Cómprame un revólver responde al aquí y ahora de México y otros sitios de la región. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 06/12/2018 | 08:19 pm
Niños y jóvenes siguen protagonizando, como en ediciones anteriores, los relatos en los filmes que aspiran a los corales en esta 40ma. edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Miriam miente partió del trabajo a cuatro manos entre la dominicana Natalia Cabral (Santo Domingo) y el catalán Oriol Estrada, dúo que ya había realizado un par de documentales previos: Tú y yo (2014) y El sitio de los sitios (2016), exhibidos y premiados en festivales im-portantes. En el caso del segundo, visto en el nuestro el año pasado y comentado desde estas páginas, se reflexiona en torno a un problema que de algún modo también está presenta ahora: la desigualdad clasista, aunque lamentablemente sin resultados atendibles.
El tema de «los 15» —institución como sabemos muy arraigada en Cuba y otros países del Caribe, especialmente en República Dominicana, donde tiene lugar la acción del filme— ha sido abordado con anterioridad, digamos en los lejanos años 60 del siglo pasado por nuestro Julio García Espinosa desde su inolvidable Cuba baila, y a fines de los 90 por la norteamericana Elizabeth Schub en su corto Cuba 15.
Esta vez una quinceañera mulata conoce a un muchacho a través de internet y anuncia a sus allegados que él será su pareja en la fiesta. Todo el mundo se ilusiona, pensando que se trata de un joven de clase alta, pero cuando Miriam queda con él y descubre que es de piel negra, no se atreve a hablarle, le pone pretextos desde el chat y huye. El (des) encuentro revelará al final la doble cara del conflicto.
Pero más allá de la preparación angustiosa del evento por una madre obsesiva con el oropel y la «grandeza», Miriam miente pone el dedo en la llaga de problemas más profundos. Esa progenitora decidida sobre todo a impedir que su hija repita el «error» de su matrimonio con un negro pobre y lugareño discursa en torno al verdadero superobjetivo de la obra: el racismo de una sociedad excluyente, aureolada por valores falsos y vanos.
El mal gusto y la cursilería que encierra la fiesta (subrayados con deliciosa ironía por los realizadores) son el símbolo de la impostura que respira un mundo vacío, mimético, que aspira a parecerse cada vez más al American Way of Life (emblematizados en la coreógrafa y su casa de set hollywodense) obviando sentimientos auténticos.
Lástima que los directores no hayan sabido editar con suficiente prestancia, de modo que la película se muerde la cola con escenas innecesariamente largas y cacofónicas que le hacen perder fuerza, aunque afortunadamente logra de todos modos transmitir con lucidez su testimonio de alerta y denuncia.
Dos adolescentes masculinos protagonizan Mi mejor amigo, ópera prima escrita y dirigida por el argentino Martin Deus. Aunque una lectura superficial pudiera reducirla al despertar en la orientación erótica de uno de ellos, la película va mucho más allá: la confusión sentimental que implican los tanteos propios de esa etapa existencial en realidad abren una cuestión más honda: ¿Importa nombrar lo que sentimos? ¿Hay límites entre la admiración, la pena, el deslumbramiento? ¿No es más certero hablar de amor sin colocar etiquetas? Y está muy claro que todo eso trasciende la adolescencia para abarcar todas las esferas del humano transcurrir.
Así que, a pesar de ser un relato de aprendizaje, Mi mejor amigo aborda la relación siempre compleja con la familia, posibilidad de vínculos afectivos burlando diferencias sociales y humanas, impredecibilidad de los sentimientos… todo con buen gusto, obviando énfasis superfluos, pulsando y manteniendo un juego de sutilezas, una elegancia que la fotografía, la música y las actuaciones se encargan de redondear. Hermosa y motivadora historia esta, sin dudas.
Semejante asunto, pero más centrado en la transición de etapas dentro del universo femenino se aprecia en la colombiana Niña errante, de Rubén Mendoza: convocadas por la muerte del padre común, cuatro medio hermanas emprenden un viaje que, en el caso de la adolescente Ángela, representa la llegada al pórtico de la adultez.
Tanteos en las peculiaridades de la mujer y sus conflictos en varios momentos de la vida intenta esta road movie que, lamentablemente, extravía el rumbo del viaje en reiteraciones, escenas mal armadas y una sensación de picotillo que no le hace bien a la narración ni a la historia.
Precisamente desde los ojos de otra niña se aprecia y comenta el desgarrador mundo que proyecta Cómprame un revólver, coproducción entre México y Colombia dirigida por Julio Hernández Cordón; bandas rivales controlan y aterrorizan una aldea posapocalíptica, donde vive con su pequeña hija un hombre responsable del estadio para que lo usen integrantes de una de aquellas, quienes han generado sufrimientos y crímenes a otros infantes del lugar.
A la crueldad de los gánsteres se enfrenta la adolescente con audacia, ingenio y a la vez cierta ingenuidad que le sirve de arma poderosa (hasta ser cambiada por un arma verdadera) para enfrentar la violencia y hostilidad del contexto, aun desobedeciendo a su humillado padre.
La cinta exhibe un tono naturalista y capta a la perfección el clima distópico que en lo absoluto debe ubicarse en un futuro, sino que responde al aquí y ahora de México y otros sitios de la región, sin embargo, matizado por los pensamientos narrados in off de la pequeña protagonista y su accionar, quien nos deja ver una rápida y brutal «evolución» en el desenlace que se erige en tácita condena a ese mundo donde no tiene cabida siquiera la inocencia infantil.
La perspectiva de género es muy importante, pulsando la cuerda de la ambigüedad: tanto la niña que asume el rol principal, quien lleva una máscara que camufla su verdadera identidad, como el (la) líder de la banda, cuyo destino se une al suyo en el desenlace, indican que los sentimientos y procederes sobrepasan el sexo y las tendencias. Cómprame un revólver constituye una obra cuyo punto de vista y tratamiento la distinguen favorablemente de otras tantas de su tipo.
Ópera prima del argentino Martín Rodríguez Redondo, Marilyn se basa en hechos reales: los que llevaron a Marcos, un peón campesino de 17 años que descubre su homosexualidad en un ambiente hostil, encabezado por una madre seca y un hermano distante y machista; la asfixia y la imposibilidad de escapar del laberinto conducen a un desenlace trágico, que mantiene al personaje auténtico, condenado a cadena perpetua. (Por cierto, pudo ver el filme en la cárcel, según declaraciones del director).
Hábil atrapando la mezquindad y adversidad del medio (rural, municipal, espeso, que diría Rubén Darío), conduciendo con buena mano a los actores —sobre todo a la chilena Catalina Sendero (La nana)—, el joven director no ha resuelto de la mejor manera su narrativa; abusa de los silencios, los planos largos, que aunque deliberados para lograr la concentración del sujeto y los personajes, le juegan a veces una mala pasada respecto a la comunicación, a pesar de lo cual se trata de un testimonio audaz y aleccionador.
Otros muchos títulos insisten en temas sobre las primeras etapas de la vida, pero… apenas comenzamos.
Mi mejor amigo, ópera prima escrita y dirigida por el argentino Martin Deus.
Miriam miente pone el dedo en la llaga en el racismo de una sociedad excluyente, aureolada por valores falsos y vanos.