Con su obra Huerto de Getsemaní, Maykel Herrera rinde homenaje a Ernesto Che Guevara. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 09/04/2018 | 08:32 pm
Confiesa el artista que el universo de la creación lo apasiona, lo involucra, lo estimula con una avidez descomunal y lo lleva a dedicarle más horas de las que cualquiera pudiera imaginar. Reconoce que disfruta con una fuerza extraordinaria el intercambio con el público, pero que la consagración al trabajo, siempre desde bases propositivas y edificantes, es su mejor manera de abrirse al diálogo, partiendo de una postura profesional comprometida con el desarrollo y el bienestar de su propia sociedad.
Desde hace varios años Maykel Herrera Pacheco es ya una figura de renombre en el panorama de las artes plásticas cubanas e internacionales. Sus obras se han expuesto en importantes galerías del mundo mediante muestras personales y proyectos colectivos, y han llegado a contar con el elogio y la fascinación de miles de personas.
A través de su quehacer artístico, desde que comenzara a dar los primeros pasos en el giro de la pintura, allá en su natal tierra camagüeyana, Maykel ha suscrito y fundado un nexo armónico y muy interesante con las nuevas generaciones, que no solo estriba en que los niños estén plasmados con una constancia admirable en sus cuadros, sino que descansa también en las disímiles lecturas que gravitan en torno a su obra, y que son portadoras de una conexión especial con los jóvenes.
Quizá sea esta entonces una, entre muchas otras razones, por la que el artista y el Centro de Estudios sobre Juventud (CESJ) se han vinculado para contribuir, desde el intercambio y la posibilidad de servirse recíprocamente, al estudio y la formación de aquellos que, al decir de Herrera Pacheco, «tienen completamente en sus manos el mañana».
No fue casual que en uno de los paneles especiales del recientemente celebrado 3er. Congreso Internacional de Investigadores sobre Juventud, dedicado al pensamiento del Che, estuviera presente el artista, autor de la sugerente pieza Huerto de Getsemaní, que homenajea al Guerrillero Heroico, a quien debemos honrar especialmente este 2018, en el año del aniversario 90 de su nacimiento. Con tales motivaciones, Juventud Rebelde conversó con el reconocido pintor.
—La escuela cubana y el ideario guevariano, una relación que encarna un fecundo simbolismo. ¿Cómo entender desde el arte ese enlace, asociado con los referentes que necesita el ser humano hoy para encauzar sus proyectos?
—Del pensamiento y la obra del Che pudiéramos estar hablando muchas horas sin parar, y está claro que a lo mejor repetiremos lo que otros han dicho sobre él. En lo personal creo que no se trata de repetirnos. Lo importante es concientizar que el pensamiento de Guevara es un manual de conducta para el andar diario de los hombres buenos del mundo.
«Desde mi humilde posición de artista siempre he tenido muy claro cómo aportar con mi obra al proyecto social que de conjunto construimos. Hay algo que va por encima de los hombres y de los creadores, y es la voluntad consciente de hacer el bien, por encima de todas las tormentas.
«Si bien una pintura no le salva la vida a un pueblo, sí puede remover la conciencia de los hombres, instar al sacrificio, como lo hicieron otros, y llegar a ser entonces acto de redención y vida para muchos pueblos. Ahí está el lazo más fuerte que tiene mi obra y mi conducta con el pensamiento del Che.
«Con lo que he hecho siempre he tratado de tributar al mejoramiento del actuar de la gente. Me moviliza el compromiso invariable que tengo con la humanidad, con el hombre, con nuestra especie, amenazada por tantas fuerzas adversas.
«El Che era un hombre que se cuestionaba todo el tiempo su actitud y siempre buscaba la manera de ser mejor y de aportarle cada vez más a su tiempo y lo hacía de una forma sincera. En eso radica lo más impresionante de él. Su luz nos guía a todos, pero más al que se deja iluminar el corazón. Eso es lo que tenemos que avivar cada vez más hoy en nuestros niños, adolescentes y jóvenes.
