó a aconsejarme que me buscara otro trabajo, pero mi respuesta nunca cambió: “Lo abandonaré cuando haya aprendido, cuando haya triunfado”. Claro, cuando triunfé, amaba locamente mi profesión».
Un antes y un después
—En esas seis décadas en el Departamento de Historia del Arte, usted ideó varios proyectos innovadores…
—En un momento dado, Ramón de Armas, quien no integraba el Departamento, creó un grupo interdisciplinario para estudiar a Cuba en el primer cuarto del siglo XX y me pidió a mí para la parte de artes plásticas. Fue cuando planteé que quería indagar sobre el Liborio de Ricardo de la Torriente, un personaje del que había oído hablar mucho, considerado en su tiempo el símbolo del cubano. Sobre todo, porque se consideraba la pintura académica como lo fundamental en ese período y yo la detestaba, injustamente quizá. Se formó tremendo escándalo cuando aseguré que aceptaba, pero con el fin de concentrarme en el Liborio de Torriente.
«Te imaginas, ¿no?: ¿cómo una historiadora del arte se iba a dedicar a estudiar un “muñequito”? Sí, se armó una pelea grande, pero había aprendido que en las peleas uno debe fundamentar mucho y puede hasta gritar, sin embargo, nunca dar un portazo, sino dejar la puerta abierta por si acaso. No obstante, me puse en mis 13. De ese modo empecé primero con el Liborio, después con mi favorito: el Bobo de Eduardo Abela, y más tarde con el Loquito de René de la Nuez. Por cierto, un exalumno, Axel Li, preparó una hermosa recopilación de sus más significativos dibujos bajo el título de El Loquito: (re) visiones.
«Realizar esta investigación sobre la caricatura cubana en el primer cuarto del siglo XX fue uno de los proyectos en los que me involucré y que me costaron trabajo por las incomprensiones, como cuando propuse convocar un curso optativo sobre caricatura de la República, que jugara con otro, de tipo libre, devenido luego un taller de crítica de arte. Por fin ambos se dejaron como optativos, aunque no demoró mucho en que se volvieran obligatorios. Y debo decir, para alegría mía, que muchos de los que hoy ejercen la crítica de manera más destacada han pasado por ese taller. Se ejercitaron en él».
—¿Cuál es la clave de una buena crítica?¿Cómo realizarla?
—Lo primero es saber lo que se está hablando. Después amar la profesión, es decir, ejercer la crítica a partir del amor, de la comprensión, de sentirse «con», y después tratar de transmitir lo que se ha interiorizado, para que otros piensen por su cuenta y valoren positivamente o no, aquello que es objeto de análisis. En mi caso, aprendí a ejercitarme en la crítica, leyendo notables críticos. Me encanta la crítica. Bueno, será por eso que dicen que soy tan criticona (sonríe).
—En los 60 también estuvo llevando en la televisión un programa denominado Cortos de Arte...
—Aquello era una locura, se transmitía detrás de un programa que no tenía horario para acabar. Iniciaba a las nueve de la noche y podía terminar a las diez, 11 o 12 de la noche. Yo debía esperar todo ese tiempo para dar una breve charla, consciente de que a esa hora muy pocos, poquísimos (si alguien seguía despierto en casa), me prestarían atención.
«Recuerdo que utilizaba unos cartones del Departamento de Historia del Arte donde habíamos pegado, tomadas de revistas, diferentes ilustraciones que ayudaban a ilustrar lo que se iba a ver y a presentar un corto que, por lo general, nos llegaba de alguna embajada de los países socialistas. Me parece estar viendo a los compañeros de la televisión, con sus ganas locas de irse, al igual que yo, haciéndome señas para que “cortara”, para poner de una vez el corto y partir. Sin embargo, curiosamente, en ese período la gente me comentaba con frecuencia la obra que se había puesto en pantalla. Esa experiencia me enseñó que uno nunca sabe dónde puede encontrar un público atento, interesado; me enseñó que siempre hay un oído atento».
En Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar, Chiki Salsamendi, Silvia Gil y Adelaida de Juan. Foto: Cortesía de la familia
—Asimismo, usted ha estado muy unida a la plástica latinoamericana desde una institución como Casa de las Américas...
—Ya existe un libro acerca del arte latinoamericano en Casa de las Américas que diseñó de una manera genial Umberto Peña, titulado precisamente En las galerías latinoamericanas, el cual recoge las crónicas que escribí sobre las sucesivas exposiciones y concursos de grabado que tuvieron lugar en esa institución. Sin embargo, es una antología que se quedó congelada en esa época, por tanto, merece que se añada lo más reciente. En verdad, sería una empresa muy importante, porque creo que lo principal, lo más incitante, lo más original del arte latinoamericano contemporáneo ha pasado por Casa de las Américas donde encontró un hogar receptor, y no solo él, sino también el arte del Caribe. Valdría mucho la pena actualizar ese texto.
