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Teatro en clave de mujer

Las féminas inundan la escena, escribiendo, dirigiendo, ocupando la casi totalidad de los elencos y lo cierto es que se hacen sentir en la temporada teatral

Autor:

Frank Padrón

Las féminas inundan la escena. Escribiendo, dirigiendo, ocupando la (casi) totalidad de los elencos, lo cierto es que se hacen sentir en la temporada teatral. Examinemos puntualmente varios de esos estrenos.

Virgilio en unas maletas

Siempre se olvida algo no figura precisamente entre lo mejor de Virgilio Piñera (1912-1979). La obra, publicada en 1969 y representada por primera vez en 1984 —bajo la dirección de Nicolás Dorr— fue concebida como un divertimento dentro de la línea «absurda» elegida por el gran dramaturgo para conformar, desde diversos tonos, su obra incluso más allá del teatro.

Mujeres de clase media con sus respectivas criadas se enfrentan sosteniendo o tratando de rebatir el aserto que da título a la obra, y en la que maletas viajeras, objetos de todo tipo y las más disparatadas situaciones apuntan a la cosificación, el sinsentido existencial y la falta de horizontes que aun referidos al humano proceder en general, apuntan a círculos de clase bien determinados. Solo que demasiadas reiteraciones las cuales, sí, son utilizadas ex profeso por el autor para redondear sus propósitos, llegan a resentir un tanto la diégesis.

En la versión reciente de Teatro El Misterio, su directora Delia Coto ha conseguido sortear con bastante fortuna tales escollos, mediante una puesta limpia, que aprovecha racionalmente el espacio; se apoya en elementos (luces, banda sonora, vestuario…) destinados a una ambientación satisfactoria, permitiendo que el mundo alienado y patético en que se mueven esas mujeres llegue a un espectador sin lugar a dudas agradecido.

En ello llevan buena parte de responsabilidad las actuaciones, entre las que sobresale la Señora Camacho de Ileana Chávez, matizada y divertida; las domésticas de Doreen Granados (con posibilidades de lucimiento que la actriz explota a la perfección) y Ana María Román cumplen sus cometidos notablemente; Lis Álvarez, sin embargo, debe limpiar un tanto su Lina de esa proyección artificial y forzada; es cierto que el personaje lo lleva, pero sobran los énfasis.

Buen debut para esta nueva compañía, a la que habrá que seguir los pasos.

Mujeres de clase media con sus respectivas criadas protagonizan Siempre se olvida algo.

Agridulce Habana

La joven autora Laura Liz escribió, como parte de un taller internacional del londinense Royal Cour Theatre en nuestro país, la pieza Desagüe, que ha llevado a escena la actriz Yailín Coppola con su grupo Argos Teatro.

Acierta la novel dramaturga en el diseño de unos personajes carentes, llenos de necesidades materiales y afectivas, transidos de contradicciones y estancados en situaciones dilemáticas, todo recortado contra una capital que no muestra precisamente su rostro más amable y del que parten justo algunos de esos problemas: vivienda, madres solteras, ancianos, parejas disfuncionales…

Solo que aquí y allá se tropieza uno con frases que salen del habla cotidiana, como si se buscara a priori una poesía espontánea en esta, pero que suena forzada; mi mayor reserva, no obstante, se localiza en el desenlace, exponente de un optimismo que también se percibe como violencia dramatúrgica, pues choca con el tono que acertadamente desarrollaba hasta entonces la obra.

A pesar de todo, el relato es sugerente, toca asuntos neurálgicos de nuestra realidad y eso ha sabido aprovecharlo Coppola mediante una puesta ágil, sobresaliente por la funcionalidad con que se resuelven los movimientos, los varios puntos espaciales con pertinentes y elementales recursos, algo para agradecer al escenógrafo Omar Batista.

También las luces (Jesús Darío Acosta) contribuyen notablemente a los cambios cronotópicos que contempla la historia y acentúan su atmósfera generalmente tensa.

