Virginia Woolf, escritora británica, impulsora del movimiento feminista y referente del modernismo anglosajón. Autor: Iris Celia Mujica Castellón Publicado: 20/04/2021 | 10:36 pm
Adeline Virginia Stephen fue todo, lo que fue y crearon, excepto una mujer común. Incluso antes de Woolf, su apellido «escudo», cuando aún no se ganaba la vida y podía pagar su habitación propia, Virginia ya era mucho de todo lo que escribió.
Una joven atormentada, una británica difícil, una «loca», «retorcida», son algunas de las tantas ofensas dichas. Como también le reconocen ser un espíritu de fuerza para el movimiento feminista y un referente del modernismo anglosajón.
Desde su narrativa, preñada de tristeza y escepticismo, asoma una mujer hecha de altibajos emocionales que le llevaron, en más de una ocasión, a rozar los límites de la muerte.
Tuvo una vida difícil, vasta en tormentos y misterios, a los que debe lo extraordinario, y también lo lamentable. Ni siquiera su niñez transcurrió apegada a los estándares típicos o lo que pudiera llamarse una infancia «normal».
Nunca fue a la escuela, por ejemplo. Los padres se encargaron de su instrucción y solo los hijos varones pudieron estudiar en la universidad. Por consideración familiar, las mujeres debían quedarse en casa para cumplir obligaciones domésticas y recibir la educación justa.
Aun así, con siete años, dominaba latín, francés e historia. Al altísimo coeficiente intelectual, sumaba una obsesión compulsiva por la lectura y la escritura, que desarrolló, según ella, para compensar la falta de títulos universitarios.
Tras la muerte repentina de su madre, a causa de una fiebre reumática, la joven de 13 años comenzó a padecer depresiones frecuentes, que empeoraron con el fallecimiento de la hermana y del padre. Sufría de un trastorno bipolar y tenía alucinaciones. En una ocasión le escucharon decir que los pájaros hablaban griego y que el rey Eduardo VII estaba diciendo maldiciones detrás de un seto.
Pero no fue el duelo por la pérdida de los seres queridos el único causante de su desequilibrio. Existen rumores (y atisbos en algunas de sus obras autobiográficas) sobre los abusos sexuales provocados por sus hermanos. Hecho traumático que le dejó una desconfianza profunda hacia los hombres y una visión idealizada y romántica de las mujeres.
A los 22 años intentó suicidarse por primera vez. Saltó desde una ventana que afortunadamente tenía la escasa altura para provocarle unas pocas heridas. Casi una década después, ingirió cien gramos de veronal (somnífero) en otra tentativa de poner fin a su vida.
En tres ocasiones le propusieron matrimonio, pero ninguna de las ofertas le resultaba atractiva. Fue entonces cuando en un grupo de eruditos ingleses, llamado Círculo de Bloomsbury, conoció al periodista y político de izquierda Leonard Woolf. Seducida por su pensamiento liberal y su oposición a la «exclusividad sexual», Virginia lo aceptó en casamiento el 10 agosto de 1912.
Como Leonard era judío, la reconocida pareja integró el «listado de la muerte» de Adolfo Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Algo que, al parecer, no representaba una absoluta desgracia para estas almas gemelas.
De ser sorprendidos por las hordas nazis, los Woolf ejecutarían un plan de suicidio calculado con la mayor frialdad, según el cual morirían en el garaje aspirando los gases del tubo de escape de su vehículo. Guardaban, además, un frasco con una dosis letal de morfina por si se complicaba la situación.
En 1925, Virginia consiguió el primer éxito literario con la publicación de su novela La señora Dalloway. Y ese mismo año, conoció a Vita Sackville-West, con quien mantuvo una relación amorosa. Muchos consideran que su obra Orlando (1928) fue inspirada en el idilio con esta amante.
Una habitación propia (1929) convirtió a la célebre autora en un puntal del feminismo. «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción», fue la máxima que la inmortalizó entre las detractoras del machismo.
Entre los aspectos más notables de sus textos, se destaca el tono íntimo de la narrativa. Virginia está en el alma triste de todos sus personajes, habitando cada idea de suicidio y en el miedo irrefrenable hacia la gente.
Le aterraba la soledad, se fustigaba a sí misma con juicios hipercríticos y vivía, constantemente, en un estado de culpa. Padecía de cefaleas e insomnio. Los médicos a los que asistió atribuían a la escritura sus afecciones de salud y le recomendaron cambiar de oficio. En su diario, catalogó como «la ola» y «el horror» al desgaste o estado de perturbación mental que le producían los esfuerzos sicológicos después de escribir.
Superada por los fantasmas que le rondaron todos los días de su existencia y disminuida frente a una sobrehumana desesperación, cumplió con las premoniciones de su obra Fin de Viaje (1915). El 28 de marzo de 1941 llenó con piedras los bolsillos de su abrigo y se lanzó al río Ouse, para dejarse llevar por «las aguas que corren».
Junto al legado de valor incalculable que suponen cada una de sus letras, dejó una carta para el esposo y otra para la hermana. Sus cenizas fueron esparcidas por Leonard Woolf en el jardín de «La casa del Monje», su hogar.