—Algunos piensan que es una cantaleta lo de la importancia de la crítica de arte para la formación de los públicos.
—La crítica de arte es importante, esencial, pero más importante y esencial aun es el arte sobre el cual se hace la crítica. Una de las funciones de la crítica debe ser encontrar lo valioso dentro de ese maremágnum de cosas que suceden a la vez, y destacarlo, llamar la atención y permitir así que otros disfruten y se aprovechen de esa obra en cuestión, séase literaria, musical, plástica... El crítico es un guía, no alguien que va imponiendo sus criterios, sino alguien que sugiere, dando las armas para ver, creo yo.
Adelaida de Juan (derecha) durante la presentación del libro Visto en la Casa de las Américas, junto a Silvia Llanes, directora de Artes Plásticas de dicha institución. Foto: Cortesía de la familia
Adelaida de Juan en una intervención en la Biblioteca Nacional José Martí.
—Entregando esas armas para ver mejor, usted hizo que muchos prestaran más atención a la cartelística cubana...
—Las caricaturas y el diseño son dos de mis líneas de trabajo favoritas. Todo partió de un ensayo que escribí a finales de los 60 y cuyo título tomé prestado: La belleza de todos los días. Apenas existían antecedentes bibliográficos cuando apareció ese texto en el cual planteaba que en la primera década de la Revolución, desde un punto de vista visual plástico, se apreciaban dos fenómenos muy interesantes: la cinematografía documental, encabezada por Santiago Álvarez, y el diseño, lo cual me permitió examinar la cartelísitica de esa época desde la creación artística.
«La belleza de todos los días sirvió también para que algunos pintores, cercanos amigos míos, me retiraran el saludo durante varios años, porque no mencioné la pintura en dicho artículo. Me ocurrió muy parecido que cuando el Liborio, y lo increíble es que todavía encontramos a algunos que no consideran al diseño como una manifestación del reino de las artes. De cualquier modo, resulta innegable que aquella fue una época de oro.
«En la actualidad, con frecuencia vemos creaciones notables concebidas por un grupo muy fuerte de diseñadores, lo cual evidencia un resurgir. De hecho, estoy convencida de que el diseño contemporáneo forma parte del ámbito estético, artístico, expresivo de nuestro tiempo, sin duda».
Adelaida de Juan junto a dos imprescindibles de las letras cubanas: José Lezama Lima y Roberto Fernández Retamar
Siempre en Casa
—Por el entusiasmo con que habla del diseño se pudiera pensar que influyó para que uno de sus nietos lo estudiara...
—No, no, porque con todos mis nietos he sido igual y cada cual ha tomado por caminos diferentes. Uno de ellos, Robin, por ejemplo, habla otro idioma que no entiendo: la matemática discreta, ¡yo ni siquiera sé cuál es la matemática indiscreta!, pero es genial. Eligió una carrera en la que entraron 150 estudiantes y en cuarto año, que ahora cursa, solo permanecen 15. A mi nieta Leiden le gusta cantar en un grupo, a pesar de que no estudió música. Con el diseñador, Rubén, efectivamente,
mantengo entretenidas conversaciones, pero él es un alumno del ISDI muy peculiar: solo asiste a las clases de las asignaturas que le interesan. En esas es brillante, una maravilla.
—Hablando de la familia, ese encuentro con Fernández Retamar... ¿Quién conquistó a quién?
—¿Y tú piensas que yo voy a responderte eso? ¡Ni loca! Solo te puedo decir que conocer a Roberto fue muy importante para mí, pues hasta el momento en que llegué a Filosofía y Letras yo llevaba una vida… (no sé en sicología cómo se le llamará a eso) una vida dividida en dos. Por una parte, leía vorazmente. Por ese inmenso privilegio de ser bilingüe, lo hacía en inglés y en español. En la época de mi adolescencia perseguí con entusiasmo la gran novelística del siglo XIX: la rusa, la francesa, la inglesa: mi querida Jane Austen, Henry Fielding, Edgar Allan Poe... El primer libro que me regalaron como tal, lo firmaba un autor que continúa entre mis preferidos, Mark Twain... Era una lectora voraz, pero no hallaba con quién compartir esa vocación.
«Por otra parte, me encantaba bailar, y para ello podía contar con un grupito de amigos que se reunía los fines de semana en distintas casas para armar nuestras fiestecitas con la radio o un tocadiscos, pero como ves, se trataba de dos mundos separados: uno solitario, de la lectura; y otro de ir a bailar, a la playa... De pronto, conocí a un muchacho que había leído más que yo, que además bailaba, iba a la playa y era un gran nadador... Sí, un gran muchacho…, ¡pero más que eso no te voy a contar! (sonríe)».
