Como parte del tributo del pueblo cubano a la prima ballerina assoluta, se han habilitado, hasta el día 22, en el horario de 9:00 a.m. hasta las 5:00 p.m., dos libros de condolencias: uno en la sede del Ballet Nacional de Cuba y otro en la Uneac. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 20/10/2019 | 03:43 am
Alicia me ayudó a sobrevivir. Ella y su compañía me salvaron cuando ni siquiera tenía dónde dormir en esta Habana dura de los 90, cuando creí que solo en la capital podía recuperar la capacidad de soñar. Eran tiempos complejos, yo diría que crueles para mí. Podía estar con el estómago pegado al espinazo, pero cuando entraba a la Sala García Lorca, ella me hipnotizaba. Le daba otro sentido a la belleza. En sus gráciles piernas estaban las riendas de mi corazón. Sus brazos, casi sobrenaturales, manejaban mi alma. Entonces se producía el milagro. Cuando cerraban las cortinas, ya era un guerrero optimista y sensible, listo para enfrentarme a un mundo que quiso devorarme.
«Gracias, Alicia, que en la gloria estás, seguro que llenando de fuerzas y amor a muchos otros ángeles y demonios necesitados», me decía para mis adentros, creyéndome el único entre aquella multitud que rodeaba el Gran Teatro de La Habana que con justeza lleva su simbólico nombre, cuando era uno de los cientos que estamos en deuda eterna con esa artista inmensa que convirtiéndose en Carmen, Aurora, Odette, Odile, Kitri... nos sostenía con fuerzas inusitadas.
Lo descubrí en lo que Lucía González le decía a su pequeña que posiblemente no entendía por qué había tantas flores, que de tan bellas parecían artificiales, en aquel sitio parecido a un castillo de hadas que al parecer visitaba por primera vez. Pero la pequeñita, cargada en los brazos de su madre, debe haber presentido que aquel «paseo» que realizaba para ver por última vez «a la mejor bailarina del mundo», requería su atención y su complicidad total.
«¿Crees que la niña entenderá lo que está pasando», me atreví a preguntarle a la mamá de Giselle. «Lo más seguro es que ahora mismo no, pero yo me encargaré de hacerle saber por qué lleva ese nombre que Alicia hizo tan grande. Yo no sé bailar ni un bolero, pero amo la danza. Ella tuvo la “culpa”», me explicó, y la entendí a la perfección.
También Rafael Guevara, a quien no le importaba en lo absoluto que lo vieran llorando desconsoladamente a sus 50 años. «En este teatro se concentra la mayor parte de mi felicidad. Soy profesor, porque mis padres no me permitieron que me convirtiera en bailarín. Sin embargo, no pudieron impedir que me hiciera adicto a las funciones del Ballet Nacional de Cuba. Ver actuar a Alicia era la gloria, también a todas aquellas figuras formidables que formó. Estar aquí era una fiesta. No me iba a perdonar no estar aquí para decirle a Alicia cuánto me mimó, haciéndome creer que bailaba solo para mí».
Rubén Darío Salazar, el notable director teatral, actor, dramaturgo, también fue marcado por la Diva en su Santiago natal, cuando era un crío «y Alicia era un puntico blanco que se movía muy lejos, bailando la leyenda de la frágil Giselle; mientras mi padre, desde las gradas del estadio Guillermón Moncada me narraba la historia de la campesina enamorada que bailaba para el pueblo desde el terreno de pelota.
«Pasó el tiempo, me hice grande de edad, no mucho de estatura, y me tocó encontrarme con ella cuando invitó a Teatro de Las Estaciones, en 2004, para hacer el ballet con muñecos La caja de los juguetes, de Claude Debussy, en el Festival Internacional de Ballet de La Habana. La última vez fue en 2017, en Panamá, a bordo de un avión, junto a su esposo Pedro Simón. Estreché su mano y le escribí un poema que nunca le di. Volé como nunca, protegido por Alicia. Toda la tripulación se hizo fotos con ella. Yo no pude. Alicia para mí y para muchos en el mundo es algo tan claro y contundente como imposible de asir o retener. Ella, con su arte y su magisterio es de todos. Sigue siendo para mí aquel puntico blanco, inalcanzable e infinito».
Su público llegó al Gran Teatro de La Habana a rendirle tributo con flores.
Alicia es Cuba
Omara Portuondo, la Diva del Buenavista Social Club, le asegura a Juventud Rebelde, que desde México el dolor se hace todavía mayor, porque no podrá estar junto a su admirada amiga. «Hoy nuestra patria llora la pérdida de la leyenda Alicia Alonso, una grande para siempre. Allá donde estés seguiremos disfrutando de tu arte. Te recordaremos inmensa en tu sencillez. Mi aplauso eterno», nos escribió.
