Me queda la satisfacción de que los obstáculos, las piedras que se interpusieron en el camino, sirvieron para impulsarme, me obligaron a crecer, afirma la popular artista. Autor: Cortesía de la entrevistada Publicado: 26/09/2020 | 04:22 pm
Nació en Los Sitios, uno de los barrios delimitados entre las calles Zanja, Monte y Belascoaín, y que pertenecen al municipio de Centro Habana, en esa zona de la ciudad cinco veces centenaria que quedó fuera de la muralla que la protegía entre el siglo XVII y el XIX, y que gozaba con «amplificar» los toques de la patrimonial comparsa Las Bolleras que conseguían desatinar los pies de la pequeña Edith Massola, aunque la principal inspiración para que la popular conductora de 23 y M eligiera estudiar danza, la encontró en sus padres, verdaderas «estrellas» del casino.
De ellos heredó el ritmo, un buen oído, la soltura de las caderas..., aunque en el fondo le hubiera encantado dedicarse a la música. «Es una de mis frustraciones», le confiesa a Juventud Rebelde, que enseguida quiere saber por qué no persiguió ese sueño. «Por cuestiones que a veces una ni se explica», responde, y comienza a contar:
«Mis adorados padres estaban tan involucrados en el proceso inicial de la Revolución que el trabajo no les permitía dedicarnos todo el tiempo que nosotros demandábamos. No los estoy juzgando, fue el momento que les tocó vivir. Creo que ninguna de esas dos preciosas cabezas se preguntó si mis dos hermanos y yo teníamos alguna inquietud artística... Tampoco en nuestra familia había antecedentes. Los más cercanos se hallaban en mi propio papá, diseñador gráfico, y en mi tío, que bailaba en Guaracheros de Regla. De ellos tres me llegó, como si fuera una transfusión directa en vena, ese lenguaje corporal que, motivado por la música, se traduce en movimiento.
«Entonces para mí bailar lo era todo. Significaba mantenerme atada inconscientemente a ese mundo que me llamaba la atención de manera poderosa, aunque no alcanzaba a verlo como parte de mi futuro... Mira, ahora que me has puesto a recordar, de pronto me percato de que estoy siendo injusta: mi mamá me llevó a L y 19, para que hiciera las pruebas de ballet, y quedé eliminada por el pie plano... Hoy tengo empeine (sonríe). ¿Sabes a cuántos ejercicios me sometí? ¡Tremenda constancia!
«De la convocatoria de la Escuela Nacional de Danza me enteré ya de grande. Me presenté, más para estar vinculada de alguna forma al arte, pero de pronto empezó a salir todo lo que permanecía “comprimido” en mí, sellado: se abrió la caja de los “demonios”… Miro en la distancia y me descubro montando coreografías, lo que más me gustaba. Me agrada encontrarme con excompañeros de clase que me hablan de aquellos “inventos” míos que todos bailaron...».
‒Fue gracias a la danza que llegó la oportunidad de Una novia para David, ¿no?
‒Sí, porque Orlando Rojas, viendo las características de Olga, hizo una selección rigurosa por diferentes escuelas, buscando una estudiante de danza. Cuando llegó a la mía le llamé la atención y me convocó. No olvido que hasta el último minuto estuvimos Jacqueline Arenal y yo optando por el personaje. Jamás había participado en un casting. Olga representó mi debut como actriz.
La Olga de Una novia para David significó el debut de Edith como actriz.
‒Y te gustó, evidentemente...
‒¿¡Que si me gustó!? Después no quería dejar de actuar. De hecho, le agradeceré eternamente a Héctor Quintero, aunque ya no esté entre nosotros, por la oportunidad que me ofreció de formar parte del Teatro Musical de La Habana cuando me gradué, y poder vincular la danza a la actuación en una escuela envidiable: estudiabas coreografía, carácter, jazz, ballet clásico... con maestros fabulosos como Tomás Morales, Pepe Medina...
