Junto a sus dos pequeños, Alessandro y Adam. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 08/09/2020 | 11:03 pm
La pasión por el teatro lo llevó a dejar por vez primera la quinta isla en extensión del archipiélago de las Antillas Mayores, tomar el catamarán y surcar el Mar Caribe en busca de un sueño. «Me trajo mi cuñada para que realizara los exámenes a los que se presentaron dos o tres aspirantes de cada una de las provincias, pero yo era el único del Municipio Especial y jamás había estado en La Habana. Para colmo, me veían como un rara avis, porque la mayoría nunca había tenido delante a un pinero. Imagínate que me preguntaban cómo se establecían las comunicaciones entre aquel trozo de tierra y Cuba, y yo bromeaba diciéndoles que a veces las “botellas” funcionaban…».
Niu Ventura, el David de El rostro de los días, rememora esos años de su vida a través de una línea telefónica y, no obstante, Juventud Rebelde cree ver cómo le brillan con intensidad sus ojos. «Vengo del campo de verdad, de vivir en una finca algo distante de Nueva Gerona, pero desde niño me encantaba el juego de roles, lo cual descubrieron y aprovecharon al máximo mis maestros de la primaria.
«Sin embargo, hasta décimo grado no me enteré de que el teatro existía como carrera. Lo propició Giskly Leyva García con su taller de actuación. Fue justo él quien me habló de la Escuela Nacional de Teatro y de las captaciones. Corría 1998. No olvido al señor Carlos Gonzalvo preparándonos para el taller nacional que tendría lugar en la capital. A partir de este momento se abrió para mí, de par en par, este universo que me hace completamente feliz.
«Te confieso que creía que no iba a aprobar. Lo que sucedió se lo achaqué a la suerte, al estar en el lugar correcto en la hora indicada. Y aunque lo había hecho de la mejor manera, el guajirito no podía evitar esa sensación de inseguridad. Por si acaso, me lancé en una guagua con otro amigo y me dije: déjame al menos conocer Coppelia para tener algún cuento cuando llegue a la Isla».
—¿Todo transcurrió en la ENA como imaginaste?
—Para mí fue como volver a nacer. La ENA marcó un antes y un después en mi existencia. Allí todo giraba en torno al arte, había libertad absoluta para la creación. La escuela, la Ciudad del Arte, era una mágica burbuja donde convivían músicos, pintores, bailarines, actores... Todos como uno solo. Era muy gratificante ver cómo los maestros se empeñaban en sacar lo mejor de cada uno de nosotros, no solo como artistas sino también como seres humanos.
«Ya en la ENA me sentí como pez en el agua, como si hubiera estado predestinado para estudiar en aquel lugar fabuloso. La fuerza teatral por aquel entonces era tremenda, existían muchos grupos, lo cual significaba una oportunidad importante de desarrollo y era ideal para una institución enfocada en formarnos como actores de teatro.
«Nuestras aspiraciones se concentraban en querer integrar compañías como Buendía, Teatro El Público, Argos Teatro, en estar al lado de Pepe Santos... La televisión ni siquiera representaba una opción a tener en cuenta, a pesar de que era un medio que me atraía como un imán. Fíjate que cuando aprobé los exámenes de admisión lo primero que me preguntó mi familia fue: “¿Entonces vas a salir por la tele?” (sonríe).
«No lo niego: los fines de semana, cuando no tenía nada que hacer, me iba para el ICRT y me colaba buscando siempre que la cámara me tomara para que mi familia me viera. ¡Te imaginarás entonces el chucho que me daban en la escuela! Me divertía. Me gradué en el 9no. Piso del Teatro Nacional de la mano de Mario Guerra, una cátedra, con Delirio a dúo, de Eugene Ionesco».
—Se suponía que al tomar el catamarán tenías pasaje de regreso...
