Dulce María Loynaz y Alicia, dos cubanas que nunca serán olvidadas ni por su país ni por su gente. Autor: Reinaldo Cedeño Pineda Publicado: 20/10/2019 | 12:21 am
El facsímil de la hoja manuscrita conmueve. La breve esquela está dedicada a Alicia Alonso y está firmada por Dulce María Loynaz en el estertor de 1996. Es una despedida. Para hacerlo, la Premio Cervantes, ya toda una nonagenaria, ha debido domeñar su falta de visión, su mano vacilante. La revista Cuba en el ballet aquilata el esfuerzo:
«Creo recordar que una vez escribí que Alicia se movía como una luz y en efecto esa es la sensación que da cuando baila, lo cual es tanto más curioso por cuanto ella parece no dejar nunca la región del aire. La vemos mecerse en él como en una hamaca invisible, como si algo también invisible la sostuviera frente a nuestros ojos. Esa es la gracia de su arte, desafiar las leyes físicas sobreponiéndose a su propia gravedad».
Alicia Alonso es cubana. Nunca lo olvida. Dulce María, tampoco. Ambas acompañarán a su país y a su gente hasta el último aliento.
La Alonso funda una compañía en Cuba cuando era aplaudida en Nueva York. El acontecimiento se produce en el antiguo Teatro Auditorium de La Habana, el 28 de octubre de 1948. La Loynaz está allí. No hay que olvidar que el periodista canario Pablo Álvarez de Cañas (con el que la escritora había contraído nupcias) era el cronista social preferido de la época.
Así, las letras de Dulce María aparecerán en la sección firmada por su esposo en el periódico habanero El País, el 7 de noviembre de 1948. Su título, El ballet Alicia Alonso en el Auditorium, hace referencia al estreno. Y aunque dedica unas líneas a la leyenda de Giselle, aunque no deja de apuntar la elegancia del bailarín Igor Youskevitch, en verdad es la poesía quien prueba su linaje:
«Isadora Duncan dice sencillamente, casi como si hablara a la ligera, que la bailarina debe moverse como una luz, posarse en la tierra con la naturalidad de un rayo de luz sobre las flores (…) Es decir no tener pies, porque la luz no los tiene (…) El baile es un arte independiente del arte dramático; es un arte puro, casi un rito. La bailarina no es una actriz, es una sacerdotisa (…)».
El drama de las palabras es sempiterno. Parecería que no bastan, que no alcanzan para atrapar los gestos y el silencio de un escenario, para aprehender la atmósfera; pero Dulce María Loynaz lo intenta, borda en sus palabras el justo instante en que, al fin, la poesía atrapa el fuego de la danza:
«Ninguna otra bailarina —excepción hecha de su propia rival Ana Pávlova— ha asimilado mejor la gran sentencia de Isadora Duncan como esta nuestra Alicia Alonso. Ella es de veras una luz que se mueve. Ella es leve, ondulosa, casi traslúcida. Guarda siempre los ojos bajos para que no le interfieran la danza; las manos se le funden con la música, los pies en el aire, el ruedo del vestido en una nube imaginaria».
Saludo y homenaje a Alicia Alonso
Siempre te vi volar toda ya un hada,
cisne, paloma y mil y más criaturas,
tramando tus divinas aventuras
sobre el borde insaciable de la nada.
Tú misma sólo música encarnada,
luz que dibuja fina en las oscuras
fibras del mundo eternas travesuras
tan naturales como tú hechizada.
En fin, que para mí tú eres el Arte
vivo en su ardor, y tan, y tan lejana
como la estrella que el abismo abriga.
Pero hoy que me decido a saludarte
te siento cerca, lumbrecilla humana,
fiesta de Cuba, misteriosa amiga.
Eliseo Diego
Alicia Alonso
Del centro de la noche
a la razón del alba,
el ímpetu, los números
de la música encarnas;
los dos cisnes que voznan
el amor y el ansia,
el siempre y el aún
de la vida que mana;
los giros de la flor
en tu luz y tu gracia,
niebla del sí y del no,
del tiempo que no pasa;
mujeres tantas que
eternizan tus ráfagas,
mujeres tantas eres
y una sola: la danza.
Roberto Friol
A Alicia
Alondra, albatros, alción
Libre, en cielo nuevo
Ícaro mujer
Cielo alcanzado por ti
Ingrávida, sin caída de Ícaro caído
Alicia, en cielo despejado.
Al futuro de tu patria vuelas
Ley de elevación y andar por nubes
Obra tuya, sin embargo, es este mundo
Nuevo, joven, tuyo,
Sobre una Revolución que también fue tuya
Olvidada de tinieblas.
Alejo Carpentier