Portada del libro Autor: Juventud Rebelde Publicado: 07/06/2021 | 08:20 pm
La palabra, ese signo insondable que ha sustentado toda la cosmogonía sobre el origen del ser humano y el universo, nos convida otra vez. La que alzó y hundió imperios y civilizaciones, y sobre la que cabalga la cultura, la historia y la tradición. Extendida hoy a los medios y modos más inimaginables, sigue siendo fundamento, basa, origen y destino.
Y es en la palabra, la dicha y la que está por decir, donde se encuentra el dominio de Reinaldo Cedeño Pineda; no en la ampulosa o desmedida, mucho menos en la hueca o hiriente. Su señorío se ha fundado sobre el verbo grácil, virtuoso, insumiso, el que se hace pequeño para esculpir lo grande.
En ese apostarlo todo por las palabras llegó al periodismo, la poesía, la narración, la cultura toda. Una seducción inextinguible compartida por el autor desde las actuales rutas y soportes tecnológicos, mientras su nombre se entinta en las más disímiles gamas de papel.
Ya lo reconoce el prologuista, el primer mérito de este libro es que Cedeño (y tantos otros) sigan eligiendo el papel cuando ya las formas de escribir y leer, poco a poco, se enraízan en el mundo digital. Así ha ido construyendo, desde las imprentas, esa especie de papelería personal, segmentada, escogida y «sobrescogida», que se impone a las enrevesadas madejas del mundillo editorial.
Se agradecen, entonces, estos textos prepandémicos. Un oasis entre tanta crónica sensiblera y «machacosa» o la avalancha de informaciones en una época de incertidumbre.
Aquí se descubren nuevos saberes desde la evocación y el homenaje. Dividido en tres secciones: Retratos, Diversidades y Aproximaciones, el volumen asienta ese afán de Cedeño de salvar la memoria, encumbrar lo valioso y dejar testimonio de la grandeza.
Sus personalísimos retratos delinean el carácter o las huellas de Luis Carbonell, Nancy Morejón, Jesús Cos Causse, Navarro Coello, José Antonio Rodríguez, José Julián Aguilera Vicente, Adela Legrá, Raúl Pomares, Ado Sanz, Alfredo Velázquez, Annia Portuondo y Mireya Luis.
La segunda sección nos adentra en diversas geografías físicas y emocionales. Iremos de un lugar a otro en la vida y la memoria afectiva del autor. Se juntan sus crónicas de viaje por los restos del México prehispánico o Sagua La Grande; las historias de personajes populares (esas que solo le confiesan al cronista); las conmociones de la labor reporteril y las resonancias del amor materno, exclusivo escondrijo donde confluyen todos sus ardores y la razón misma de vivir y crear.
Las aproximaciones a hechos, libros y personalidades del panorama intelectual y artístico discurren formalmente entre el halo ensayístico y la estructura del artículo periodístico. No enmascara el tributo a amigos y referentes, eso sí, desde la investigación rigurosa, el contraste y el análisis. Aquilata el sortilegio de Alicia Alonso a través de la prosa inconfundible de Dulce María Loynaz; levanta de la desidia y el olvido a Eusebia Cosme o Libertad Dearriba; realza la estirpe intelectual de Joel James o anuda las creaciones de Leonardo Acosta, en el paraje más enjundioso del libro.
Reinaldo Cedeño ha alcanzado un bien supremo en la profesión periodística y literaria: tener una voz propia. En términos formales diríamos: un estilo. Y es ahí donde radica la unidad de estos textos, que se juntan a esa «biblia otra» que el autor ha ido construyendo con la paciencia y la fe irreductible de los primeros profetas.
Así se reconoce el particular ritmo que imprime a su discurso, con esa hábil combinación de frases breves y contundentes con otras secuencias textuales más reposadas, a la vez que se acentúa el aliento cinematográfico de sus narraciones.
En estas páginas sobresale otro de los empeños creativos e investigativos del cronista y promotor cultural: el complejo titular, la quinta esencia del relato. Dejo que el lector juzgue si alguno de sus títulos no son, en sí mismos, textos autosuficientes, perdurables.
El lector va estimando el trabajo de orfebre del escritor, quizá consecuencia de su raigal condición de periodista, acostumbrado a editarse tantas veces. Un juego de contención y desborde que nos remite a esa marcada tendencia «loynaciana» suya de revestir la prosa de la palabra bella y precisa, no más que aquella que le dicta el contexto y el corazón. Un proceder donde el artificio lingüístico no sobrepasa el relato en sí, pecado tan extendido en la profesión periodística y en pretendidos estetas literarios. No hay aquí mayores excesos retóricos que los que la pasión imprime.
Retornan a esta obra algunas de las rutas éticas que han marcado el oficio de Cedeño durante su ascendente y reconocida carrera. Nunca lo abandonan. Por eso las alusiones a sus maestros, su madre, los venerables ancianos, la poesía, Martí. En estos tiempos de desvaríos oportunistas y tanta impertinencia política y artística, no sé nosotros, pero Cedeño tiene claro a qué paradigmas asirse.
Las pequeñas palabras se resiste a las clasificaciones. El mismo autor lo señala: «No creo en los purismos. Son tiempos híbridos, tiempos de fusión. Nunca he tomado parte en las bizantinas discusiones de si, acaso, la crónica es literatura o periodismo. Se ha perdido demasiado tiempo en eso. Otros que levanten los muros o los puentes entre periodismo y literatura. Yo escribo».
Y es cierto, casi siempre escribe. Este libro es otra muestra de ese impulso vital. Ya sea desde el humilde oficio del cronista, el fervor poético o la alquimia del investigador, él seguirá arriesgando todo por la palabra, esa que solo se hace pequeña ante la inmensidad del mundo creativo y espiritual de hombres como Reinaldo Cedeño.