«Esa época resulta inolvidable para mí. Qué privilegio compartir el mismo espacio con figuras de la talla de Adelaida Raymat, Zenia Marabal, Alicia Bustamante, Zoa Fernández, Luisa Pérez Nieto, Mario Aguirre, Luis Castellanos..., muchas de ellas ya olvidadas. Tantos nombres ilustres, artistas tan completos... Se hacían funciones de martes a domingo (el lunes se destinaba a las clases). ¡Todos los días de la semana! Resultó una enseñanza total ser testigo de la disciplina, del rigor, del profesionalismo, del respeto con el cual trabajaban y se entregaban. Eran mis referentes perfectos».
‒¿Cómo fuiste a dar a la televisión?
‒Mi primera aparición se produjo en Ajiaco, un humorístico que dirigió Eduardo Rómulo. De ahí me llamaron para la serie SOS Divorcio, de Maritza Rodríguez. Después vendría Sabadazo y luego El año que viene, porque Héctor Quintero necesitaba una actriz para Lola, la secretaria, la que decía: «Dime algo, Fernández»… Poco a poco fueron apareciendo los proyectos. Uno llevó a otro, y de lo que sí puedo alardear es de que he desarrollado una labor ininterrumpida en la televisión desde entonces.
‒No han sido pocos tus personajes en la pequeña pantalla que el público cubano ha adorado...
‒He tenido esa suerte. Ya te mencioné a Lola en El año que viene, pero también dentro de ese grupo de personajes que se hicieron muy populares se halla la Maritere de Salir de noche, con aquella frase que la gente repetía: «Ay, mama...» y que enseguida encontraba su contraparte en el «Ay, Maritere» de esa maestra que es Corina Mestre; o la Arabella, directora de una orquesta de mujeres en Al compás del son... El más reciente es la Elsa de la serie De amores y esperanzas. En esta tercera temporada los televidentes se darán cuenta de que el personaje se mantiene, pero yo no estoy, por un desacuerdo que se produjo. Otra actriz deberá darle continuidad a la historia.
«De cualquier modo, le agradezco a Raquel González la oportunidad de mostrarme en las dos primeras entregas de un modo diferente. Por mi carácter, me encasillan. “Edith es diversión y risa”, piensan, me asocian poco con las situaciones dramáticas, y es que siempre me notan risueña, aunque la procesión a veces vaya por dentro. Incluso me confesó en su momento que algunas personas pensaban que no debía entregarme un personaje de una carga dramática tan fuerte, con conflictos dolorosos y de peso, por eso le agradezco doblemente. La gente lo aceptó muy bien y a mí me gustó verme en esa otra faceta».
‒¿Ha sido 23 y M el que te ha impedido estar en otros espacios dramatizados?
‒Somos muchos actores en Cuba y pocas las producciones, por tanto no existen posibilidades reales de participar en esas realizaciones de forma continuada. Asumí 23 y M hace 21 años, porque se trataba de una propuesta que me llamaba la atención, al tiempo que me reportaba, de un modo estable, la economía vital para seguir andando en el camino. Pero este hecho les pone cierta barrera a los directores, pues saben que un día a la semana estaré enredada con la grabación del programa.
«Algunos han preferido evitar esa situación. Otros no me imaginan fuera de ese “personaje” de 23 y M, o sencillamente no les funciono o no les gusto, qué sé yo. Pero, más que un obstáculo, 23 y M ha sido la vitrina que más me ha mostrado como profesional. Con esa revista no solo me he ganado un espacio, sino también el respeto entre mis colegas y los televidentes... Esa permanencia durante tanto tiempo,que es auténtica expresión de amor, significa un enorme sacrificio, dedicación... Y, sin embargo, confieso que sin esa presión, sin ese estrés, no podría estar. Suena un poco masoquista, pero es la pura realidad.
