René Fernández, una vez más reconocido por su obra destacada. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 21/09/2017 | 06:59 pm
Olla de grillos, semillero de ideas… Son las frases que emplea el maestro René Fernández Santana para describir el torbellino de su cabeza. Y es que por estos días el premio nacional de Teatro dedica todas sus fuerzas a las celebraciones por el aniversario 55 del Guiñol matancero, hoy Teatro Papalote.
En medio de tanto ajetreo, el destacado dramaturgo encuentra el tiempo, como siempre, y recibe a JR vía correo electrónico. Nos cuenta que además de los merecidos homenajes a esa institución insigne del movimiento de teatro para niños y de títeres cubanos, también anda enfrascado en la terminación de su trilogía Del Zoológico, que aborda el diferendo entre niños y adultos con un nuevo recurso: «reintroducir la figura animal, no para seducir la mente infantil, sino como símbolo de los antivalores subyacentes en el conflicto». Asimismo, revela que quiere concretar la versión de Hamlet para jóvenes, finalizar el remontaje de un espectáculo de payasos y emprender la puesta en escena de Ángel o cualquier día de la semana.
Inagotable e indetenible es el maestro. Precisamente esos valores le hicieron merecedor del Premio Internacional a los Dramaturgos Inspiradores, que se le otorgara durante el 19no. Congreso Mundial de la Asociación de Teatro para la Infancia y la Juventud (Assitej), desarrollado en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
«Recibir ese galardón junto a dramaturgos de la talla de la canadiense Suzanne Lebeau y Kevin Dyer, del Reino Unido, a quienes admiro, es un compromiso mayor con los niños y los jóvenes de esta Isla. Mientras leía mis palabras de agradecimiento, era consciente del acento cubano en mi voz y me sentí feliz. Siempre me ha asombrado que el teatro que escribo pensando en nuestros niños, para ellos, se represente en toda Hispanoamérica. Hay algo entre nosotros que llega a todos».
Con los lauros también sobrevienen las responsabilidades. Por eso para el creador es importante escribir con transparencia: «que las verdades no se zambullan en lenguajes banales o poéticas simuladas. Hay que hablar de “lo muy nuestro”, como expresaba José Martí, y contribuir a afrontar los problemas sociales de la desencontrada y amada familia cubana que habitamos. Tenemos que valorar en nuestra dramaturgia la inmediatez y fenómenos de esta crisis para dejar testimonio y, con suerte, mejorar el futuro. A los niños no les podemos mentir. No les podemos prometer lo que no vamos a cumplir. Ellos son la nación y la patria».
—¿Cómo se reinventa un creador para continuar asombrando a públicos tan complejos como el infantil y el juvenil? ¿Cómo se logra «nacer» todos los días en y desde el teatro?
—No es retórica: esa inspiración y entrega que me empujan al trabajo para los jóvenes —sean público o creadores— no tiene reglas. Nunca me las he preguntado.
«Siempre se dice que la juventud es una etapa difícil, pero no siempre es así. Los jóvenes descubren paso a paso el valor de la teoría y la práctica transmitidas en el quehacer cotidiano de la escena, pero necesitan experimentar algo más renovador. Tampoco son fáciles: pueden mostrarse airados, autosuficientes, irreverentes… Llegan a los escenarios llenos de contradicciones y vienen a cambiarlo todo, a imponer criterios adquiridos en las aulas de estudio. Así fuimos nosotros y ellos se nos parecen. Se proponen hacer vibrar la escena como nunca vibró.
«Siempre les repito mis palabras de “¡Hay que creer!”, en honor a Javier Villafañe. Les repito, y suena la voz de Osvaldo Dragún: “¡Hay que contaminarse del contexto para apreciar la realidad!”. Cuando interiorizan y expresan abiertamente el potencial de energías de su generación, y hacen rebeldes discursos con la gramática de los cuerpos o con un títere en las manos, sientes un placer inmenso. Sigo adelante porque creo en la juventud y los rituales de la modernidad, en los inéditos procesos creativos que proponen, en sus respuestas hacia la ruptura de esquemas, estereotipos y rutinas de comportamientos. Durante décadas les he transmitido el espíritu del teatro como necesidad social».
