Arnaldo Rodríguez. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 07:03 pm
A 13 kilómetros de la ciudad de Ciego de Ávila se localiza un pueblito nombrado Ceballos, que hasta no hace mucho era conocido en Cuba entera por haber sido primero un emporio del cítrico y, después, por convertirse en la tierra donde nació Arnaldo Rodríguez. «Ahora el puré de tomate y las papas prefritas se han robado el show», dice entre sonrisas el director del Talismán, pero de todos modos, aunque lo niegue, continúa siendo el rey de la popularidad, el hijo de una baracoense descendiente de los portadores del nengón y el kiribá en el oriente, y de un habanero, que llegaron a aquel lugar del centro de la Isla como parte de la Columna Juvenil del Centenario, y allí se enamoraron y comenzaron a fundar.
«Siempre quise ser artista. Esa inquietud la tenía desde chamaquito. En tercer, cuarto grado, formé parte de un circo pioneril, en los tiempos en que eso era una furia (en Ciego, en el municipio de Baraguá, había uno muy famoso llamado La Edad de Oro); bailé en carrozas infantiles... pero a partir de quinto la música se apoderó de mí, y los Van Van tuvieron mucha “culpa” en eso.
«Recuerdo especialmente El buey cansao... Tendría unos diez años, y aquel bajo me marcó: pumpimpumpumpum pumpim pumpimpumpumpum y todo lo que se armaba con la gente. Yo le preguntaba a mi mamá cómo alguien podía hacer una canción así, que creara tanta locura. Imagínate que hasta compusimos una canción que titulamos La vaquita cansá (sonríe). Luego aparecieron los Ismaelillo, y la serie La semilla escondida acabó de ponerle la tapa.
«Sin dudas, todo eso causó un impacto enorme no solo en mí sino también en mis contemporáneos en Ceballos, donde no existe Casa de Cultura. De hecho, ahora mismo estamos intentando insuflarle vida con algún proyecto.
«Cierto que Fidel fundó en el 2001 una escuela de instructores de arte a seis kilómetros del pueblo, pero culturalmente ocurre muy poco, a pesar de que allí se ha alcanzado un desarrollo económico evidente. Puedes suponer entonces la situación cuando éramos muchachos...», cuenta a JR Arnaldo, quien vio los cielos abiertos cuando se fue a estudiar a la famosa escuela de instructores de arte El Yarey.
Por dos años permaneció Rodríguez en el plantel enclavado en la frontera entre Baire y Jiguaní, donde el Comandante Juan Almeida Bosque situó su Comandancia. Por cosas de la vida (era un loco del cará, dice), vino a dar a la Escuela Nacional, en Siboney. «Ya yo era feliz desde que llegué a la Loma del Yarey, pero cuando me enfrenté a La Habana el impacto fue tremendo, como si hubiera caído en el cosmos.
«Aquí encontré profesores impresionantes, como Carlos del Puerto, el gran maestro del bajo, fundador de Irakere, una estrella: autor, junto a Silvio Vergara, que en paz descanse, de un influyente método didáctico llamado El verdadero bajo cubano, que se utiliza como guía de referencia por instituciones tan prestigiosas como el Berklee College of Music. Y Carlos me convenció de que siguiera en la ENA.
—Siendo estudiante de la ENA es que comienzas a tocar con Frank Delgado...
—¿Te imaginas? Frank Delgado ya se abría paso: Coppelia andaba de boca en boca, Mezcla había popularizado Río Quibú... Acepté gustoso integrar su grupo Cuerpo de guardia, no te puedo explicar mi satisfacción cuando me vi tocando el bajo con ellos con 17 años... En diciembre del año 1992, Frank hizo un concierto en el Acapulco, fecha que tomo para marcar el inicio de mi carrera profesional, en un teatro lleno de gente que aplaudía emocionada a un tipo que cantaba unas canciones espectaculares.
«Por los años 93, 94, un amigo guitarrista me convidó a la Casa de la FEU para que conociera a otros trovadores. Se trataba de Kelvis Ochoa con su banda Cuatro Gatos, Boris Larramendi con Debajo, Alcides Toirac, Vanito Caballero Brown, Alejandro Gutiérrez… el piquete que creó Habana Abierta... El caso es que entré como bajista en los Cuatro Gatos, responsabilidad que también simultaneaba con Boris. De ese modo me mantuve hasta el 95 en que decidí darle un giro a mi carrera hacia la música popular.
«Fue cuando me enrolé en La constelación, que dirigía el pianista David Alfaro, una agrupación con la cual aprendí mucho de orquestaciones, de arreglos, sobre todo a partir de que asumiera la dirección musical. En el 98 me uní a Enrique Álvarez y la Charanga Latina, con la que realicé mis primeras giras internacionales».
—¿Y cuándo es que te involucras con Azúcar Band?
—Mi esposa, también músico, era bajista de ese grupo de muchachas, fundado en el 94, que, sin embargo, necesitaba un arreglista. Por ello, en el 99 empecé, embullado por su directora, Berta Elena, quien hoy es mi pianista, a escribirles canciones y hacerles algunos arreglos. Ciertamente viajaban el mundo entero, pero carecían de una identidad musical. Entré con la idea de grabar discos, de crear un estilo musical, y gané en verdad mucho protagonismo dentro de la agrupación, al punto de que me convertí en su director, sin haber fundado el proyecto.
«En el 2000 la Egrem nos ofreció la oportunidad de hacer un primer disco, Romance de chiquillos, donde estaban temas que sonaron mucho como La cinturita, El reloj, Dentro de ti, El Basilio..., De pronto, empezaba a escuchar mi música en la radio, mis primeros éxitos; tocar en un concierto en el que la gente cantara las canciones me daba una emoción increíble.
