El estadounidense Ambrose Bierce se caracterizó como escritor por un humor ácido, es decir, corrosivo. Si queremos suavizar el calificativo, pongamos satírico. Esto es, poseía la capacidad de burlarse de esto y de lo otro. Las fichas biográficas señalan que prefería temas violentos. Extraño no resulta, por tanto, que muriera fusilado en México en 1914. Se había sumado a las fuerzas de Pancho Villa. Antes había combatido en la Guerra Civil en Estados Unidos. Había nacido en 1842.
Podríamos añadirle el calificativo de raro. Raro, en el sentido con que Rubén Darío usa ese término definitorio. O sea, fue un escritor raro, que equivale a decir, único, sin pares, ni gemelos. Fue siempre él mismo. En singular. O más bien, su literatura es él y su experiencia aventurera vuelta caligrafía trágica.
En 2017 la Editorial Arte y Literatura publicó de Ambrose Bierce uno de sus títulos más reconocidos: Diccionario del diablo. Por supuesto, no es que el diablo tenga un diccionario especial. Simplemente, Bierce escribe su diccionario usando todo su almacén cotidiano de palabras y de juicios satíricos. Cómo decir, este libro es un diccionario diabólico, porque su autor, Ambrose Bierce, es la pata del diablo. Y por lo tanto en cada entrada, dispuestas en un orden alfabético normal, uno encuentra al autor satírico, humorista, crítico que en vez de beber, digamos, güisqui, ha bebido salfumán… Y de esa botella nos da varias copas en Diccionario del diablo.
Vamos, pues, a poner algunos ejemplos. Digamos, audacia. Y Bierce dice en una de las entradas de su diccionario malévolo, que audacia es una de las cualidades más evidentes del hombre que no corre peligro… En otra página señala la autoestima como una evaluación errónea. Al boticario lo define así: cómplice del médico, benefactor del sepulturero y proveedor de los gusanos del cementerio.
Hojeando al azar, aparece esta entrada: Rey. Para Bierce rey es el personaje masculino al que suele llamarse en Estados Unidos «Una cabeza coronada», aunque nunca usa corona y, por lo general, no tiene cabeza digna de ese nombre.
Diccionario del diablo, en fin: Humor tan sutil, que nos chamusca con las llamas risibles donde el «lexicógrafo» purificó su pluma.