Daniel de Oliveira consigue una labor superlativa en la piel de ese maestro, que de risueño y amable se torna angustiado, hosco y lleno de miedo Autor: Juventud Rebelde Publicado: 12/12/2017 | 10:24 pm
Rubens, carismático profesor de natación, es acusado de pedofilia cuando Alex, uno de sus alumnos, revela a la madre cierto episodio a partir de lo cual esta desata una campaña (que manipula a su favor) desde las redes sociales, que llega incluso a la policía y al cierre temporal de la piscina donde tienen lugar las clases.
Es la sinopsis del filme brasileño Aos teus olhos (A tus ojos), pero que en inglés tiene un título más elocuente: Liquid Truth (Verdad líquida).
El tema, casi siempre asociado a la enseñanza y/o al catolicismo, ha sido bastante recurrente en el cine desde antes incluso de que el francés Jacques Brel protagonizara Atentado al pudor (1967, André Cayatte), en el que un grupo de señoritas, discípulas suyas, lo acusaban injustamente de tocamientos. Recientemente otro maestro, incorporado por el noruego Mads Mikkelsen, corría semejante suerte dentro del kindergarten y la comunidad donde vive y trabaja en La caza (2012, Thomas Vinterberg), mientras que Meryl Streep daba vida a la recta directora de un colegio religioso empeñada en expulsar a uno de sus sacerdotes maestros (Philip Seymour Hoffman) de quien está casi segura poseía esa tendencia, en La duda (2008, John Patrick Shanley). Dentro de la región tenemos dos excelentes títulos de Chile que compitieron en el pasado Festival: El club (Pablo Larrain) y El bosque de Karadima (Matías Lira), este último basado en hechos reales.
Sin embargo, en la cinta brasileña que dirige Carolina Jabor (Boa Sorte) no importa demasiado de qué lado está la verdad, sino precisamente lo frágil e inatrapable (aunque en apariencia sea transparente) que resulta aquella, justo como el agua a que alude el título.
El relato juega todo el tiempo con la ambigüedad, con las posibilidades de que esa «verdad» antagónica que sostienen el niño y el profesor pueda indistintamente adaptarse a la realidad, de modo que el inteligente guion trabaja constantemente con sutileza y oblicuidad, tal como son siempre las respuestas a las preguntas que formulan al protagonista la directora de la piscina, el padre del niño, la misma policía.
Si fue un invento del pequeño Alex, frustrado por no haber obtenido el máximo premio en la competencia, o si tras el consuelo inocente que confiesa haber tributado a aquel, el maestro Rubens oculta tales inclinaciones, nunca lo sabremos, pues el filme se encarga de darnos suficientes claves para que ambas posibilidades fueran posibles, pero a Jabor le interesan más las reacciones de los otros, los involucrados «desde fuera» que de los personajes principales, y así discursar en torno a la parcialidad, los preconceptos, la irresponsabilidad, la irracionalidad, las fatales prisas, dentro de posturas diversas acerca de un mismo hecho que es enfocado y asumido desde tan diferentes perspectivas. De modo que no hay un punto de vista omnisciente sino lateral, desde cada uno de esos caracteres, por tanto no tan «secundarios», lo cual implica, a su vez, una múltiple voz narrativa.
Entre los méritos del guion escrito por Lucas Paraizo (quien partió de El principio de Arquímedes, pieza teatral del catalán Josep María Miró) es la sapiencia en la construcción de los personajes; todos dudan, mientras actúan según sus personalidades e intereses, y en el caso de las propias actitudes de Rubens y Alex que mueven el motivo central, lo mismo puede haber constituido un hecho circunstancial, impulsivo, que responder a un comportamiento establecido, solo no revelado hasta el momento de los sucesos.
La puesta en pantalla no es menos deslumbrante con las imágenes del agua en la piscina agitándose constantemente, vacía o llena de niños. Siempre es acentuada por una fotografía que destaca su carácter metonímico, simbólico de todo lo que ondula fuera de ella.
El sonido, incluyendo una música que no olvidó lo mucho que de thriller posee el filme, contribuye admirablemente a la atmósfera angustiosa y opresiva que, in crescendo, va desarrollando el relato hasta el último plano, en el cual a propósito no hay soluciones ni desenlaces: un final abierto reafirma la polisemia, la dualidad y aludida ambigüedad que con tan fino pulso trabaja Aos teus olhos desde sus minutos iniciales.
Las actuaciones no se quedan detrás: Daniel de Oliveira consigue una labor superlativa en la piel de ese maestro que de risueño y amable se torna angustiado, hosco y lleno de miedo (como en algún momento confiesa); víctima, sea culpable o no, del odio, el prejuicio y la manipulación; la cámara le ayuda sobre todo con expresivos primeros planos que transmiten su paso por el infierno. El resto del elenco lo secunda con semejante rigor.
Filme elegante y profundo, Aos teus olhos nos recuerda «la verdad de las mentiras» (o viceversa) de que habló Carlos Varela en su canción.