—Antes de graduarme, pude interactuar, invitado por su director Francisco «Pancho» Fonseca Leyva, con el grupo Pinos Nuevos como parte de las BETARTE. Realmente regresé a la Isla más tarde a comerme el mundo. De hecho, cuando cursaba segundo año vinieron unos funcionarios de Cultura a verme y me aseguraron que allá estaban esperándome mis teatros y mis camerinos. Nada de eso existía a mi llegada, perosé que uno mismo puede ser su propio teatro. No obstante, estuve trabajando con La Carreta de los Pantoja que me posibilitó acercarme al teatro de figuras en el cual apenas había incursionado.
«Ocurrió entonces que me agarró el Servicio Militar y me llevó hasta Batabanó, donde fui un poderoso jefe de tanque de guerra. Y luego, estando en el Consejo de Cultura de la Escuela de Cadetes Antonio Maceo, aprovechando mi proximidad a la capital, decidí estudiar en el ISA. Te aseguro que traté de permanecer en mi tierra, porque en la escuela me enseñaron que uno debe estar no solo donde se hallan las perspectivas, sino además donde están quienes te necesitan. Sobre todo me acordaba de mí, pues cuando aprobé hacía cinco años que no se realizaban exámenes. Todo cambió a partir de ese momento».
—Nuevamente en Cubanacán, esta vez en el ISA...
—Ahí tuve la oportunidad de aprender de un grupo de maestros formidables: Mayra Mazorra, Eduardo Eimil... Como ya te dije, la ENA fue un descubrimiento de todo, a los 15, 16 años, en esa etapa en la que uno quiere explorar. Recuerdo que iba caminando desde Cubanacán hasta el Capitolio y hacía el camino de regreso tomando por otras calles. De alguna manera, parte del tiempo lo dedicaba a disfrutar de la suerte de estar rodeado de propuestas culturales disímiles en diferentes puntos de la ciudad.
«El ISA sirvió para afianzar todos los conocimientos. Para esa fecha se tiene la meta mejor trazada, objetivos más claros. Sabía que debía sacarle el máximo provecho antes de volcarme por completo al trabajo, mientras seguía vinculado al proyecto A propósito, como hasta hoy».
—Siempre hablas con agradecimiento de tu etapa como profesor en la ENA...
—He considerado siempre que para ser profesor no basta con dominar la pedagogía sino que hay que tener experiencia, porque ella te permite transmitir de una manera orgánica y divertida lo que has vivido aunque no te desarrolles muy bien con los términos correctos. En mi caso, apenas estaba comenzando cuando me llamaron para que pasara un posgrado de voz y dicción porque se necesitaban profesores en la ENA.
«Te confieso que estaba un poco escéptico, pero las maestras Ana Rojas, a quien había asistido cuando estudiante; Elena Álvarez y la Dra. Telma Pazo, a las cuales agradezco mucho, creyeron en mí y me dieron las armas para que pudiera sentirme bien seguro y disfrutara al máximo de esa experiencia en la que aprendí más de lo que enseñé. Estuve tres años impartiendo Teatro en verso, con Corina Mestre como Jefa de Cátedra, todo un lujo, pero los compromisos de la televisión no me dejaban apenas tiempo y yo soy de los que no puede enfrentar un proyecto a medias».
—Antes de la televisión fue el teatro…
—Amo el teatro con locura, no es secreto para nadie. El teatro me creó como artista, me enseñó el ABC y me dio las armas para batirme con lo que sea. El teatro trabajó en mi ritmo, en la coordinación, en mi cuerpo, todos tan necesarios para un actor. Esos conocimientos, esas herramientas me las entregaron maestros como Ernesto Ruenesy Lizette Silverio en la ENA, junto a otros magníficos de diferentes disciplinas que acabaron por conseguir que este arte se volviera irresistible para mí.