«Luego vendría un segundo disco, Lápiz de labio, que también incluyo dentro de mi carrera, pues fui su productor, compositor de los temas y orquestador. Aquí ya probé interpretar una canción, Desnuda, que rompió con lo que Azúcar proponía, y comenzaron las diferencias. Realmente yo estaba cambiando su destino al poner el proyecto más en función de lo que yo quería hacer, y no nos entendimos. Hubo una ruptura violenta. Nos fuimos la directora, mi esposa y yo, y en el 2002 nació Talismán».
—Pero muy pronto empezaste a grabar con tu grupo...
—Fue una suerte tremenda porque Lápiz de labio no llevaba ni tres meses en escena, esa es la verdad. Primero grabé dos canciones para mostrarle a la Egrem: El mulato acelerao y Tú me dijiste que sí. El púbico respondió favorablemente de inmediato. El mulato acelerao, que enseguida tuvo su video, se hizo muy popular; suerte que luego corrió Ceballos, a pesar de que era una canción muy autobiográfica, muy «local», como me decían algunos amigos, quienes pensaban que no iba a funcionar, y resultó un boom. Supongo que a la gente le gustó que yo reconociera mis raíces y sin complejos me reconociera guajiro.
—Este 2017 Talismán anda cumpliendo 15 años, en ese período ¿cuál es tu obra fonográfica más querida?
—La lucecita. Tal vez no sea el que más me guste, pero es un disco importante, muy coherente desde el punto de vista musical, centrado. Marcó un antes y un después, tanto en Cuba como en el exterior. También quiero mucho a ¡Aquí estamos!, la banda sonora de la telenovela homónima, que creé junto a uno de sus guionistas, Alfredo Felipe (el otro fue Hugo Reyes, su director), quien tenía muy clara la historia y los personajes. Para el 2010, en que lo hice, ya había llenado plazas y conocía la popularidad, así que me senté a componer sin la presión del mercado, sin pensar que fueran temas que pegaran en los carnavales, que son los que dan el dinerito.
«Sinceramente disfruté mucho ¡Aquí estamos!, porque pude escoger hasta a los intérpretes para cada tema: Diana Fuentes, Leoni Torres, David Álvarez, David Blanco, Ernesto Blanco, Tania Pantoja, Waldo Mendoza... Ahí está Sueña una Isla...
«En el 2015, tomé algunos de los temas que no se difundieron de aquella producción y los grabé en otro álbum, Mis canciones, donde se distingue al cantautor del músico popular, y que logró ser nominado al Cubadisco 2016».
—El Festival Piña Colada ha sido uno de tus grandes proyectos...
—Los años 90 fueron de la timba, pero al final de esa década y principio de la otra, cuando aparecieron en escena Azúcar Band, Moneda Dura, Buena Fe, empezó a mostrarse otro color de música, el pop. Se hablaba mucho de fusión, un término para nada nuevo, entonces decidimos crear un festival que se convirtiera en una plataforma para los músicos que abordaban la música cubana de otra manera: Piña Colada, que decidí desarrollar en el centro del país, en mi provincia, a partir de 2004. Desde aquel momento hasta hoy, cada año trabajo por ese evento que ha cambiado al territorio avileño y ya es una fiesta muy esperada. Genial, ¿no? Es algo que has creado, que tiene impacto, y prestigia mi carrera.
—También has estado muy relacionado con los CDR...
—Sí, porque siempre me ha interesado estar bien cerca del barrio, de la gente, lo cual, además, me permite desarrollar esa arista de promotor cultural que había quedado un poco dormida, del instructor de arte. Todo empezó cuando me llamaron para encargarme una canción por el aniversario 45 de los CDR, en el 2005, lo que para mí era algo nuevo. No querían que hubiera teque en la letra y que sí moviera al pueblo, y llegó 45 razones, que hasta se transformó en el slogan de la efeméride. Imagínate que hasta Fidel preguntó de dónde había salido esa frase: explicárselo, estar con él, fue una experiencia que jamás olvidaré. Súmale además que pegó en la gente: Avísame, vecino, dónde va..., me la pedían hasta en los carnavales...
«Desde entonces se estableció una colaboración que aún dura. En el 2005, 2006, con el apoyo de los CDR, empezamos a realizar actuaciones por los barrios en cualquier lugar del país, donde tocamos gratis. Ya lo he contado: nací un 26 de septiembre, y mi mamá fue coordinadora de zona durante más de 30 años, así que recuerdo celebrar mi cumpleaños en la fiesta esperando el 28. Por esas acciones, mi labor de promotor, etc., decidimos fundar un proyecto que las nucleara todas: el proyecto cultural Lucecita, que poco a poco sigue creciendo con su complejo cultural comunitario, sus cursos y talleres, con su Ranchón de la trova...».
—Después has compuesto más canciones de este tipo, por encargo, por lo cual has sido criticado...
—Unas cuantas: por el aniversario 45 de la Egrem, los 160 años del natalicio de Martí, por el 90 cumpleaños de Fidel, el 4 de Abril, el Congreso de la UJC... Hace un año me percaté de que había un disco, que terminó siendo un CD más DVD: Razones para un sueño, compuesto por diez canciones y diez videos. Y sí, escribir canciones que se identifican con estas fechas ha tenido sus connotaciones: en Estados Unidos, por ejemplo, con una gira que íbamos a realizar, pero no hay ningún tipo de temor: no soy alguien que ahora dice estarlo, porque siempre he sido un artista comprometido.