«Tú me escuchas: “qué va, no vuelvo a meterme en algo así” y a la semana siguiente me encuentras enredada en un proyecto todavía más complejo. No puedo, es como un ejercicio vital, energía, sangre que corre con fuerza por todo el cuerpo y me empuja a seguir».
‒Ser popular a veces equivale a estar en la lengua de muchos. Para algunos, 23 y M te ha hecho «maceta»...
‒Mira, esa bola lleva ya años y persigue a todo el que tenga que ver con la televisión. Pero 23 y M se ubica dentro de los espacios musicales de mayor jerarquía. Por tal motivo, están quienes no se cansan de repetir que es inalcanzable o que para poder clasificar se debe pagar.
«¿Qué quieres que te diga? Me siento tranquila. A quienes consideran que no existe manera de llegar a 23 y M, les explico que cada semana hacemos un colectivo donde se presentan los proyectos, no salimos en busca de artistas por la dinámica misma del programa. No existe una facilidad creada, un sistema de producción para investigar, recorrer el país... Tampoco ese es el concepto de 23 y M: una revista informativo-cultural, una especie de cartelera...
Hace ya 21 años que Edith Massola conduce el espacio 23 y M. Los últimos seis ha asumido la dirección. Fotos: Cortesía de la entrevistada
«Te puedo asegurar que no han sido pocos los talentos vistos en el programa porque los descubrí y me parecieron tan formidables que los convoqué. En estos seis años en que he asumido la dirección, he cuidado que la calidad prime. Creo que el ICRT debe trabajar más en sintonía con el Instituto Cubano de la Música y con el resto de los centros e instituciones, conocer cuáles son sus prioridades, que no tienen por qué coincidir siempre con las ideas que se pretenden desarrollar en cada una las emisiones.
«Sucede que algunos se preguntan: ¿por qué aparece Toques del Río si este grupo surgió hace dos o tres años? ¡Imagínate tú! ¿Cómo lidiar con los egos y las subjetividades? La solución más fácil no es culparse del escaso talento o de pasarse tiempo sin mostrar una propuesta artística que valga la pena, o de andar desactualizados, sino decir que Edith cobra.
«¿Que lo han intentado? Por supuesto. Hemos estado en el colectivo y de pronto se ha aparecido un director: “¿Puedo hablar contigo un momentico?”. “Sí, claro, dime”. “No, no, contigo, contigo”, me insiste. “Puedes hablar con confianza, estos son mis compañeros de trabajo”, le aseguro. Me explica: “Yo tengo tal proyecto... ” “¿Y el suceso?”, lo interrumpo. “¿¡Cómo!?”, no entiende. “Sí, el disco, el concierto en una plaza, las presentaciones en los teatros, el aniversario cerrado, el aval de lo realizado hasta hoy...”. Esas son las condiciones para encontrar un lugar en la esquina más popular de La Habana.
«Otros aparecen con: Yo hablé con fulana del Instituto Cubano de la Música. Sí, pero fulana no decide, sino la Televisión Cubana… Es complicado, hijo. Mira, te digo: quizá haya sucedido en otros espacios y con esa misma vara midan a los demás, pero en 23 y M ¡no! ¿Cómo podría aceptar dinero y luego hablarle al televidente con mi cara fresca? Tendría que ser yo muy hipócrita. Sería demasiado, de verdad, no me lo podría permitir nunca».
En uno de los tantos momentos del programa 23 y M en estos 21 años. Aquí mientras entrevista a Cimafunck en 2018 a raíz de la presentación del álbum Terapia.
‒Ya tenías bastante con la conducción, semana tras semana, de 23 y M. ¿Por qué te enredaste con la dirección?
‒Es que me estimulan los retos. Mi carrera se ha desarrollado a golpe de desafíos. En el teatro musical pasó igual: faltó una actriz en el segundo acto de Pedro Navaja, y como me pasaba los ensayos imitando a todo el mundo me preguntaron: ¿Te atreves? ¿¡Que si me atrevo!? Siempre ha sido de ese modo.
