Ildefonso se caracterizaba por crear versiones de la música popular para guitarra clásica, vestida para concierto. Autor: Hugo García Publicado: 28/10/2019 | 09:35 pm
MATANZAS.— Una pequeña guitarra fue la que marcó el destino. A los tres años y medio de edad su padre se la regaló. «Era un juguete, un tres, pero reconozco que fue decisiva en mi vida», cuenta Ildefonso Acosta Escobar, quien acaba de merecer el Premio Nacional de la Música 2019, compartido con Joaquín Betancourt.
A su mente vienen muchos recuerdos en este minuto de felicidad, como el día en que su mamá, Enriqueta Esperanza, le dijo a su padre, Gregorio, que el niño sería músico. Lejos estaban tanta gloria y días inmensos de ensayos y conciertos.
Ya sus manos y sus dedos no pueden ejecutar obras complejas como Concierto de Aranjuez, y aunque lo lamenta sabe que ha dejado una impronta en la guitarrística cubana. «Luego mi padre me regaló un violín y estudié ese instrumento cuatro años, pero lo mío era la guitarra, seguí con ese instrumento y hoy le dedico este premio a mis padres.
«Llevo la guitarra en la sangre», afirma emocionado, y nos muestra los cinco excelentes instrumentos que atesora, mientras comenta que admira a Andrés Segovia y a Leo Brouwer. «Mi sueño fue ser pianista, pero los prejuicios de la época me impidieron estudiar esa carrera», confiesa en su casa en la ciudad de Matanzas, a donde acudimos para compartir sus impresiones sobre este reconocimiento.
Lo primero que destacó es que Cuba cuenta con una fuerte y consolidada escuela de guitarra, cuyo precursor fue el maestro Isaac Nicola. Ildefonso viajó a todas las naciones del extinto campo socialista, además de a España, Italia y en dos ocasiones a Estados Unidos.
«No puedo ser modesto, sería un falso si no digo que desde 2001, en que me nominaron, estoy esperando este preciado galardón, una linda sorpresa; ya muchas personas me han llamado. En la música hasta lo más simple puede ser complejo; el espíritu de la obra debe ser reflejada en la interpretación, porque la música conlleva el lenguaje técnico universal, pero tiene también el espíritu del arte.
«La música que he compuesto ha estado matizada por la cubanía, la africanía y por lo indio americano. Cuando uno compone no sabe la trascendencia de la obra, porque la música vuela como una paloma, queda o no en el cesto, porque la creación es compleja y hermosa a la vez», asegura Ildefonso.
Lauros y reconocimientos nacionales e internacionales avalan el quehacer de un artista que en cada actuación entrega lo mejor de sí: su innegable talento, ya sea ante un pequeño auditorio, o en un grande y colmado salón. La ejecución siempre será impecable, gentil, sublime, como él mismo dice.
Es fundador de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, su primer presidente en Matanzas y miembro durante 20 años de su Consejo Nacional. Integra la lista de los primeros Mil Maestros Inolvidables del Siglo XX, dada a conocer por la Asociación de Pedagogos de Cuba.
Su relación con la enseñanza es amplia y diversa: es Profesor Invitado Consultante de la Universidad de Matanzas, y de Honor de la Facultad de Ciencias Médicas y de la especialidad de Música del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas.
«Alternaba la docencia con las actuaciones aquí y las giras internacionales. He tocado en las salas de mayor relevancia de Europa y he realizado grabaciones especiales en Hungría, para la BBC de Londres; para los sellos cubanos Areíto y Siboney, con Melodía, de Rusia, y Harborside Productions, de Estados Unidos.
En el mundo audiovisual ha dejado su impronta en la serie Che, de la televisión nacional, y en documentales realizados a Carilda Oliver Labra y a Celia Sánchez; y el que le dedicara Tele Rebelde titulado ¿Quién eres Ildefonso Acosta?, todos dirigidos por Ángel Ferrer.
Debut
«Muchos se sorprenderán, pero mi debut como músico fue con la Compañía de Variedades de Enrique Arredondo, en 1954, en el citadino cine-teatro Velasco», dice Ildefonso, quien tenía por aquel entonces 15 años de edad, integraba el Trío Tropical, de voces y guitarras. «Un día, en unión de mi padre, asistí a la función vespertina de ese espectáculo y le dije a papá que iría a conversar con el gran artista, con el objetivo de que escuchara a nuestro pequeño grupo y nos diera su valoración.
«Llegué a los camerinos cuando se estaba quitando el maquillaje. Algo sorprendido por tal solicitud, me respondió que fuera a verlo a las siete de la noche de ese mismo día. Busqué a mis compañeros Luis Pino y Reynaldo Martínez. Nos presentamos ante el comediante, y al escucharnos nos aceptó, y esa primera actuación fue bien recibida por el público. No proseguimos con su gira porque éramos estudiantes de la Escuela de Comercio de Matanzas».
El reconocido músico añade que aquel trío desplegó una exitosa actividad en Matanzas, con contratos permanentes en la radio y actuaciones eventuales en la capital del país. Además grabó discos para la Cadena Radio Tiempo y en Radio Cadena Habana.
«Por la década de los años 50 yo alternaba la labor dentro del trío con la de trompetista en el Conjunto Sonora Juvenil, y en el Casino Español, en esta ciudad. llegamos a compartir escenario con famosas orquestas de la época. Yo tocaba, además, en una jazz band yumurina, en otra de Jovellanos, y en algunas agrupaciones de ese formato, de Varadero».
Entre lo clásico y lo preferido
El Tropical se fusionó en 1961 con la Orquesta de Cámara de Matanzas, bajo la dirección del maestro Mario Argenter. Según cuenta, con algunos arreglos musicales suyos disponían de un variado repertorio.
Al crearse el Consejo Nacional de Cultura, comenzó su trabajo como solista, cuyo primer concierto lo realizó en Bolondrón, en 1961. «Asistía en mi propio automóvil a ofrecer recitales en los lugares más apartados de nuestra geografía, como Cayo Ramona, en la Ciénaga de Zapata, donde interpreté Concierto de Aranjuez, con la Orquesta Sinfónica de Matanzas. Ello fue reseñado como un suceso artístico-cultural extraordinario».
A partir de 1970 su carrera cobró mayor auge en el país, con actuaciones en las salas y teatros más importantes de Cuba. Obras clásicas del repertorio nacional, de compositores extranjeros y de su propia inspiración, encuentran en su límpida y perfecta digitación una cabal interpretación musical, a través del lenguaje de las cuerdas.
Como compositor Ildefonso no cuenta con una obra muy extensa, aunque sí variada, «desde danzón y chachachá hasta música sinfónica, coral y de cámara. Mi preferencia es solo por la calidad de la pieza. Me caracterizo por crear versiones de la música popular para guitarra clásica, vestida para concierto», afirma.
Este maestro, de formación autodidacta, con disciplina y sistemática práctica logró alcanzar una elevada cota como guitarrista. No obstante ser ya conocido en el mundo artístico, tuvo que justificar su nivel profesional con un documento. Ingresó en el Instituto Superior de Arte, del cual se graduó en 1982.
Matanzas también ocupa un lugar especial en su vida. por eso asegura: «amo mucho esta ciudad, y esa pasión, realmente, me limitó a participar de las ventajas que siempre ofrece toda capital».
Así es el cariño que siente por su patria chica, la Atenas de Cuba, ciudad de puentes y ríos, de poetas y grandes músicos que, como él, alimentan de manera cotidiana su espiritualidad y la matanceridad, mientras gentilmente suena su guitarra.