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Obrero que trabaja para las almas

El reconocido fotógrafo Gabriel Dávalos conversa con JR sobre su megaexposición titulada Habana Pasión, que se exhibirá en los próximos días en los jardines de la céntrica heladería Coppelia

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Martí no hubiera aceptado homenajes. Martí es como aquella certeza de lo que espero y la convicción de lo que no consigo ver: es como mi fe. La exposición es un homenaje a las generaciones de mis abuelos y mis padres: por la osadía, por la utopía, por la pasión; por no dejar que muriera la fe, que fue justamente mantener vivo a Martí en el alma de la nación».

Por ese agradecimiento mayúsculo es que el reconocido fotógrafo Gabriel Dávalos, martiano profundo, concibió la megaexposición titulada Habana Pasión, que se exhibirá en los próximos días en los jardines de la céntrica heladería Coppelia, en el corazón de la ciudad, para recordar la fecha de nacimiento del Apóstol y además celebrar el quinto centenario de la Villa de San Cristóbal.

Habana Pasión, organizada por el Centro de Comunicación Cultural (Creart) del Ministerio de Cultura con el apoyo del Gobierno y Partido de la capital, firmada por el mismo autor de las imágenes que acompañan la trama de dos de los protagonistas de la telenovela Vidas cruzadas, está integrada por diez fotografías en blanco y negro, y otras tantas a todo color, que aparecen junto a una selección de pensamientos martianos escogidos por Carlos Rodríguez Almaguer, destacado investigador cubano. En ellas puede verse a un grupo de bailarines, la mayoría integrantes en diferentes momentos del Ballet Nacional de Cuba, mostrando su virtuosismo en las calles de la ciudad.

—Se suponía que el periodismo, carrera que estudiaste, sería el centro de tu vida. ¿Cómo surgió ese primer amor?

—Nací y crecí entre periodistas, fotógrafos y todo ese equipo que trabaja en función de la prensa. Mi papá, el periodista que más admiro, me llevaba a las redacciones, me sentaba junto a él en su mesa de trabajo, pero nunca influyó directamente en mi decisión. Al terminar la Lenin (IPVCE Vladimir Ilich Lenin), entrar a la carrera de Periodismo parecía más un reto personal que una vocación. En la Universidad conecté con las herramientas que ofrece la profesión, gracias a un grupo de excelentes profesores. Y sin apuros, cuando llegó el momento, la ejercí. El amor surgió como surgen los grandes amores: conociéndonos, entendiéndonos, aceptándonos y atreviéndonos.

—Has dicho que el periodismo fue el principal «culpable» de que llegaras a la fotografía… ¿o te convenciste de que, efectivamente, una imagen vale más que mil palabras?

—Son dos lenguajes diferentes. Aunque hay algo de razón en ese refrán; dicho a la ligera puede suponer un exceso de superficialidad, costoso para quien se proponga comunicar. El periodismo usa el incuestionable poder de la palabra; la fotografía, el impacto de la imagen.

«Conocer los códigos del periodismo, la responsabilidad que implica usar la palabra, las herramientas o el estudio de los públicos, me permitió mirar hacia la fotografía con una visión desprejuiciada y acercarme a ella con respeto, para descifrarla. Las ventajas del oficio periodístico no solo me llevaron a la fotografía: me acompañan, junto a la búsqueda constante y el ejercicio del pensamiento, para descubrir e interactuar con las realidades que habito».

—¿Por qué la fotografía de danza como destino? ¿Cómo descubriste el mundo del ballet?

—En mi primer año en la Universidad de La Habana, unos amigos me invitaron a la función de una muchacha entonces recién promovida a primera bailarina del BNC; según decían, era muy buena y daría de qué hablar. Acepté. Se trataba de Viengsay Valdés, con quien, hasta estas fechas, mantengo una bonita amistad fuera de los escenarios. A través de Vi comencé a conocer el ballet por dentro, la danza toda. Supe que no podría descifrar sin llegar de verdad a sus protagonistas. Fue como un hallazgo antropológico, inconsciente, espontáneo. A medida que me adentraba, iba apareciendo la seguridad: quería mezclar los lenguajes de la danza y la fotografía para contar historias y expresar mis inquietudes. Lo que narro en unas palabras transcurrió durante diez años: sin cámara y sin forma de obtenerla, sin embargo, era una de esas certezas que crecen al calor de la fantasía.

—Algunos piensan que es sencillo hacer fotografías de danza. ¿Qué no debe perder de vista quien elija esa vertiente?