De pronto, conocí a un muchacho que había leído más que yo, que además bailaba, iba a la playa y era un gran nadador... Sí, un gran muchacho…, confiesa Adelaida. Foto Cortesía de la familia
El de Roberto y Adelaida fue un amor para siempre. Foto: Cortesía de la familia
—Se decía que usted bailaba mejor que él...
—Bueno, Haydée (Santamaría) decía que él sacaba agua del pozo. ¡Pero tenía mucho entusiasmo!
—Adelaida de Juan es una enamorada confesa del Vedado, su entorno más cercano...
—Desde que nací en 1931, he vivido en el Vedado. En la Avenida de los Presidentes, que los vedadeños nombramos calle G, donde había muy poco tráfico en tiempos de mi infancia, patinábamos los muchachos del barrio porque abundaban grandes espacios, y en los días de verano, cuando el sol y calor castigaban con insistencia, nos mudábamos para el parque de H, hoy Víctor Hugo, donde jugué mucho de niña, al igual que mis hijas cuando eran chiquitas, y que mis nietos cuando eran chiquitos. Entonces comprenderás que el Vedado es parte de mi vida.
«Conozco cada bache, cada rincón de ese espacio querido que ha cambiado no poco con los años. Se ha llenado de paladares, por ejemplo. Prácticamente todas las casas exhiben unos letreros que dicen que a tanto el café con leche... Ah, no, perdón, café con leche no hay... la croqueta... Ya en mi cuadra la única casa con una entrada con maticas sembradas que queda es la nuestra.
«Los vedadeños viejos también llamamos Baños a E, porque cuando no teníamos dinero para movernos hacia las playas de Marianao, descendíamos por esa calle hasta dar en Malecón con los populares baños de Carneado, donde había una poceta para hombres y otra para mujeres y niños.
«Me pongo a hablar del Vedado y me vienen a la mente los cines más próximos: el que nombraron Gris (supongo que porque lo era), situado en la calle Baños; el Riviera, el más nuevo; y el Olimpic, donde radica el complejo cultural Raquel Revuelta. Por esa zona destacaba el Auditórium, un gran edificio de conciertos que después se hizo cine también, antes de que, tras el incendio, lo reformaran y transformaran en el churre que es ahora. Recuerdo que todos los años actuaba Arthur Rubinstein, invitado por la Sociedad Pro-Arte Musical. Él, entre los pianistas más impresionantes de todos los tiempos, aseguraba que aquel era uno de los teatros de mejor acústica del mundo..., pero el Auditórium se encontraba en Calzada, lejos de mi radio de acción».
—¿Y Cuba? ¿Qué ha significado para Adelaida de Juan?
—Es mi país y con eso lo digo todo. He tenido la suerte de viajar. He viajado mucho: un enorme privilegio. Hay ciudades maravillosas fuera de Cuba, no voy a negarlo, grandes ciudades, ¿pero vivirlas? ¡No! ¡Para vivir, mi Cuba!
La eminente pedagoga Adelaida de Juan, cuando recibió el Premio Nacional de Enseñanza Artística, en el ISA. Foto: Endrys Correa Vaillant
Claro, cuando triunfé, amaba locamente mi profesión, admitió la ilustre profesora. Foto: Ismario Rodríguez
-Reportaje publicado por el Noticiero Cultural tras la triste noticia del fallecimiento de la profesora, ensayista y crítica de arte cubana Adelaida de Juan.
-Fragmento del testimonio de Adelaida de Juan para el espacio Cubanos en primer plano.
Hoy cumpliría 90 Adelaida de Juan, crítica y profesora extraordinaria. Festejemos su vida en @CasAmericas. Como escribe mi amiga Laidi, su hija, allí está su consagración a la primavera del arte de nuestras tierras. https://t.co/OdHtq4XBLq
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) July 27, 2021
Poema que le dedica Roberto Fernández Retamar
Gracias, Gracias, jardín zoológico,
por renovar esta lección
Por lo mismo que al elefante le atrae la elefanta,
Sus patas inmemoriales y rugosas,
El bufido y la oreja que abanica;
Y a la jirafa macho lo sobresalta la jirafa hembra,
Su cuello descomunal (que para él, por supuesto, no es descomunal),
Y las inquietantes moticas de la piel;
Y al pavorreal su pareja,
Y al majá su lustrosa compañera,
Me gustas tú.
Y por lo mismo que la leona defiende sus cachorros,
Y la buitre recién parida tiende el ala siniestra sobre el nido,
Y la cucaracha se afana por sus larvas,
Te preocupas, al ir a cruzar la calle, por nuestras niñas deliciosas.