«En 23 y M me encargaba de la conducción hasta que Julio César Leal, que lo dirigía, salió de Cuba. Entonces comenzaron a probar varios directores, pero no daban pie con bola. Un buen día me senté con la dirección del canal, me parecía ilógico que siguieran buscando a alguien que asumiera esa responsabilidad en un proyecto que no había nacido de su cabeza, porque o no se lo toma con sentido de pertenencia o intenta cambiarlo. El que venga, les dije, intentará hacer su propio programa. En ese caso pensaba que lo mejor era empezar con algo nuevo, que condujera otra persona.
«Entonces se decidió que me encargara del espacio y acepté. Cuando empecé en 23 y M, mi hija Natalia solo había cumplido tres meses de nacida. Me fueron a buscar, porque Carlos Otero había decidió abandonarlo un viernes y como se transmitía en vivo, Julio César, mi amigo y mi hermano, se apareció con: “Prepárate que mañana tú sales en vivo...”. “Pero mira que estoy recién parida, no me hallo en condiciones”... le decía en voz alta, mientras por dentro me convencía: “Hazlo, hazlo, esto es nuevo, te están retando...”. Con la dirección sucedió exactamente igual. Como no puedo estar en el switcher ponchando y a la vez conduciendo, me auxilié con Portuondo, que ya no está, acoplamos muy bien. Después cursé un diplomado en Dirección que me dio más herramientas para enfrentarme a esta labor con más conocimiento».
‒Después de Una novia para David no hiciste tanto cine como se esperaba...
El cine no se me abrió como hubiese querido, admite la Massola. Foto: Fotograma del cortometraje La Trucha
‒Solo algunas pequeñas intervenciones en Nada, de Juan Carlos Cremata; en Contigo pan y cebolla, en Papeles secundarios hice de Luisa pero en fotografía, en su etapa juvenil... Igual aparezco en El cuerno de la abundancia y en La noche de los inocentes..., pero el cine no se me abrió como hubiese querido hasta que llegó Magda González Grau con ¿Por qué lloran mis amigas?, una directora que siempre ha visto en mí más posibilidades histriónicas que yo misma y no deja de convocarme, lo cual me hace muy feliz porque actuar es de mis pasiones más grandes, pero es una pasión más bien “tardía”, que he encontrado con el paso de la vida. Hay gente que nació para actuar, yo descubrí que adoraba la actuación en la medida en que la fui viviendo.
Junto a Alina Rodríguez y Enrique Molina, en la película Contigo pan y cebolla.Foto: Fotograma de la película
«Por eso me aferro tanto cuando surge la oportunidad y piensan en mí en el rol de actriz. Le entro con toda la energía sin abandonar 23 y M. Ya llegará un momento en que la edad no me lo permita, pero mientras tanto... (sonríe)».
‒La película ¿Por qué lloran mis amigas? nos puso nuevamente ante una actriz inmensa...
Por su desempeño en ¿Por qué lloran mis amigas?, Edith fue nominada al Premio Caricato de Actuación en cine. Foto: Cortesía de la entrevistada
‒Es Magda la máxima responsable. ¿Por qué lloran mis amigas? inició como un telefilme, después se decidió llevar al cine. La espera fue larga para que Magda pudiera terminar la película. La historia era extraordinaria y la experiencia fue inolvidable. Una siempre se queda con la sensación de que pudo hacerse mejor, pero el resultado fue estimulante, al igual que la manera como el público recibió ese largometraje.
Magda González Grau es una directora que siempre ha visto en mí más posibilidades histriónicas que yo misma, reconoce la también presentadora. Foto: Cortesía de la entrevistada
«A mí, en lo particular, ¿Por qué lloran mis amigas? me sorprendió, no imaginé que iba a poder verla en esa magnitud, me dejó con un grato sabor: por la historia, por mis fabulosas compañeras de reparto: Luisa María Jiménez, Yazmín Gómez y Amarilys Núñez: trabajamos muy bien, con mucha armonía y Magda nos dirigió excelentemente; los personajes bien diseñados... Esta película se tomó con total compromiso y seriedad, lo cual da poco margen a la improvisación.