—¿Cuán complicada podría ser la fotografía de danza al lado del quehacer increíble de los científicos creadores del Heberpro-P? Pero hay un espacio espiritual donde los humanos todos sienten como extraordinaria la creación de una simple foto. Ese espacio va en el alma. Para responderte, primero debo tener la certeza del lugar que ocupo en la sociedad, como obrero que trabaja para las almas. Tomar una foto de danza puede ser sencillo. Que estas consigan ser ese espejo donde alguien reconozca su sensibilidad, historias, sentimientos… resulta un poco más difícil. Para lograrlo se ha de comprender su lenguaje, y saber dialogar con sus protagonistas. Se precisa dominar la técnica fotográfica—al menos un poquito— y abandonar todo atisbo de egolatría.

—¿Qué te llevó a sacar a bailarinas y bailarines de su espacio natural: el escenario, los salones…?

—Dice un tema de Buena Fe que para algunos «la Patria se ha vuelto nostalgia de ocasión». Para otros, la Patria se nos hace cotidiana; te sobrevive una necesidad constante e inevitable de expresarla, de construirla, de participar. Cada quien halla su forma. El lenguaje de la danza, supe entonces, tiene el poder de sentar en la misma mesa a personas que de otra manera nunca lo harían; la danza trasciende culturas, religiones, ideologías. Entendí que a través de la danza podía captar la atención de unos y otros en torno a lo esencial: Cuba y quienes la habitamos, de cuerpo, y de alma. Quería contar la historia de lo que somos, en otro lenguaje.

—Cuatro libros y dos premios…

—Sacar a la luz cuatro libros ha sido una experiencia valiosa; siento que de alguna manera he contribuido a abrir un camino para que otros jóvenes fotógrafos cubanos puedan tener también sus publicaciones. Actualmente trabajo en un quinto, dedicado a la ciudad de Santa Clara por su aniversario 330. Me queda la deuda de seguir buscando soluciones para que —por sus precios— sean más accesibles a nuestra gente. 

«Sobre los premios, llegaron sin esperarlos. Primero en Colombia, en un certamen de fotografía de danza contemporánea; y un año después el Anna Pavlova Ballet International Contest, de Holanda. Con este, en particular, tengo una bonita relación: Grettel (Morejón), la bailarina de todos los días, señaló una foto y me dijo: es esta. La envié y ganó: Alicia Alonso, prima ballerina assoluta de Cuba, entonces con 94 años, en relevé, sonriendo, al frente de sus primeras figuras y cuerpo de baile».

—Primero fue La Habana, después otras ciudades de la Isla y el resto del mundo, sin embargo, donde quiera que uses la cámara y vengan de donde vengan los bailarines, se respira a Cuba…

—Cuba tiene una sensibilidad propia. Hay una Cuba esencial debajo de su propia piel. Creo en la búsqueda constante de esa sensibilidad. Eso que nos caracteriza, desde lo profundo, está en la forma en que estructuramos nuestro pensamiento, nuestra creatividad, en cómo nos proyectamos, en las maneras de entender e interactuar con las realidades diversas. Está también, sin dudas, en las fotos; pero solo si eres consciente de que la fotografía es un acto de pensamiento, un ejercicio más intelectual que técnico.

—Has expuesto en España, Estados Unidos, Holanda, Corea del Sur, Colombia, etc. ¿Cómo recibe el público tus obras? ¿Qué esperas de él?

—Las fotos son como espejos que reflejan el alma de quien las aprecia. La gente, viva donde viva, observa y decodifica según su experiencia. Es a través de la espiritualidad que cada cual conecta con ella y le pone las alas. No espero más del público: me hace feliz que al menos una de esas imágenes llegue ser ese espejo donde alguien consiga reflejar su espiritualidad, en cualquier parte del planeta.

—¿Qué se siente al ver tu propia obra en grandes vallas de las avenidas principales de la ciudad (una práctica que, lamentablemente, no era muy común)?

—Una mezcla de emociones bonitas: el placer de contribuir a una obra mayor; agradecimiento por permitirme acompañar la vida cotidiana de mis paisanos; la confirmación de aquella savia martiana de la gloria y el grano de maíz; la conciencia de cuánto más falta por hacer.

La expo de Gabriel Dávalos también se inspira en el medio milenio de la Villa de San Cristóbal de La Habana. En la imagen: Katherine Ochoa y Diego Tápanes.

Dávalos rodeado de cuatro Giselle cubanas: de izquierda a derecha, las primeras bailarinas Sadaise Arencibia, Anette Delgado, Viengsay Valdés y Grettel Morejón.

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