«He tenido el privilegio de ser parte de grupos donde he aprendido un mundo: participé en la fundación de Estudio Teatral La Chinche, pasé por Teatro Aldaba y por último me uní a Teatro Buendía donde planté el campamento, aunque debo acotar que mis inicios en la “caliente”, enfrentándome de manera profesional al público se dieron con el proyecto A propósito, que conduce Rolando González Miranda, sin discusión mi segundo padre, el actor y director con quien logré darle solidez al arte del payaso, ese personaje a veces tan subestimado, pero tan importante para la sociedad, sobre todo para los niños.
Como Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo Foto: BubyBobes
«De la mano de Flora Lauten y Raquel Carrió, el teatro es una bendición. Mi graduación del ISA fue interpretando a Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo, bajo la dirección de Sandra Lorenzo, una actriz de Buendía que fue el puente para que pudiera llegar a esa notable compañía. Estas maestras son dos emblemas para el teatro de estos tiempos, dos enciclopedias para consultar siempre. Ellas son mi salvación cada vez que estoy atorado.
En la obra Charenton, un clásico de Buendía. Foto: Cortesía del entrevistado
«Recuerdo con mucho cariño una puesta como Charenton. No olvidaré aquella función que, convertido en Napoleoncito, se representó en un Festival Internacional de La Habana para el Presidente de Francia, FrancoisHollande. Aquello no solo constituyó un honor para mí, sino que también me permitió ser parte de un colectivo verdaderamente sacrificado, muy profesional, con una calidad humana tremenda. Hubo muchos otros trabajos de búsqueda de personajes que no lograron materializarse en las tablas pero quedaron en mí como un valioso tesoro».
Obra El año de KahlilMadoz, de Agnieska Hernández, con directora artística de Anaysy Gregory. Foto: Yasser Expósito
—¿Cómo reaccionó la familia cuando te vio en pantalla?
—Es muy lindo cuando te dicen que eres el orgullo de la familia. Es gracioso porque mi abuelo, un señor muy inteligente y bueno, que todo lo veía a través del trabajo en el campo, cada vez que conversábamos me preguntaba: «¿Qué haces en La Habana?». Yo le explicaba acerca de los espectáculos en los que participaba, etc., mas él insistía: «Anjá, pero ¿qué haces en La Habana?», como todavía no le quedaba claro seguía el interrogatorio: «¿y allí coges la guataca, el machete...?». «No, es que mi trabajo no lo lleva». «¿Entonces qué tú haces en La Habana?» (sonríe). Se me ocurrió un día hacer un espectáculo en casa en el que involucré a toda la familia y él se quedó maravillado. Después el broche de oro lo pondría la telenovela. Le agradezco a la vida la posibilidad que me dio de permitir que mi abuela del alma, antes de morir, me viera actuando y su rostro se iluminara.En verdad, me dio mucha seguridad saber que mi familia estaba siempre ahí para mí.
—Has sido un actor muy solicitado en la televisión...
—No me puedo quejar, la verdad. Todo comenzó en la televisión por Aquí estamos, mientras estudiaba en el ISA. Después vendría mi Edgar el Fino en Playa Leonora, dirigido por Armando Toledo (más tarde me llamaría para el telefilme Te quiero siempre),y luego tuve la oportunidad de interpretar al muy polémico Conrado en Cuando el amor no alcanza, de Jorge Padilla, que me dio a conocer mucho más a nivel popular.
Serie infantil Pandilla verde, de Pepe Cabrera. Foto: Cortesía del entrevistado
«Cuando el amor...le dio paso a la serie infantil Pandilla verde. Estuve asimismo en Vidas cruzadas donde conseguí un papel también polémico. Debo mencionar el gustado policiaco Tras la huellaen el cual he acumulado un abultado catálogo de delincuentes, tantos que ya solo me va quedando dar la mortal hacia atrás cinco veces para hallarles otros matices (sonríe).