¿Por qué lloran mis amigas? logró reunir cuatro grandes actrices cubanas: Edith Massola, Yazmín Gómez, Luisa María Jiménez y Amarilys Núñez. Foto: Cortesía de la entrevistada
«Por este personaje me nominaron al Premio Caricato de Actuación en cine, que ya había recibido antes por el cortometraje La trucha, de Luis Ernesto Doñas. Finalmente lo ganó Yazmín Gómez, quien bordó su personaje. Yo también le hubiera otorgado ese reconocimiento, sin discusión, de veras que sí».
En el cortometraje La Trucha (2013), del realizador Luis Ernesto Doñas. Foto: Cortesía de la entrevistada
Tráiler de la película ¿Por qué lloran mis amigas?, dirigida por Magda González Grau.
‒Te «quejas» de 23 y M, pero eres incansable, porque en las noches te vistes con tus galas y vas para el Salón Rojo del Capri...
Una de las facetas de la Massola es la de presentadora en eventos, festivales o centros nocturnos. Edith con Alexander Abreu en Josone Varadero Festival.
‒Ahora es el Salón Rojo, pero estuve diez años en la Macumba. Es duro, porque cuando unos deciden descansar y dormir, otros, como yo, elegimos trabajar porque me place, porque me reporta monetariamente, más, incluso, que 23 y M; porque me divierte, la paso bien y me fascina el escenario, aunque me lo esté sintiendo ahora, pues cada noche de esas representa un desgaste físico. Sin embargo, me encanta la experiencia de interactuar con el auditorio de una manera tan directa en un ambiente diferente.
«Hay una verdad: me siento cómoda. No le temo siquiera al ridículo o a hacer algo mal. Estoy preparada para componerlo ahí mismo de inmediato, y para arreglármela con un público tan complejo como el que asiste a los centros nocturnos, donde la gente bebe y está con otro ánimo. Desde el principio me quedó claro que: o me sumaba o no entraba, y no me arrepiento.
«Recuerdo una vez que el espectáculo no podía empezar a la hora y tuve que salir a hacer tiempo. Allí se hallaba un amigo que me vio improvisando, armando una especie de monólogo a partir de utilizar todo lo que ocurría a mi alrededor. Cuando terminé, me soltó: “Edith, ¡tú eres una stand-up comedy femenina (persona que realiza comedia en vivo)!”, y te digo, sin modestia, es verdad que he desarrollado esa habilidad tan difícil y tan útil.
«Se necesita temple, calma y agilidad mental para resolver lo que se presente. Lidiar con un público que en el cabaret tiene licencias para tomar, hablar, chiflar, gritar, e incluso boicotearte, y salir airoso, lo cual exige un entrenamiento que traes de la televisión, el teatro, el cine...; debes permanecer actualizado... Ni Stanislavski podría dar con el mejor método para enfrentar con éxito una tarea tan compleja (sonríe)».
‒¿Qué hay de tus «bebas»?
‒Estoy feliz con ambas porque sin habérselo impuesto ambas eligieron el camino del arte, de manera consciente. Como le debe pasar a muchos de los hijos de los artistas, a ellas jamás les ha gustado estar «a la sombra de…». No les gusta siquiera actuar cerca de mí, prefieren que no las vea mientras se preparan, sino enseñarme solo el resultado. No sé, parece que temen quedar mal conmigo, cuando yo lo que quiero es apoyarlas y aprender de ellas. Estoy feliz, estoy feliz...