«Hacia el Centro de Estudios sobre Juventud, una institución encargada de auscultar un segmento poblacional estratégico para la salvaguarda de la Revolución, me mueve una familiaridad, pues desarrolla una labor de indagación constante, que siempre brinda coordenadas muy valiosas para el quehacer de un artista como yo, tan vinculado en sus proyectos con las nuevas generaciones. Estoy convencido de que solo en las manos de los jóvenes está lo que sucederá mañana».
—Los niños, ¿por qué los niños como un móvil especial en la narrativa y la estética de Maykel Herrera? ¿Cómo llega esta inquietud?
—Pienso que ese es el resultado de muchos factores que se han combinado en mi vida, de muchas pasiones, de muchos sueños. Desde muy pequeño sentí la necesidad de comunicar ideas y de crear imágenes para ofrecérselas a los demás. De adolecente siempre fui un individuo con inquietudes muy variadas e intensas al mismo tiempo. Tuve de niño afición por la música, el dibujo y también por la lucha libre, aunque parezca una contradicción. Me sentía muy satisfecho cuando podía llevar las tres cosas.
«De pequeño vi a mi padre dibujar en casa. En sus tiempos libres él hacía caricaturas para entretenernos. Eso, poco a poco, hizo que yo me inclinara por estas cosas, y fui aprendiendo algunos trucos para hacer muñequitos de la televisión. Cuando los hacía en la escuela aquello era un acontecimiento.
«Todo fue calando y formándome el interés por la pintura, hasta que comencé a estudiar la carrera en la Escuela Profesional de Artes Plásticas de Camagüey. Pienso que el niño que fui nunca ha dejado de estar en mí, y ahora cobra vida en nuevos infantes, en cada trazo con que busco plasmarlos».
—Muchas veces detrás de la candidez, la jocosidad o la ingenuidad del rostro de un infante, usted maneja conceptos profundos, tramas complejas y críticas de la vida social que resultan lecciones y alertas sobre determinados estados de cosas...
—Sí, los niños, por sí solos, están siempre cargados de significación, representan fundamentos de partida, constituyen la expresión primera. Pero si uno los pone en contexto, y los dimensiona teniendo en cuenta todo lo que los rodea e interactúa con ellos, ya que no somos entes aislados ni abstractos, el campo de los sentidos se amplifica y comienzan a cobrar entonces valor nuevas sugerencias, que son las que hacen del arte una forma de comunicación eficaz, una manera singularísima que nace con la lectura y la interpretación que hacemos del mundo, y que devolvemos desde diferentes perspectivas y visiones.
«Las problemáticas sociales y los asuntos más acuciantes del ser humano, sus contradicciones y desvelos, sus enigmas y torceduras, sus encrucijadas y desafíos, han despertado siempre en mí una inquietud, una provocación a repensarme constantemente conceptos y proponer ideas a través de lo que creo, que es el modo que tengo para servir a la sociedad y al tiempo en que vivo.
«Me acompaña también en todo lo que hago el deseo de conducir al espectador por un sinnúmero de sensaciones. Al trabajar la imagen de los niños, y combinarla con el complejo espacio en que estos habitan, intento romper las fronteras de lo inasible para entrar, en mayor o menor medida, de un modo u otro, en la conciencia de diferentes tipos de público, para animar entonces el análisis, la reflexión, que es, concretamente, la esencia de su obra.
«Los recursos para llegar a todo ello son la ironía, la sátira, la burla, el chiste y la metáfora, con los que se puede promover la meditación y el diálogo. Me apoyo mucho en el color, en una iluminación con visos impresionistas, y el tratamiento de las texturas para para fortalecer determinadas intenciones.
«Lo más importante de mi obra radica en erigirse como un trabajo vinculado con diversos fenómenos sociales. Desde el punto de vista formal he tratado de defender siempre una visualidad poderosa, que me permita pasearme por diferentes géneros pictóricos.
«Me siento feliz y de algún modo conforme con lo que he logrado hasta el día de hoy, sobre todo porque nunca he olvidado de dónde vengo, algo que me ha ayudado a saber hacia dónde voy».