Proyecto A propósito, de la Agencia Actuar, bajo la dirección de Rolando González. Foto: Cortesía del entrevistado
«Ha sido genial estar, como el Capitán Hugo, en las tres temporadas de LCB: La otra guerra, fruto de la investigación exhaustiva de Eduardo Vázquez, quien contó con el apoyo del mismo Albertico LubertaJr. y de la que salió un guion realmente exquisito, como merecía una página tan dura de nuestra Historia. Se sabe que no habrá equivocación si se convocan actores de la calidad de Fernando Hechavarría, Osvaldo Doimeadiós, Jorge Enrique Caballero, Luis Carrere... En mi caso fue un compromiso tremendo que confiaran al punto de entregarme un rol de tanta envergadura en la trama. Lo aposté todo. No podía quedarme mal, tenía que morir en el intento si era necesario...».
Recibiendo las orientaciones de Alberto Luberta Jr. Ante de la grabación de LCB: La otra guerra. Foto: Cortesía del entrevistado
Junto al notable actor Fernando Hechavarría en LCB: La otra guerra. Foto: Cortesía del entrevistado
Como el Capitán Hugo en LCB: La otra guerra. Foto: Cortesía del entrevistado.
—¿Por qué aceptaste un personaje como David en El rostro de los días?
—Jamás pensaré que he llegado a ninguna parte, ni «me creeré cosas», como se dice popularmente. Siempre seré el mismo guajirito consciente de que lo único que vale es el trabajo, los frutos que puedas recoger producto de tu sudor. Pero hay un pequeño camino recorrido con seriedad, entrega, respeto, por el cual a veces aparece mi nombre cuando un director anda buscando un actor.
Los actores Niu Ventura y Roxana Broche, protagonistas de El rostro de los días. Foto: Cortesía del entrevistado
«Esta vez me llamaron para que me presentara al casting para David, mas me vi obligado a rechazarlo y aceptar el papel de José Luis, porque la grabación me coincidía con la de la segunda entrega de Lucha contra bandidos, que finalmente se aplazó. Entonces Nohemí Cartaya tuvo la gentileza de ponerlo nuevamente en mis manos y de permitirme que lo trabajáramos juntos.
«Cuando me citaron para el primer ensayo, conocí a Roxana Broche, quien había recibido también a Mariana ese mismo día. David posee rasgos muy negativos, pero los actores somos como una especie de abogados de los personajes: aunque no compartamos muchas veces sus puntos de vistas, debemos tratar de no condenarlos y presentarlos lo mejor que son. Traté de humanizarlo asumiendo que él es un producto de la sociedad, que su machismo lacerante constituye un reflejo de un fenómeno que sigue latente en nuestro país y que nos hace mucho daño, con su cercanía con la violencia. ¿Qué habrá pasado en su hogar para que David actúe de ese modo?».
Niu Ventura (David) escoltado por Roxana Broche (Mariana) y Gabriela Griffith (Irene). Foto: Cortesía del entrevistado
—Si depende de ti, tus dos hijos no serán como David...
—No quiero que mis dos hijos sean así, sino correctos, buenos ciudadanos... El mayor nació justamente en medio de la grabación de El rostro de los días. Ya Alessandro, de dos añitos, hizo su primera aparición en la TV con mi esposa en el primer capítulo de la telenovela, en el instante en que la doctora Mariana interactuaba con los niños en el parque. Adam acaba de cumplir seis meses. Sí, sí, quiero que mis hijos hagan suyos también el principio del respeto que traigo conmigo: a todo y hacia todos, como la base para que la sociedad pueda salir adelante y que sin excepción nos llevemos bien, aunque a veces no compartamos los mismos criterios. Así yo quiero que sean mis hijos.
Alessandro, de dos años, y Adam, de seis meses. Foto: Cortesía del entrevistado
—El cine también te ha tenido...
—Estando en el ISA participé en Zumbe, de Eduardo Moya. Cuando fui con mi esposa a verla, me preguntó al final: «Oye, ¿y tú de verdad actuaste en esa película?», Bueno, pues sí, estuve, fue muy divertido, me pagaron... (sonríe). La edición te salva o te mata. Está claro que a mí me mató. De cualquier modo, resultó una experiencia genial. Más tarde rodé la coproducción con el País Vasco titulada El cazador de dragones, dirigida por Patxi Barco.