No le puedo pedir a la vida mejor regalo que estas hijas bellas, dice con orgullo quien se graduara de la especialidad de danza en la ENA. Foto: Cortesía de la entrevistada
«Paula terminó la ENA, Natalia tuvo que interrumpir sus estudios del ISA de actuación, pero ha podido explorar otros horizontes como la música, la danza… No le puedo pedir a la vida mejor regalo que estas hijas bellas, buenas personas ante todo, y capaces de llevar bien las carreras que eligieron. Eso es una bendición para una madre. Son buenas hijas y, no porque lo diga yo, buenas artistas».
‒Tu Pau siempre está en el ojo de la mira, ¿cómo asumes esa realidad?
‒Vivimos en la época de los llamados influencers, en la época en que si no estás en las redes sociales es como si no existieras. Yo no ando en esa historia, pero Paula sí, ella es consecuente con su edad y con lo que eligió. Y realmente es una influenciadora porque las muchachas de su edad la siguen... Sin embargo, las redes actúan lo mismo a favor que en contra. Basta con que alguien manipule tu información para que se cree caos, porque justo de esa confusión también viven otros.
«Son muy complejas las redes. Las redes te enredan, escuché decir y es cierto. Paula está en el medio de ese torbellino y yo, como mamá, intento olvidar que nací en el barrio de Los Sitios, y respiro profundo cada vez que tocan a mis hijas. Porque en verdad me dan ganas de montarme en el caballo y acordarme que soy heredera de Mariana Grajales y salir a discutir y enfrentarme con el mundo. Te lo digo con total sinceridad y sin ninguna vergüenza. Mas como en estos tiempos las dinámicas han cambiado...
«La misma Paula me lo dice: “Mamá, hazte la idea de que esas personas no existen, pues lo que buscan es que reacciones con sangre en el cuerpo”. Ellos se alimentan de la negatividad. Actuar así les ofrece una posición determinada. Si ripostas les entregas contenido para seguir viviendo de la maldad.
«Sobre esa base he encontrado formas y métodos de darle paso a lo tóxico. Muchos amigos, colegas, artistas, que andan pendientes de las redes y ya no consiguen vivir sin ellas, me llaman con “dolor en el alma”, preocupados por situaciones determinadas; afligidos por “todo lo que estoy pasando” y yo me veo en la obligación de preguntarles: “¿Por cuál situación estoy pasando? No entiendo a lo que te refieres”. “A este momento...”. “Pero, ¿qué momento?”. Yo no me entero, porque no me interesa perder mi tiempo.
«Fíjate, no sé si mañana me monte en el caballo, porque no logre seguir tirando lo negativo hacia atrás, pero sí estoy segura de que ya encontré el mecanismo, la coraza o como quieran denominarle. Lo importante es uno saber quién es y el camino que ha elegido, lo que está haciendo bien y lo que está haciendo mal. Si considera que lo está haciendo bien, no tiene ni que defenderse. Ya se encargará finalmente la vida».
‒¿Sueños por realizar, proyectos pendientes?
‒¡Uffff!
‒¿Cómo que «¡uffff!»? Es difícil creer que no seas una persona realizada...
‒(Sonríe). Una amiga mía me llama «exitosa» y a mí me da una risa tremenda... ¡Yo estoy empezando ahora!¡Yo estoy empezando ahora! Cada día me convenzo más de que no he hecho ni un cuarto de lo soñado. A cada rato aparecen nuevas formas de crear que me llevan a decir: «Ah, tengo que probar». Me queda mucho por estudiar, por superarme, por hacer. Ojalá y la vida me alcance. Te aseguro que no me dejaré vencer nunca... Me queda la satisfacción de que los obstáculos, las piedras que se interpusieron en el camino, sirvieron para impulsarme, me obligaron a crecer o se convirtieron en la puerta que se abrió para poder continuar con mi marcha hacia adelante. Nunca dije no, nunca dije: no tengo tiempo y nunca me negué. Al contrario, siempre busqué la manera de cumplir con responsabilidad con el arte y conmigo misma como mujer, como artista y como ser humano.