La significativa distancia no le permitió a la gran Omara estar en La Habana, pero un escritor como Julio Llanes no pudo aguantarse en su Sancti Spíritus natal. «Me costó mucho llegar, pero vine. Era un deber moral, una necesidad. Estuve tres años muy cerca de ella para poder escribir mi libro Alicia, el vuelo de la mariposa, que me posibilitó conocerla todavía más, comprobar que, efectivamente, es un verdadero paradigma de la cultura universal. No hace mucho había hablado por teléfono con Pedro y me había dicho que estaba estable. Sabíamos que este fatal desenlace podía ocurrir en cualquier momento, pero como aseguraba Julio Cortázar, la muerte siempre es un escándalo. Más cuando se trata de una figura como nuestra querida Alicia».
Para Regina Balaguer, directora del Ballet de Camagüey, toda la conmoción que ha vivido el país se debe a que «Alicia se define con una sola palabra: amor. Por eso se siente dolor por la pérdida de una persona de su talla: reconocida internacionalmente, y en Cuba muy querida, muy admirada. Nos consuela cuando llevas la mirada atrás ver que su extraordinaria trayectoria ha sido tan extensa y productiva. Entonces, el dolor se alivia un poco y piensas que lo que toca ahora es continuar: continuar ese legado, sus ideas, que sus enseñanzas se mantengan vivas. Hay dolor, sí, pero se alivia un poco, porque nos queda la satisfacción de que siempre estará presente».
El golpe para Unión de Escritores y Artistas de Cuba ha sido demoledor. «Especialmente porque Alicia está en todos los espacios de la Uneac», reconoce Luis Morlote Rivas, presidente de dicha organización. «Ella, una de sus fundadores, venía una y otra vez a nuestra sede no solo para hablar de arte, sino para mostrarnos cómo los creadores cubanos debían participar en ese proceso de extensión cultural del que fue pionera. Por ello esa manifestación dolorosa pero bellísima de pueblo, de la gente humilde que pasa frente al féretro y deposita una flor o hace una reverencia. Es la mayor prueba de que Alicia es una figura tremendamente popular, amada por todo un país.
«Son muchos quienes la recuerdan en las comunidades, primero participando en labores productivas con la compañía y luego ofreciendo una función por la noche. En Alicia convergen la gran artista, ese ícono de la cultura cubana y universal; la artista que nunca se apartó de su pueblo, que siempre concretó sus proyectos en el encuentro con el público. Por eso es tan querida y seguirá viva en la memoria colectiva».
Se trata de «un momento de gran conmoción porque indudablemente es una gran pérdida para la cultura cubana. Alicia resulta una de las artistas más queridas por los cubanos, lo cual ha tenido una expresión aquí con la presencia de tantas personas que han venido a homenajearla», expresa Alpidio Alonso, ministro de Cultura de la República de Cuba.
«Estamos frente a una figura, a una verdadera fundadora, creadora de un estilo único para el ballet y, al mismo tiempo, de una tradición (la danza clásica) en un país donde no existía. Pero se lanzó con una pasión y coraje inmensos a la creación de una compañía, sin apoyo financiero prácticamente. Incluso se enfrentó a la tiranía de Batista, que trató de utilizarla; lo hizo con una dignidad tremenda, con el apoyo de los estudiantes universitarios. Por tal razón Alicia está enraizada en el corazón de nuestros jóvenes y de nuestro pueblo.
«Llevó el ballet a ámbitos disímiles, lo sacó de los circuitos tradicionales y lo llevó a las fábricas, las cooperativas... Eso marcó a nuestro pueblo. Después de 1959 se mantuvo muy leal a la Revolución, a Fidel. Fue una embajadora de Cuba en todos los escenarios. Sus triunfos fueron nuestros triunfos, siempre representó a Cuba. Alicia es Cuba. Alicia es la encarnación del arte cubano, de la cultura cubana.
«Estamos hablando de una mujer que representa, como pocos, una coherencia entre vida y obra, una artista con un compromiso inmenso con su pueblo y su cultura. Ese vacío que nos ha dejado solo lo compensará esa gran admiración que tiene nuestro pueblo por ella y el saber que su legado no morirá».
Jorge Brooks asegura que «jamás había experimentado tanto silencio en el Parque Central y el Bulevar de San Rafael. Mañana de silencios, de compromisos, de honrar a una cubana que tuvo la grandeza de cambiar el nombre de Ballet Alicia Alonso por Ballet Nacional de Cuba. Gracias por tu legado, por tus enseñanzas, por tu arte».
El último aplauso
La bandera cubana de fondo, situada sobre la puerta que Alicia atravesó tantas veces, camino al palco donde se sentaba invariablemente cuando había actuación de su compañía. Era allí donde estallaban las ovaciones que la hacían levantar y hacer la acostumbrada reverencia con la energía que le transmitían esas contundentes vibraciones de un público que la adoraba. El «Bravo, Alicia», salía de una potente garganta que lo mismo se podía localizar en «el gallinero» que en la platea, y todo el espacio se llenaba de cariño, de corazón. Luego se sentaba, cruzaba las piernas con la elegancia acostumbrada, esperando que arrancara la música que luego ella misma dirigía marcando en compás con sus puntas invisibles.