«El protagónico en la gran pantalla vino con Bailando con Margot, bajo las órdenes de Arturo Santana. Ahí sí que me sentí en las nubes. Esa experiencia marcó un antes y un después en mi carrera, porque me permitió conocer bien la maquinaria del cine por dentro, también a gente maravillosa que trabaja sin descanso. Siento que en ese medio hay mucho respeto y amor por lo que se hace, un enorme compromiso con la obra.
Durante la filmación de Bailando con Margot. Arturo Santana dialoga con Niu Ventura y Jorge Enrique Caballero. Foto: Cortesía del entrevistado
Fotograma de Bailando con Margot.
«Gracias a Bailando con Margot pude estar en Inocencia, con Alejandro Gil, un honor inmenso. Interpreté al juez, quien con su debilidad y bajeza, con su cobardía, jugó un papel funesto en ese hecho doloroso de nuestra historia».
Escena deBailando con Margot, de Arturo Santana.
Interpretando al juez de Inocencia, de Alejandro Gil.
—Tu voz se puede reconocer en tres espacios de la emisora Habana Radio...
—Se lo agradezco a mi segunda madre, Melba García, quien pensó en mí cuando me gradué de la ENA, para que me uniera a un programa juvenil de participación y entrevistas de esa emisora de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Aquello fue un descubrimiento: escuchaba hablar de la radio y le tenía temor (bueno, eso no ha cambiado mucho).
«Ahora me dedico a los dramatizados como parte de un equipo reducido de buenas personas y excelentes actores. Se trata del infantil Si yo te contara; de Grandes aventuras, que toma clásicos de la literatura universal y se crea para adolescentes y jóvenes; y Vagos rumores, donde se montan obras del teatro de todos los tiempos. Tiene la dirección general de Melba García, mientras Corina Mestre no solo interpreta diferentes roles, sino que además se responsabiliza con nuestra labor como actores. Me encanta conseguir que el oyente descubra qué rol asumes escuchando tu voz. Es una labor que admiro profundamente».
—Teatro, televisión, cine, radio, conducción de espectáculos...
—Para cada una de esas disciplinas ha habido un tiempo. En mi caso, lo primero que conocí fue le teatro, me dio las armas. Varios grupos me han invitado y ahora colaboro, cuando el tiempo me lo permite, con Estudio Teatral La Chinche, pero sé que un día volveré porque es vital estar en las tablas y sentir esas mariposas en el estómago con el público delante, y lograr esa complicidad que se establece. Una vivencia única.
Trabajar en espectáculos en vivo en parte de las experiencias que más le han aportado a su carrera. Foto: Cortesía del entrevistado
«Debo darle gracias a la televisión porque es la que me ha agenciado el cariño de los televidentes, del pueblo; sin ella nadie supiera quién soy. El cine resulta la meca, el más exquisito de los medios, pero no siempre está al alcance, así que sueño con los pies muy puestos en la tierra. La radio es magia: un trabajo muy difícil que me obliga a darlo todo con la voz y a explorar en técnicas y recursos que desconocía que tenía...
«Por la Agencia Actuar, a la cual pertenezco, llevo años haciendo espectáculos en vivo con el proyecto A propósito, lo cual me ha dado herramientas para tener confianza en escena... Mira, mejor ni te cuento la primera vez que me dejaron solo, como el payaso Fito, en el Parque Almendares. ¡Me quería morir! Durante cinco minutos solo pensaba: ¿Qué hago yo aquí? ¿Quién me habrá mandado?: esa voz interior que te da las fuerzas y energías para “comerte” el escenario... Creo que lo importante es aprender de cada una de esas disciplinas y regresar a todas siempre que se dé la oportunidad. Ellas me hacen tan, pero tan feliz».