El sólido equipo actoral de Argos Teatro se luce una vez más. Mariana Valdés (a la que solo recomendaría contener un poco la emoción en determinados momentos clímax), Alberto Corona, José Luis Hidalgo, la misma Yailín y Maridelmis Marín dotan a sus personajes de la fuerza y la riqueza con que han sido concebidos.

De principio a fin se disfruta Richard III, la puesta dirigida por Martínez-Gamboa. Foto: Buby

Shakespeare femenino

Precisamente Maridelmis es una de las actrices que encarna al perverso Richard III, en el drama histórico del mismo nombre firmado por el Cisne de Avon, ese autor que sigue estando entre los más representados del mundo, reinando aun entre sus colegas contemporáneos de mayor pegada.

Y si algunos se preguntan cómo es eso de una actriz asumiendo un personaje masculino, entonces se sorprenderán al saber que no solo ella, sino todo el amplio elenco de la pieza shakesperiana está integrado ciento por ciento por mujeres.

Guiño irónico de su director, Jazz Martínez-Gamboa (El oeste solitario) con el grupo Aire Frío, quien responde de este simpático modo a la convención del teatro isabelino en tiempos del dramaturgo inglés, cuando por el contrario, personajes femeninos eran representados por hombres: puro machismo epocal.

Lo más importante, sin embargo, es la manera diáfana y eficaz en que nos llega ahora la conocida tragedia de intrigas cortesanas y crímenes al por mayor con los que el deforme y diabólico aristócrata arrebató el trono a sus legítimos aspirantes; aunque se dice que Shakespeare exageró tanto en lo moral como en lo físico del personaje histórico, lo significativo es la condena que hace el bardo a la ambición desmedida, la envidia, la hipocresía que su personal soberano, muerto en combate y ofreciendo su reino por un caballo, despliega junto a víctimas y cómplices en la que es sin dudas una de sus piezas más intensas y viscerales, no por gusto llevada varias veces al cine y mucho más a su medio natural, las tablas.

Martínez-Gamboa y sus colaboradores nos entregan una versión que pese a sus dos horas de duración (y las deficiencias climáticas de la sala Tito Junco, pero ideal como se sabe para montajes complejos) se disfruta de principio a fin gracias a la economía de recursos, las soluciones minimalistas con que, sin embargo, se erigen diversos ambientes que van de la torre siniestra y el palacio al campo de batalla, con certeza y sutileza de movimientos, a veces desde un sentido coreográfico muy deudor de la danza y un diseño de luces (Paula Fernández) que condiciona perfectamente la sordidez del drama.

Entre los reparos pienso que sobra la alusión contemporánea del inicio, con la música explosiva muy de ahora (sabemos que este tipo de «actualizaciones» sobra con Shakespeare), que algunos trajes lucen demasiado anchos para ciertas actrices y que algunas de ellas, digámoslo ya, no contribuyen a formar un conjunto homogéneo en cuanto a resultados histriónicos.

Si alguien es difícil de interpretar, si un autor constituye un inmenso reto para cualquier actor, es el mítico escritor de Hamlet, Macbeth y… Richard III, entre tantos memorables títulos, y en el elenco, sobre todo en algunas de las actrices más jóvenes, se aprecian problemas de dicción, proyección, etc.

Eso no significa que no haya recordables desempeños, Maridelmis asume su terrible usurpador con la elegancia y conocimiento de causa que la caracteriza, algo que no falta a su colega Yanelis Mora, aunque debe matizar su entonación, a veces cercana al recitativo.

Actuaciones notables (no pude verlas todas) son también las de Lili Santiesteban (indistintamente, el rey y la reina), Rebeca Aragón, Lily Bergues, Claudia Tomás y Anabel Arencibia.

Hay otras obras con la mujer como centro de gravedad, pero quedarán para una próxima ocasión.

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