De ese modo ocurría casi siempre, después que dejó de bailar con sus propias piernas. Aunque personas como la ex miembro de la compañía, Anael Martín, todavía piensan que algo así jamás sucedió. Y entonces le habla: «Alicia, maestra.. ya es suficiente, está asustando al mundo entero! Ellos creen que ha muerto (¡tan bien lo interpreta!)...
Deberían saber que, como siempre, agota el último aplauso, que ahí está usted tirada en mi regazo, esperando que suban y bajen el telón del 1er. acto de Giselle una, dos, tres.... ¿seis veces? Las necesarias para que el público disfrute de ese último cuadro impecable donde nadie se mueve y su respiración se para. ¡Nos ha hecho usted tantas veces esta escena!
«No la dilate, por favor, porque ellos no saben que con el último telón se pondrá en pie, secará mis lágrimas que cayeron en su pecho y saldrá ligera a prepararse y volverse espíritu.
«¡Aquí la esperamos para el 2do. acto! ¡Todas sus willis en perfecta diagonal! Pero dese prisa, ¡ellos no lo saben y la están llorando!».
Corresponderá a las nuevas generaciones defender el valioso legado de Alicia.
El féretro fue escoltado por los integrantes del Ballet Nacional de Cuba. Foto: Yailín Alfaro
Es mi abuela querida
«Es muy difícil tener que darle el último adiós a alguien que fue gloria y puso en alto, muy, muy en alto, el nombre de Cuba. Para Cuba y el mundo es una gran pérdida, y para mí en lo personal... es mi abuela querida», dice sin esconder su evidente dolor Iván Monreal, bailarín, coreógrafo, profesor y director artístico.
«Estoy tremendamente triste, el dolor es tan profundo que el corazón me duele. Siento que su obra ha sido tan grande, tan valiosa, tan universal, que seguirá pasando la prueba del tiempo. Lo mismo su obra como bailarina, como intérprete, coreógrafa, creadora de una escuela, de una técnica... Giselle no va a morir con ella. Ni Carmen, ni la escuela. Hay personas de las que nunca se podrá hablar en pasado. Mi abuela Alicia es una de ellas».
«Estoy tremendamente triste, el dolor es tan profundo que el corazón me duele», afirma Iván Monreal.
—¿Es complicado ser parte de esa estirpe?
—Sí, un poco. Imagínate: nieto de Alicia y Fernando, sobrino nieto de Alberto, hijo de Laura Alonso y de mi padre, Lorenzo Monreal. Era inevitable sentir un poco de presión en ese sentido.
«Si supieras que de mi grupo de la ENA el único que sabía lo que estaba haciendo era yo... Los demás estaban medio engañados (sonríe). Querían ser músicos. «¿Hay que subir la pierna para tocar la trompeta?», preguntaban incrédulos a los profesores. «Sí, es imprescindible. Si quieres dar un La sostenido tienes que subir bien alto las piernas». ¡Qué raro todo para ellos al principio! Pero en mi caso, desde el inicio, quería ser eso que yo vi, aunque no sabía que había que pasar una escuela.
«Porque el ballet me llegó por la leche, o sea, yo estaba bailando bien protegido en la panza de mi mamá, e incluso antes, desde que Lorenzo me llevaba en su cimiento. No heredé las condiciones físicas, pero al parecer no escasearon otras habilidades. Papá fue un buen coreógrafo que creó piezas interesantes, de las cuales todavía me acuerdo. Sin embargo, no lo recuerdo como bailarín, aunque la gente se encargó de que lo tuviera siempre en mente. Después que crecí y ya estaba en el Ballet siempre escuchaba: «Eres igualito a Lorenzo». Eso no sé qué quería decir exactamente, si estaba bien o mal, pero era igualito a él... Por otro lado estaba la familia de los Alonso...
«Sí, había algo de presión, ellos fueron también una gran ayuda, una bendición, porque me enseñaron a ver la vida desde un prisma diferente, desde el arte. De paso recibes algo que entiendes mucho, algo genético que aflora...».
—¿Alguna anécdota relacionada con tu abuela que nos quieras contar?
—Mi madre me contó que cuando yo estaba por nacer, mi abuela paró un avión de Cubana, para no salir de la Isla sin antes saber si llegaba una hembra o un varón. Bueno, es que cuando aquello no existía internet ni estaban estos avances actuales...
«Ahora mi Alicia volvió a parar el avión. Estoy trabajando en República Dominicana, que está casi ahí mismo, pero eso no significa que resulte sencillo coger un avión con tanta rapidez. Y cuando por fin se logró resolver, yo no llegaba al aeropuerto. De corazón les agradezco al embajador, al Cónsul, al Ministerio de Cultura de Cuba, que hicieron posible que pudiera despedirme de mi abuela y ver con mis propios ojos a su público siempre fiel, a ese pueblo que vino a acompañarla. Me emociona, porque sé que constituye un símbolo, pero es mi abuela».