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País de los viernes

País de los viernes, publicado por la colección SUR, de la Uneac, resulta un título sugerente. Pero no siempre lo que subyace en un título es de fácil decodificación, e interpretarlo compone un saludable desafío

Autor:

Luis Sexto

No lo puedo suponer con certeza. Ni creo que sea necesario saberlo. País de los viernes, publicado por la colección SUR, de la Uneac, resulta un título sugerente, y basta desde el punto de vista creativo. Pero no siempre lo que subyace en un título es de fácil decodificación, e interpretarlo compone un saludable desafío para el lector.

En este libro, los viernes pudieron haber sido, en cierta época, el día cuando el poeta Alpidio Alonso-Grau (Venegas, Las Villas, 1963) regresaba en el tren hacia su casa después de una semana de trabajo en una ciudad lejana.

¿Podría ser? Sí, podría ser que el viernes recurrieran al paso del tren figuras e ideas para hilvanar estos poemas que se distinguen, sobre todo, por su delicadeza. Estos poemas de Alpidio Alonso-Grau son finos en el lirismo, la vida interior que los distingue, y en la asociación de imágenes y palabras que, al ponerse bajo el suave yugo de la sensibilidad del poeta, recorren acompasadamente, sin ruidos, las paralelas de la nostalgia.

En suma, versos libres se combinan con sonetos en País de los viernes, colmados de sugerencias que se transparentan en callada, entrañable floración de  ternura… un viernes, o tal vez cualquier día de la semana.

Oigamos, para confirmarlo, algunos versos de este poema titulado Cisne salvaje: «Aunque tú no lo sepas, / eres ya mía, muchacha ensimismada/ en la ventanilla de este tren/ en que viajamos juntos. / Yo te miro en la fila opuesta, / distraída en lo hondo del paisaje, / y es como si de toda la vida te conociera». Dice también: «Tú no lo sabes,/ pero para mí la felicidad/ se parece a este momento/ en que te contemplo/ ausente de todo…».

La soledad podrá estar despojada de toda música, pero la música permanece en versos que avanzan por los pasillos de un tren que remeda el alma del poeta. Confiesa el poema titulado Curva, umbral: «Tu vientre es una playa serena y blanca/ donde respiran soles/ y mi oculto animal deja su huella. / Desnudo en ese arenal no tengo frío./ Lento recorro esa curva profunda…».

Sí; avanzan estos poemas como descalzos, o en puntillas, como si el poeta quisiera acercarse para despertar suavemente a sus recuerdos.

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