Teatro Papalote cumple este mes cinco décadas y media. Bajo su cobija se han formado egresados de escuelas de artes escénicas y ha crecido toda una familia que marca pautas en el trabajo para los más jóvenes. «Vivir y transitar por todas las experiencias que te entrega el teatro es algo necesario para comprender y transmitir los deslumbramientos de este arte. He vivido todas las estaciones festivas y contradictorias de mis años en esta Isla, con sus pasiones hereditarias y realidades sorprendentes, alimentada por culturas reavivantes y creadores resistentes.
«El teatro no me ha negado ser tierra y ser naturaleza, me hace reflexionar sobre la realidad del niño y la familia en nuestra Cuba, me desafía a ponderar tradición y renovación, me estimuló hace años al estudio del universo africano, sus etnias y el ajiaco de lo afrocubano. Hablo de esto porque en esa agitada memoria histórico-cultural está la razón de nuestras pequeñas y grandes aventuras teatrales».
—Para quien ya se ha ganado el afecto, admiración y respeto de público y colegas, un premio más pudiera ser un mérito que engrosa las vitrinas de la casa y de la vida. ¿Se siente privilegiado?
—El orgullo es un hermoso sentimiento, cuando bebe de buena raíz. Soy y seguiré siendo un creador marcado por su tiempo, y ya he vivido unos cuantos. Si tengo un privilegio, es el de haber trabajado con personas increíbles que alimentaron la integralidad de mi ser y la conducta hacia el arte escénico. Me gusta contar a los actores anécdotas del teatro, de un pasado que me sigue, pero siempre aparece el fuerte argumento del presente que me acerca a sus necesidades e inquietudes. Esos encuentros son reveladores para el trabajo que realizo cotidianamente. Muchos se asombran de lo erecto de mi figura a mis años: la he cultivado como mi pensamiento y eso me ha ayudado a guerrear en muchas batallas por el teatro de títeres.
Al maestro Fernández Santana le preocupa la pérdida del sentido de colectividad. Explica lo complejo de crear sobre las tablas con contenidos de investigación y procesos de creación para la puesta en escena. «Abrigo en mi formación la herencia de la cultura teatral y titiritera del antiguo campo socialista, pero hoy a los actores (y otros artistas) no les alcanza el tiempo, realizan diversidad de labores para poder resolver sus necesidades y esto limita su rendimiento, entrega y capacidades», refiere.
Piensa también que nuestros colectivos no han abordado con rigor esa zona dirigida a los adolescentes y jóvenes. «Debemos conjugar nuestros recursos, lenguajes, temáticas, intereses y hasta atracciones tecnológicas, para que dejen de poner los dedos en los teclados, alejen un poco la mirada de la pantalla y regresen a la escena, tan cambiante, para sentirse acompañados del hecho más humano: “el acto presencial”.
«Creo que ese sector necesita discursos teatrales de cualquier género: comedias musicales, humorísticos, dramáticos, titiriteros… La escritura para ellos debe existir si queremos alimentar esas edades. El Ministerio de Educación debe tener en cuenta en sus proyectos y planes de estudio, la rica y amplia dramaturgia cubana», recomienda.
—Luego de tantos años de trabajo, se pensaría que llega un momento en la vida en el que se impone un alto, pero en usted se percibe una fuerza que se antoja indetenible.
—La vida en el teatro es un universo de resonancias filosóficas. No sé cuándo ni cómo mi pensamiento, mi cuerpo y mis manos dejarán de escribir y animar los títeres. Lo que sé es que el arte teatral me ha nutrido de un sentimiento atado al alma. Amo con intensidad el hábitat del escenario, siempre he sido pequeño ante él, que me ha acogido en su regazo. El teatro no deja de causarme asombro. Siempre trato de darlo todo de relámpago, de un tirón, a veces escribo con un ritmo vertiginoso, pero más tarde regreso, reviso ausencias y detalles, imagen y sentidos. A veces quedan cosas por hacer y decir que nos hacen volver a hacer y decir.
Como Ícaro en retorno se asume el creador, gracias a ese teatro que lo ha dotado de un sólido carácter, que lo ha llevado a cultivar un sentido de comunidad de relaciones, solidaridad, cooperación y afecto.
«El teatro siempre ha sido un reto para mí. Forjó un profundo respeto. Hacer historias de cómo se creó mi obra, lo duro y lo maravilloso que he pasado en el teatro ahora no vale: es agua pasada. Evito mirar hacia ese detrás. Lo he colgado a mis espaldas y no ha encorvado mis ideales. Miro cara a cara la realidad y el teatro».
Teatro Papalote anda celebrando su aniversario 55. Foto cortesía del entrevistado