¿Acaso tendrá usted, que me lee, la misma afición por los epistolarios? ¿Estimará también que muchas preguntas o dudas sobre la vida y la obra de un escritor o de un artista, hallarán respuestas en las cartas del propio creador, sobre todo en las más personales, es decir, las menos oficiosas u oficiales?
No lo niego: persigo los epistolarios. Y de pronto, en una librería hallo —sin haber oído, ni leído, noticias sobre su existencia— un epistolario del director de Memorias del subdesarrollo, reunido por Mirtha Ibarra. Su título: Tomás Gutiérrez Alea: Volver sobre mis pasos, publicado en 2018 por Ediciones Unión.
Mi evidente entusiasmo confirma que hallé en esta colección de cartas un perfil íntimo, de primera mano, de la trayectoria del creador de La muerte de un burócrata y de más de 20 largometrajes, documentales y cortos, que al cabo de tantos años veríamos todavía con interés.
En casi 400 páginas, donde suma una galería fotográfica del cineasta, las cartas de Gutiérrez Alea, compuestas con rigurosa redacción, no solo ilustran la crónica profesional del cineasta, sino que son fundamentales para la interpretación del período en que se gesta y desarrolla la cinematografía cubana a partir de 1959. Y sea recordado entre paréntesis: el cine cubano, con sus glorias y desaciertos, es una de las conquistas de la Revolución.
En las cartas de Titón, algunas convertidas incluso en informes críticos a la dirección del Icaic, el periodista que soy corroboró suposiciones o informaciones leídas u oídas en diversos espacios durante mis relaciones profesionales con fuentes informativas. Evidentemente, Gutiérrez Alea sobresalía también por la ética del creador que no admitía remiendos, y por la ética del compañero honrado que expresaba, en el sitio apropiado, cuanto le inquietaba en su oficio cinematográfico y político.
El epistolario de Tomás Gutiérrez Alea (fallecido en 1996) confirma, aunque lo sepamos, que arte, política y ética han de andar apareados.