«Una vez me preguntaron a quién me gustaría parecerme y le respondí: ¡Al Guayabero!, si mis dibujos tuvieran esa cubanía, yo sería feliz». Así me dijo, con toda sinceridad, nuestro amigo el caricaturista Manuel Hernández, en reciente conversación en el patio de su casa.
La mañana se despertó lluviosa a causa del paso del huracán Michael por el extremo occidental. Salimos casi huyendo en sentido contrario. Parte del equipo de dirección de JR, un fotógrafo, Adán y yo, dábamos curso a una de las primeras actividades pertenecientes al amplio plan por el aniversario 50 de la fundación del dedeté: visitar a Manuel, en Matanzas.
Lo encontramos en su actual «cuartel general», en el Taller de Lolo. Un sui géneris espacio situado en las márgenes del río San Juan, junto a otros talleres y locales dedicados a las artes plásticas, en un vistoso paseo recién construido, obra realizada como parte de los festejos por el aniversario 325 de la fundación de la Atenas de Cuba.
Compartimos un rato con Manuel y el resto de los artistas y visitantes. Luego desandamos las calles matanceras llenas de constructores y proyectos (ya saben por qué) hasta la casa del pequeño gigante, como muchos lo tildan por su estatura física y su grandeza profesional. Un sabroso café nos ofertó su hijo Waldo y luego, con mucha «diplomacia», literalmente mandé a todos a paseo y quedamos Adán (eficiente asistente de dirección) y yo, solos con Manuel, y comenzamos a grabar la entrevista, o sea, el plato fuerte del viaje.
Esta es para la serie de humor gráfico Espejo de tinta, que estamos realizando gracias al apoyo de la productora Cinesoft, y su director, el también humorista (aunque pocos lo saben), el Doctor Iván Barreto. ¡Otra de las iniciativas por los 50 del dedeté!
No diré que fue genial el intercambio con Manuel porque «se cae de la mata», no podría ser de otra manera. A modo de avance promocional solo comentaré algunas de las consideraciones ofrecidas por este auténtico artista de la plástica, que se puede contar entre nuestros fundadores, hace ya medio siglo.
«Todo es amor, si no sientes amor por lo que vas a hacer, no lo hagas», señaló cuando hablaba de la manera en que asumía el acto de creación. Sobre los años iniciales cuando la juventud permeaba a todos: Carlucho, Ajubel, Torres, Tomy…, recordaba: «Era como un equipo de pelota, a veces bateaba uno, a veces otro, el trabajo se realizaba en colectivo (…) Había deseos, sentíamos felicidad por lo que hacíamos, creíamos que era lo que realmente necesitaba la Revolución, el socialismo».
Durante muchos años se dedicó a la caricatura y al igual que otros dibujantes cubanos, en los años 90 incursionó en otros soportes como la pintura y la cerámica. «La pintura no es tan traumática como dibujar para los medios. Pintar es la felicidad, pero uno no está siempre feliz, y hay que hacer la caricatura que es lo que te toca: hacer la caricatura es el trabajo, pintar, concebir la cerámica es caminar por el campo, es como un hobby».
Cuenta Manuel que llevó a la cerámica y a la pintura a los guajiros que siempre había dibujado: posesivos, enamorados, poéticos… y un día un colega portugués le dijo: «Tus guajiros lo mejor que tienen es la Revolución». «¿Por qué, si no son milicianos, ni andan armados?» —preguntó el artista matancero. «Son así gracias a la Revolución, por eso sonríen, por eso transmiten felicidad… en otros lugares los guajiros no son así», le dijo su amigo foráneo. «Pero para ser sincero, confiesa Manuel, mis guajiros son de una época intermedia entre el triunfo revolucionario y la wifi. Mis guajiros no tienen celular, ni tatuajes».
Durante muchos años fue diputado a la Asamblea Nacional y ha ocupado cargos directivos, sin embargo, considera: «la gente no me ve como un funcionario, como un dirigente… me ve de manera normal, y es porque yo siempre he pensado que todas las personas son importantes, cualquiera que sea tu lugar en la sociedad. Toda profesión es creativa. No creo que nadie valga más. A la sociedad, a la gente, debemos todo lo que somos. Soy el mismo guajiro que vino del cañaveral y si tengo que volver a él, lo hago con toda tranquilidad».